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  • “Pido que se me coma, / que mi ser en no ser no se mude”:Misticismo y poesía en Clara Janés
  • Ana Garriga Espino

Que es decir que somos un cuerpo con Cristo y que nuestra carne es de su carne, y de sus huesos los nuestros, y que no solamente en los espíritus, mas también en los cuerpos, estamos todos ayuntados y unidos.

Fray Luis de León

Desde hace varios decenios, la literatura vive sumergida en ese clima postmodernista tan vinculado a la deconstrucción y a la volatilización de los viejos compartimentos estancos, que habían servido para agrupar a los autores literarios bajo esta o aquella tendencia según los temas y estilos de sus obras. Ubicar a un autor actual bajo un marbete inamovible empieza a tildarse de obsoleto y estrecho. Si bien es cierto que podemos dinamitar el viejo y autocrático concepto de generación–por todos es sabido que las tan alabadas generaciones no eran más que el fruto surgido de unas muy concretas operaciones editoriales–, existen ciertos instintos poéticos que fluyen, se reactivan y se transforman a través de los siglos de una manera inefable y misteriosa, que conecta, por un peculiar contagio literario, a creadores de las más diversas épocas.

Estas tendencias poéticas son precisamente aquellas que se vinculan de manera directa al pathos del individuo, arquitecturas literarias que responden a una concreta sensibilidad humana y que persiguen la exteriorización–a través del camino del arte–de los fantasmas que habitan en el fondo de cada quien.1 Aceptemos esta afirmación como puerta de entrada al pantanoso terreno de la mística contemporánea: ¿no es acaso el misticismo literario uno de esos instintos poéticos que han ido contagiando a autores de aquí y allá?, ¿cómo es posible encontrar evidentes analogías entre Rumi–poeta persa del siglo XIII–y San Juan de la Cruz–el místico por excelencia del siglo XVI español–? Pero, para entrar en la poesía de Clara Janés, será necesario afrontar la pregunta central: ¿de qué hablamos cuando hablamos de misticismo?

El concepto de misticismo es un concepto etéreo, de difícil definición y delimitación porque aparece, por literaria que sea nuestra aproximación, vinculado a un determinado [End Page 57] estado psíquico: una experiencia mental que enajena al individuo y lo pone en inmediato y directo contacto con la Verdad. El poeta Eloy Sánchez Rosillo describe muy acertadamente esta experiencia en su poema “La luz”: “Un día más te dices. Y de pronto / se desata una luz poderosísima / en tu interior, y dejas de ser el hombre que eras / hace sólo un momento. El mundo ahora / es para ti distinto. Se dilata / mágicamente el tiempo (…) Una acuidad insólita / te habita el ser: todo está claro, todo / ocupa su lugar, todo coincide, y tú / sin lucha, lo comprendes (…) te sientes conforme, limpio, feliz, salvado / lleno de gratitud. Y cantas, cantas” (287–288). Aquel que se siente arropado por una experiencia arcana de estas características, se despoja de su máscara y de su jaula para entrar en el terreno de juego de la autenticidad–esencial en la poesía2–en el que las fronteras entre la identidad y la alteridad se difuminan, y el tiempo y el espacio se diluyen hasta hacerse insignificantes; puesto que aquel que vive bajo el influjo del fenómeno místico no vive encarcelado entre los rígidos muros impuestos por la cuna y el ataúd.

La experiencia mística es, más allá del halo de religiosidad al que ha estado asociada durante siglos “una realidad, enteramente anterior y superior al hombre, que trasciende el funcionamiento ordinario de sus sentidos y facultades, íntimamente presente, de manera inobjetiva, en lo más profundo de su ser y en acto permanente de comunicársele, de dársele a conocer” (Martín Velasco 25). Nos situamos, entonces, ante una realidad subyacente–o suprayacente–a aquella que se presenta objetivamente ante nuestros sentidos, una realidad que anula las posibilidades cognoscitivas del intelecto...

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