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  • Soles Negros en el Cielo Mexicano(Infrarrealismo 1974-...)
  • Ignacio Bajter

“¿Sigues siendo un poeta infrarrealista?

Todo es incurable, progresivo y mortal. El Movimiento Infrarrealista es una fraternidad de outsiders dispuestos a todo. La insurrección solitaria.”

Mario Santiago

“¿Extraña algo de su vida en México? —Mi juventud y las caminatas interminables con Mario Santiago.”

Roberto Bolaño

Detectives

Mario Santiago Papasquiaro murió el 10 de enero de 1998 luego de ser atropellado en una calle del DF, “Capital de los Muertos por Atropellamiento”, así dice Rebeca López en la solapa del road-poem Sueño sin fin, que se editó en Barcelona en 2012. Algunos creen que sufrió el asalto de gente que frecuentaba en pulquerías; otros, que borracho comenzó a torear automóviles, cosa que en ocasiones había hecho. Como en sus poemas, parecía perseguir con arrojo a sus verdugos. El fundador del infrarrealismo llevaba tres o cuatro días en la morgue cuando se le dio aviso a su familia. Tenía 44 años y había escrito, desde la adolescencia, miles de versos, algo que no es una exageración sino un testimonio de sus amigos. Olvidaba los poemas en los caminos, los obsequiaba, los dejaba en los márgenes de sus libros y en los libros de otros. Usaba bastón pues en los años 80 había sido atropellado por un delfín.1 No era un apresurado plumífero en busca de la liviana inquietud burguesa del reconocimiento y de las pequeñas glorias de imprenta, sino de un poeta que escribía en los límites de la existencia alucinada y quemante, poniendo en riesgo vida y obra, sobre todo esa vida que tramó una obra tan intensa como coherente: “A mí sólo me interesa la Poesía que surge de los laberintos incendiados”, escribió en una traducción personal de Allen Ginsberg.

Mario Santiago publicó de manera dispersa en revistas y suplementos culturales. Sólo preparó dos poemarios, la plaqueta Beso eterno y el libro Aullido de cisne, publicados en 1995 y 1996 por el trabajo artesanal de la editorial mexicana Al Este del Paraíso que él mismo había fundado. Es el poeta más esquivo y distante de la [End Page 47] idea de “obras completas”. Diez años después de una muerte drástica fue levantada la lápida del ángel negro de la poesía mexicana: el infrarrealista Mario Raúl Guzmán y Rebeca López, la madre de Nadja y Mowgli, los dos hijos de Santiago, prepararon una antología que fue editada con el título de Jeta de santo. Santiago no está en la superficie del poema sino en las profundidades siniestras, bajo la primera capa de realidad que presenta el trazo de su letra de escolar. Su huella poética era demasiado penetrante como para ser borrada por una muerte que apareció sin rostro un día cualquiera de un invierno cualquiera. Como escribe en “Quién”, él y sus camaradas viajan por los túneles de la poesía “vivos e incluso muertos”. Así hayan sido condenados por sus enemigos a la mínima posibilidad de divulgación. Malcolm Lowry en Bajo el volcán, citado en el capítulo 118 de Rayuela: “¿Cómo convencerá el asesinado a su asesino que no ha de aparecérsele?”.

En los primeros días de 1998 Roberto Bolaño terminaba de corregir Los detectives salvajes, en la que le escribe a Santiago una leyenda interminable bajo el nombre de Ulises Lima, el humeante peregrino que camina en círculos en torno a México, un poeta suicida que persigue el amor como una subversión política, capaz de entregarse a las sombras de una “quimera de mierda”. La novela llevó la poesía marginal de los 70 a una aventura o sueño en que los poetas son héroes develadores de héroes, “como el árbol rojo caído que anuncia el principio del bosque”. No tardaron en aparecer quienes se atribuyeron, con vanidad, personajes y situaciones “realvisceralistas” inspiradas en un pasado mexicano y en un movimiento poético conocido como...

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