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  • Los caballeros se sientan a la mesa: Las escenas de alimentación en Amadís de Gaula
  • María Luzdivina Cuesta Torre

Pocos aspectos caracterizan una cultura en mayor grado que la alimentación. Los hábitos alimenticios influyen en el tipo de alimentos cuyo acopio se procura, de forma que determinan la relación de los seres humanos con la naturaleza: el bosque se relaciona con la caza y esta con el consumo de carne de animales salvajes; la tala de bosques se relaciona con el pastoreo, y este con el consumo de carne de animales domésticos; la roturación de los campos, bosques o pastos, con la agricultura y el consumo de cereal. Definida por estos hábitos, la sociedad medieval resulta de la combinación conflictiva de las costumbres celtas, centroeuropeas, en las que la carne, especialmente la del cerdo, era el alimento fundamental, y las grecolatinas, mediterráneas, en las que domina el trío de pan, aceite y vino. La naturaleza, al servicio de esa cultura, cambia para adaptarse a ella y, simultáneamente, cambia la manera [End Page 187] en que es percibida por quienes la explotan, que pasan a verla como fuente de comida y elemento esencial de supervivencia (Montanari, Alimentazione e cultura 13–22; El hambre y la abundancia 16–25 y 35–38). Existe, por tanto, una correspondencia entre la comida y la producción, explotación y conceptualización del mundo.

Por desempeñar un papel decisivo en la cultura medieval, el proceso de alimentación estuvo sometido a una continua reflexión (Ritchie 93). La sociedad medieval establece una relación entre lo que se come y lo que se es, a partir de las creencias sobre las propiedades de los alimentos: la sobrealimentación, la dieta carnívora, la variedad y el lujo de las comidas corresponden a la nobleza, a los ricos y a los caballeros que basan su actividad en el valor y la violencia, mientras la frugalidad, la dieta básicamente vegetariana y la monotonía de los alimentos corrientes corresponden a los campesinos, los pobres y los humildes religiosos que buscan la paz y se dedican a la oración (Montanari, Alimentazione e cultura 53–54; véase también 47–52). La comida, al entrar en el cuerpo y digerirse en él, borra las fronteras entre lo exterior y lo interior: se convierte en cuerpo también. De ahí la intensa correspondencia entre cuerpo y comida estudiada por Carole M. Counihan. Al igual que el vestido, la comida se relaciona con la identidad personal y social, determinando la pertenencia del individuo a un estamento concreto. Las diversas clases sociales buscan distinguirse por los alimentos que ingieren tanto como por su vestuario. Jacques Le Goff considera que vestimenta y comida constituyen verdaderos códigos en la cultura de la sociedad medieval (65).

Pero comer no es únicamente alimentarse. Muchas veces es además, e incluso preferentemente, una forma de sociabilidad.1 La sociedad medieval dotó al acto de comer de un significado que trasciende la pura realidad física al ritualizarse y convertirse en el acto de sociabilidad por antonomasia en el banquete (Montanari, Alimentazione e cultura 10). La comida compartida es símbolo de unidad, ya que unos mismos alimentos penetran en todos los cuerpos y se convierten en parte de ellos. Este significado simbólico ha sido [End Page 188] especialmente resaltado en la religión cristiana, tan presente en la sociedad medieval, mediante el sacramento de la comunión. Por ello, el banquete, su contrapartida laica, se convierte en un acto de especial relevancia y precisa de ser rodeado de todo un ritual que haga explícita la importancia que reviste la ocasión.

La nutrición fue una obsesión en la Edad Media, en la que eran frecuentes las hambrunas (Le Goff 398). En estos siglos se suceden periodos de escasez – veintinueve hambres generales europeas entre 750 y 1100; a principios del siglo XIV se desencadenan hambrunas que afectan a varios países, produciendo grandes mortandades (Montanari, El hambre y la abundancia 48 y 73–75), en los que la angustia del hambre lleva a la población...

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