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  • Conjurando–en vano–el amor de Colón:El areito de Anacaona en la Columbeis (Roma, 1589) de Giulio Cesare Stella
  • Manuel Antonio Díaz Gito

Coro

Bellas hijas de Elim i del Turey,

El areito de amor al viento dad;

I al son del tamboril y del magüey

Aéreas en torno del Zemí danzad…

"Areito de las Vírjenes de Marién",

Fantasías indíjenas (1877), José Joaquín Pérez

Desde la perspectiva que otorgaba el transcurso de sesenta años, el denominado 'descubrimiento' de América había significado, según el juicio tantas veces citado del cronista de Indias López de Gómara, "la mayor cosa después de la creación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo crió" (Dedicatoria a Carlos V de su Hispania victrix…, Medina del Campo, 1553). Y, sin embargo, entre 1492 y la década de los ochenta del siglo XVI, pasado casi un siglo desde el fenomenal suceso, no se había publicado ninguna obra poética de relevancia centrada en celebrar la gran gesta protagonizada por Colón. Es un hecho que en muchas ocasiones se ha señalado con extrañeza. Entre las razones esgrimidas para explicarlo se cuentan los pleitos sempiternos que los herederos del Almirante mantuvieron por sus derechos contra la todopoderosa Corona de España y que hacían poco oportuno que ningún autor con ansias de medrar en su carrera literaria quisiera asociar su nombre con el apellido de los incómodos litigantes. Pero algo empezó a moverse en el último tercio del siglo XVI. A fines de la década de los setenta el maestro Tasso en un pasaje metapoético de su célebre obra magna advertía a los vates de su tiempo de que la hazaña colombina debía ser contada entre los asuntos más dignos de ser cantados en versos heroicos ("Tu spiegherai, Colombo, a un novo Polo/ Lontane sì le fortunate antenne,/ Ch'a pena seguirà con gli occhi il volo/ La Fama,…/ darà lunga memoria/ di [End Page 2] poema dignissima, e d'historia", Gerusalemme liberata, 15.32); apuntaba así el camino para la creación de la épica del Nuevo Mundo. A su llamado acudieron, en primer lugar, dos poetas italianos que escribieron sendos poemas épicos sobre Colón y, como humanistas que eran, lo hicieron en lengua latina, para mayor resonancia internacional de la gesta de su compatriota genovés. Aunque muy distintos, Lorenzo Gambara, un poeta ya maduro, y Giulio Cesare Stella, todavía un alumno del Colegio Romano de la Compañía de Jesús, juntos abrieron una senda que muy pronto fue transitada por una extensa nómina de poetas en vernáculo, además de otros autores neolatinos (Bocca, 2012; Hofmann, 1994).

Pero en la apertura de esta nueva brecha literaria el joven Giulio Cesare Stella (1564–1624) alcanza la mayor importancia, puesto que, a diferencia del poema de Gambara–una crónica en verso de los cuatro viajes de Colón que no tuvo epígonos–, su Columbeis (Londini, 1582, y muy revisada, Romae, 1585)1 se nutre principalmente de la fantasía épica de la Eneida–sin perder de vista la Gerusalemme liberata de Tasso– y, por ello, acaba erigiéndose en modelo, a su vez, de la épica neolatina de la escuela jesuítica.

Ya ha sido bien estudiado el fenómeno de error de apreciación por el que los primeros exploradores de Indias no eran capaces de contemplar las nuevas tierras americanas sino a través de las lentes deformadoras de su arraigada cultura eurocéntrica y cómo así perpetuaron mitos y maravillas de la Antigüedad que estaban convencidos de haber encontrado en el nuevo escenario de las Indias occidentales.2 De manera similar, para el caso de la épica del Nuevo Mundo los poetas latinos como Stella tampoco podrán soslayar su condicionamientos de partida: tratarán de constreñir el exuberante e inédito mundo de ultramar en los venerables y familiares moldes de la poesía clásica antigua (pagana y, en menor medida, cristiana). Varias razones pueden aducirse...

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