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Reviewed by:
  • Tela de sevoya by Myriam Moscona
  • Alejandro Meter
Moscona, Myriam. Tela de sevoya. México: Lumen, 2012. Pp. 296. ISBN 978–6–073–11147–8.

En su ensayo “Imaginary Homelands”, Salman Rushdie sugiere que las patrias imaginarias son aquellas que se inventan los escritores exiliados cuando escriben sobre sus lugares de origen en un intento por recuperar su pasado. Para aquellos que se ven obligados a emigrar o son forzados a emprender el camino del exilio, la necesidad de mantener vivo el recuerdo de su lugar de origen se torna en una indispensable herramienta de supervivencia.

¿Pero qué pasa con los hijos o nietos de esos inmigrantes y exiliados? Es precisamente esta una generación de escritores que sienten no solo el anhelo sino también la obligación de volver sobre los pasos de sus padres y abuelos migrantes en busca de las piezas faltantes de ese gran rompecabezas que compone la memoria colectiva.

Este deseo o necesidad de “volver a pasar por el corazón” (verdadero significado del vocablo “recordar”), se complementa muy bien con la cosmovisión judía sobre la importancia del recuerdo. En el judaísmo, la memoria es un imperativo, un mandato bíblico (“recuerda que fui Yo quién te sacó de la esclavitud de Egipto”, le dice Dios a Moisés en el Monte Sinaí). El imperativo zájor (“recordad”, en hebreo) aparece no menos de ciento setenta veces en la Torá, o biblia judía. Este fuerte deseo y esa necesidad—consciente o inconsciente—de volver a las raíces son los que conducen a la protagonista de Tela de sevoya a recuperar y recrear la patria imaginaria de sus antepasados, realizando un viaje con el propósito de satisfacer el “lejano deseo de ir en busca de los últimos judíos que aún hablan ladino” (40).

Pero a diferencia de aquellos que han sido exiliados de una tierra o nación, la diáspora sefaradí es también el exilio de un lenguaje; es el exilio de una lengua sin territorio. El ladino es un país que no figura en ningún mapa y cuyas fronteras atraviesan el tiempo y el espacio y que [End Page 346] florece no en España como se suele pensar, sino precisamente a partir de ese exilio impuesto por los Reyes Católicos en su Edicto de Expulsión de los judíos de 1492. El ladino es un país cuyas capitales han sido Sofía, Bucarest, Estambul, Izmir, Salónika, Sarajevo, pero también Safed, Jerusalén, Tel Aviv, El Cairo, México, Buenos Aires y Caracas.

El ladino es en sí una nación desterritorializada, enteramente constituida por palabras, por recuerdos y por fantasmas. El país del ladino, también conocido como judeoespañol, espanyoliko, judezmo, ispanyolit o djudiyó, es el producto de una lengua y cultura judía que fue conformándose mediante la original combinación del hebreo y el arameo con el español, pero también con el turco, el francés, el italiano y el griego.

El ladino, como los personajes que componen la novela de Myriam Moscona, sigue siendo una lengua casi fantasmal. Se podría decir que el ladino, al igual que el ídish, sigue siendo una lengua irreductiblemente extraña; una lengua extranjera por antonomasia, cuya recuperación y supervivencia dependen de la reactivación constante de la memoria.

Este es el meollo de Tela de sevoya, la primera novela de la reconocida poeta mexicana Myriam Moscona, en la que la protagonista decide cumplir el sueño de poder reconstruir ese rompecabezas familiar compuesto de fotos, testimonios, cartas, poemas y canciones de la infancia.

Ese anhelo conduce a la narradora a Bulgaria, la tierra de sus padres, para cumplir el sueño de reencontrarse con los últimos judíos que todavía hablan ladino, “escuchar sus inflexiones, registrar sus voces” (40). Pero el regreso al pasado no está libre de riesgos: “Bulgaria está en mi imaginación de modo permanente y las razones de aplazamiento son muy distintas a las de mi juventud. Ahora temo que al ir pierda la posibilidad de inventarlo. Como un negativo que al...

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