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LAS COLINAS SUEÑAN EN ESPAÑOL roble donde se le iba a matar. Mi padre cogía un macho del carro, unos cuchillos y algunos cazos. Se colocaba en frente del animal, levantaba el macho lentamente, y antes de que el animal se hubiera percatado de su intención, le propinaba un golpe rápido y fuerte entre los ojos, y lo dejaba sin sentido. En cuanto el animal caía al suelo, le cortaba la yugular y recogía la sangre que fluía en una gran palangana. A veces, Guiseppi, el panadero italiano del lugar, estaba presente para llenar una taza de sangre cálida y beberla. Luego tensaba los músculos y decía que aquello era lo que le hacía fuerte. Chasqueaba la lengua antes de saludarnos. Mi padre y los dos mayores empezaban a trabajar levantando la vaca o el buey con una fuerte cuerda, por encima de una rama y se ponían a despellejar al animal. Una vez despellejado, mi padre lo preparaba, lo serraba en mitades, luego en cuartos antes de acarrearlo al mercado de la carne. De una manera o de otra, se aprovechaban casi todas las partes del animal – el corazón, el hígado, la lengua. El estómago se vacíaba en el prado, y tras haberle quitado la piel de dentro, se vendía a las mujeres españolas que lo utilizaban para preparar uno de sus platos más populares, los callos. Las tripas se cortaban en pequeños tacos tras haberlas hecho hervir durante varias horas en agua salada. Luego, se cocinarían con patas de cerdo, tacos de jamón, tomates, hojas de laurel y otros condimentos, para componer un plato tan delicioso que siempre se volvía a por más en cuanto se servía. Las tripas lavadas se vendían para rellenarlas con carne de cerdo picada y aderezada para hacer las longanizas y los chorizos tan apreciados. Se utilizaba la sangre para hacer morcilla. Capítulo 4 O currieron tres sucesos en rápida sucesión durante el verano de 1909. En julio, la compañía de electricidad Monogahela inauguró la primera línea de tranvía desde Clarkston hasta Belleport, pasando por Coe’s Run. En agosto, vine a este mundo, y en septiembre, la compañía de Industrias Químicas Crossetti tuvo su primera huelga. Los trabajadores españoles de los hornos – todos menos los atizadores, una docena de sus seguidores y hombres trabajando en otros departamentos – dejaron de trabajar para protestar contra las condiciones. Los hombres pedían subvenciones para guantes, calcetines, pantalones, camisas y zapatos. Esos artículos se tenían que reemplazar regularmente y los hombres no tenían bastante dinero para comprarlos cada pocos días. (Los zapatos duraban un poco más que algunos días, pero eran los más caros, ya que tenían que estar reforzados por el zapatero local por razones de seguridad.) Tras algunos días de huelga, alguién llamó a la puerta una noche. Mi madre abrió y en la entrada se tenía un hombre alto, ancho y corpulento. Tenía la cara 143 LAS COLINAS SUEÑAN EN ESPAÑOL congestionada de haber subido la abrupta colina hacia nuestra casa. Preguntó jadeando si estaba mi padre en casa. Mi padre saludo al hombre diciendo: “Bienvenido señor Ahrens. Esta es su casa.” “Buenas noches John. He subido la montaña para pedirte un favor.” Otto Ahrens había nacido en Hamburgo, en Alemania, y era el superintendente de la instalación. Lo habían mandado allí desde la sede central de la compañía, en Nueva Jersey. Conocía a mi padre porque era uno de sus mejores clientes. “Iré directamente al grano – dijo Ahrens con su peculiar y marcado acento en inglés – Quisiera que usted se enterara de lo que quieren sus paisanos de mí. Están todos en huelga y no entiendo lo que quieren.” Mi padre replicó: “Lo que quieren, ya lo sé. No se pueden permitir gastarse la mayor parte de su salario en zapatos y ropas de trabajo. Así de simple.” “¿Por qué no me lo dicen? Se puede arreglar este asunto sin necesidad de parar el trabajo. ¿Me ayudará usted a hacer que los hombres vuelvan a emprender el trabajo?” “Me agradará hacer lo que pueda. Déjeme que le traíga algo de cerveza.” Pero no tuvo que ir a por la cerveza, ya...

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