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  • Editorial
  • Christopher W. Lemelin

A medida que entramos en el otoño, cuando el calor del verano disminuye, pero antes de que el verdadero frío se asiente, existe un sentimiento distintivo que nos da la impresión de estar cruzando una frontera. Para mí esta estación—la que trae aparejada nuevos horarios, nuevos cursos, nuevos colegas y nuevas responsabilidades—trae también una cierta tristeza. Me siento como si estuviera parado en una costa: un amplio océano se extiende ante mí, y una suave pendiente de tierra se esparce detrás. Lo que yace más allá de esta costa que estoy por dejar, aunque de varias maneras familiar, todavía es desconocido. El sentimiento me brinda, a la vez, tranquilidad y miedo, y mi anticipación del futuro se agudiza.

No deja de sorprenderme la manera en que la poesía transporta al lector más allá de su propio tiempo, espacio y cultura—incluso más allá de sus propias emociones—pero a la vez manteniendo esa esencial conexión entre las más íntimas esperanzas y temores, esa "modesta y secreta complejidad" a la que se refirió el editor anterior en su editorial final. Los poemas de este número me han llevado a culturas antiguas que son familiares y extrañas, me han llevado a la infancia y a la vejez, al mar y al cielo, y a calles de ciudades secretas. De esta manera siempre se ubica en los límites—elegantemente parada entre las colinas de la geografía de mi hogar y las profundas aguas que aún no he navegado.

La poesía tiene el potencial de llegar más allá de sus elementos de creación, donde se convierte, de acuerdo con W. S. Merwin, en "un caleidoscopio cambiante de percepciones." La poeta rusa Marina Tsvetaeva también utilizó una imagen similar para describir la poesía, sugiriendo que cada poema es apenas una nueva visión del aún más grande mundo poético, de la misma forma que con cada movimiento de la mano el caleidoscopio provee una nueva perspectiva del mismo trozo de vidrio de color. Tsvetaeva propone que estos patrones cambiantes no son en sí la meta, sino que sólo son el medio para alcanzar ese más grande mundo comunal: "la poesía no es una meta en sí—es un puente, pero no una meta."

Así es que aquí me hallo, parado sobre este puente entre el verano y el otoño, y me complace saber que tendré frente a mí nuevos números de esta revista, puesto que sin dudas me transportarán desde los a veces confusos tumultos de mi vida hacia mundos extrañamente familiares. Estoy seguro de que Sirena no sólo será un gran desafío sino que también traerá consigo grandes gozos y nuevas perspectivas, y lo que Robert Frost denominó como "una estancia temporaria frente a la confusión."

La meta de Sirena, como se señaló en el primer número, es ser "un lugar de encuentro de poetas de todas las lenguas y sus traductores" y de ensayistas y artistas interesados en la poesía y la metáfora. Por lo tanto, es un lugar de encuentro de constructores de puentes que, mediante sus palabras e imágenes, nos sacan de nuestros mundos individuales y nos llevan a uno comunal. En su último editorial, el anterior editor de Sirena mencionó que esta revista podría desarrollarse en "áreas aún no imaginadas". Cuáles son esas áreas—a qué costas estos puentes pueden llegar en el futuro—no puedo saberlas: son, como el océano, cambiantes e impredecibles. Lo que sí puedo decir es que este número de Sirena, más que ser una construcción mía, es el resultado de constante afecto y cuidado de mi predecesor y de los esfuerzos colectivos de todos aquellos que tienen un afecto especial por este proyecto y por la poesía. A ellos va mi agradecimiento. [End Page 5]

As we enter the fall, when the heat of the summer has subsided but before the real chill of winter sets...

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