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  • Celebrando a nuestro villano favorito
  • James Iffland (bio)
Alonso Fernández de Avellaneda. Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Ed. Luis Gómez Canseco. Madrid: Real Academia Española, 2014. 768 pp. ISBN 10: 84-617-2153-5/ ISBN 13: 978-84-617-2153-5.

La lluvia de conmemoraciones en los últimos cuatro años (Novelas ejemplares, Ocho comedias, el Quijote II, la muerte de Cervantes y Los trabajos de Persiles y Sigismunda) incluyó, casi a sensu contrario, la del "malo de la película," Alonso Fernández de Avellaneda y su Segundo tomo de don Quijote de la Mancha. Se celebró, en efecto, el IV centenario de la publicación de la continuación apócrifa en un respetable puñado de actividades alrededor del 2014.1 Sin lugar a duda, la contribución mayor a la conmemoración de este hito tan [End Page 195] cargado de sentimientos encontrados para los admiradores de la obra maestra de Miguel de Cervantes no fue ninguno de estos encuentros sino, más bien, la publicación de la magnífica edición del Segundo tomo realizada por Luis Gómez Canseco para la valiosa serie de Anejos de la Biblioteca Clásica de la Real Academia Española. Gómez Canseco ya había impresionado enormemente con su edición del Guzmán (Alemán 2012) para la misma serie, y el mismo tesón concienzudo, y fino ojo crítico, que se manifestaron en aquella labor dedicada al genio sevillano están aquí presentes en la edición del Segundo tomo.

Algunos lectores recordarán que Gómez Canseco ya había realizado una excelente edición de Avellaneda en el 2000 (ver bibliografía). Esa edición, junto con una serie de estudios críticos publicados más o menos por las mismas fechas (incluyendo uno del autor de estas líneas),2 parecen haber inaugurado una especie de Boom de interés por la obra de Avellaneda, la cual había sido relegada, en gran medida, a la "historia universal de la infamia" del gremio cervantista. Ahí estaban el pionero estudio de Stephen Gilman (1951), y luego la muy meritoria edición de Martín de Riquer (1972), pero aparte de estas obras, amén de un manojo más de ensayos, la atención de los estudiosos se reducía o bien a la expresión de santa ira en contra del "vil usurpador," o bien a la empresa detectivesca de ponerle a éste nombre y apellido.3 Generalizando, sólo existía la tendencia de subrayar, casi ritualmente, la falta de dominio estético de Avellaneda y/o la antipatía ponzoñosa que éste sentía hacia Cervantes. Si se hablaba de latentes dimensiones ideológicas en la obra anónima, la mayoría de los estudiosos se contentaban con remitirse a la obra de Gilman.

Como subrayé en De fiestas, y luego en mi ensayo "Do We Really Need to Read Avellaneda" (2001), las actitudes prevalentes en aquellos años estaban mal orientadas por muchos motivos. Por un lado, cuando los cervantistas tratamos de reconstruir la recepción del Quijote en el momento de su aparición, no mirar con lupa toda una novela escrita [End Page 196] por un contemporáneo de Cervantes constituía un craso error. Otro tanto se podría decir del fracaso en ver hasta qué punto el Segundo tomo es responsable por muchísimos aspectos cruciales de la continuación "auténtica"—mucho más allá de las menciones específicas de Avellaneda a partir del famoso capítulo 59. Como argumenté yo en De fiestas, y ahora sostiene Gómez Canseco, Cervantes seguramente reescribió muchos pasajes y episodios de su segunda parte, muy anteriores al susodicho capítulo. El Segundo tomo es un imponente intertexto del Quijote de 1615, y claro está, sin esta continuación, el Quijote no sería la obra maestra que logró cambiar la evolución de la ficción en prosa, amén de convertirse en la "Biblia" de la cultura hispánica.

La excelente introducción crítica de Gómez Canseco contiene demasiados aportes para...

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