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  • Notas para la poética de Manuel Alcántara
  • Juvenal Soto (bio)

Según algunos—Rainer María Rilke el primero entre ellos-, la verdadera y única patria de los seres humanos es su infancia. Otros, sin embargo, sostienen que la patria del hombre es la palabra, la lengua en la que hablan, escriben y, en consecuencia, se comunican con el resto de sus congéneres. Unos y otros consideran que la patria, más que un lugar geográfico, es un ámbito mental. Así parece intuirlo Manuel Alcántara en los dos versos finales del poema "Viajes": "Para haber visto todo acaso baste/ mirar desde el balcón la luna apátrida."

Quien esto escribe conjetura que Alcántara se cuenta entre los del último grupo, aunque también sea cierto que en su obra literaria, tanto en prosa como en verso, la infancia—la suya, por supuesto- tiene una presencia y una importancia incuestionables. "No se estaba ya en guerra aquel verano,/ mi padre me llevaba de la mano,/ yo estudiaba segundo de jazmines." Valga el segundo terceto del soneto titulado "Niño del 40" para confirmar lo que decimos. Como ha de valer la totalidad de la literatura de Alcántara para ratificarnos que estamos ante la obra de un escritor para el cual la palabra adecuada en el lugar y el momento convenientes es tan imprescindible que sin tal requisito probablemente no existiría el texto.

Fue él quien me reveló hace años, en el transcurso de cierta conversación, un detalle crucial en el que, según creo, muy pocos hemos reparado: los sinónimos no existen. Cada palabra es irreemplazable, insustituible, por mucho que nos empeñemos en que otra puede decirnos lo mismo. ¿Decirnos lo mismo? ¿Cómo es posible que tantos hayan, hayamos, olvidado u obviado que nunca hubo ni habrá dos matices iguales en dos palabras distintas? Alcántara nos lo recuerda con los siguientes versos: "La voz es la esperanza que se amasa/ con sangre de silencios y de ruido,/ miedo sonoro, porvenir de olvido,/ perro ciego en la puerta de mi casa." (primer cuarteto del soneto "El poeta pide por su voz").

La denominada crítica literaria presume que la poesía de Manuel Alcántara debe afiliarse a la línea que conocemos como "Generación del 50", tanto por su temática como por los modos de expresarla, amén de por las fechas de nacimiento del poeta y de publicación de sus dos primeros libros de versos (1955 y 1958). Lo que conocemos por ciencias sociales—y la crítica literaria pretende ser una de ellas- en demasiadas ocasiones adolece de una febril vocación taxonómica, según la cual todo o casi todo lo que no es clasificable resulta o irreal o extraño en exceso.

Verdadero será que asuntos (nunca trasuntos) tratados frecuentemente por la poesía de Alcántara lo son también por otros poetas coetáneos suyos—España como [End Page 10] escenario trágico, ese modo de estar del yo entre y con los demás que hemos quedado en considerar poesía social-, como verdadero es que los ejes centrales sobre los que giran sus versos coinciden con los de aquella presunta generación y con los de toda la Poesía—escrita ahora con mayúscula- que en el mundo ha sido, es y será: la muerte, el amor, lo divino, el fluir del tiempo y la nostalgia—su afluente-. Si los mentores del quizás extravagante y en cualquier caso sesgado concepto de "Generación del 50" permitiesen la inclusión en el mismo de los poetas de "Alforjas para la poesía" y de la revista Garcilaso, la poética y la poesía del Alcántara podrán ser incluidas con visos de certeza entre los parámetros de tal clasificación. En caso contrario, el poeta será un "outsider", alguien extrañado por otros con fines ajenos a los estrictamente literarios. El poeta, digo, y con él su poética, esto es, su particular modo de concebir el mundo y de exponerlo en un texto.

Acabo de mencionar la palabra...

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