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PEQUEÑA PUERTA DE CORAL PRECIADO:¿CON LENGUA? J. Ignacio Díez Fernández Universidad Complutense Si vous aviez quelque science du plaisir, vous sauriez que la peur et la douleur et surtout les frissons sont les meilleurs préludes. (Amélie Nothomb, Hygiène de l’assasin). S eguramente un dialéctico meticuloso argumentaría que la lengua es un elemento muy presente en la poesía de los Siglos de Oro y lo demostraría con ejemplos contundentes, como este verso de Diego Hurtado de Mendoza (77) que encabeza uno de sus sonetos: “Lenguas extrañas y diversa gente.” También Garcilaso (80) menciona la lengua en un primer verso: “Mi lengua va por do el dolor la guía.” Desde luego, si sólo se recogen estos versos en sus espléndidos aislamientos las interpretaciones se disparan, para gozo de muchos. Pero, si bien es cierto que en la poesía de Mendoza las menciones de la “lengua” son numerosas, también lo es que casi siempre, como en el ejemplo anterior, utilizan la lengua en una misma dirección, nada erótica en todo caso. Por eso, las simples menciones, de Hurtado y las de los demás poetas, no quiebran la hipótesis inicial de este trabajo, que defiende que la lengua es un objeto sexual tabú que pocas veces se nombra en la poesía, y que, sobre todo, raras veces se utiliza en las descripciones, pues su aparición se conecta con unos contextos específicos. Las numerosas menciones metafóricas o metonímicas de la lengua o sus personificaciones sólo indican otra utilización, automatizada, de ese mínimo (o no tanto) jugoso apéndice. No siempre es fácil distinguir entre uno y otro sentido, el físico y el metonímico, como lo prueban los versos casi finales de “A la zanahoria” (Hurtado de Mendoza 15), donde podría contenerse una referencia maliciosamente doble: Poner la confianza en el arreo, en el gesto, en la lengua, en la afición, y no en la zanahoria, es devaneo. (vv. 88-90) CALÍOPE Vol. 12, Number 2 (2006): pages 33-56 D D D D D 34 J. Ignacio Díez Fernández Como una prueba más de la natural (¡y bendita!) resistencia de la realidad literaria a las taxonomías (y no ya sólo a los consabidos pares de opuestos, tan apuestos), en Mendoza se encuentran referencias físicas pero no eróticas, como el v. 183 en la primera epístola “Adon Luis de Ávila:” “que la lengua y los pasos me trabase” (55), que es casi el mismo verso que el 176 de la epístola “ABoscán:” “que los pies y la lengua me trabase” (105). EntotalhaytreintareferenciasenlapoesíadeDiegoHurtadodeMendoza, en sus diversos sentidos, e incluso uno de los poemas comienza por ahí: Pues que mi lengua, en efeto, no hace oficio de lengua, no es bien tener más secreto: dé a la pluma su concepto para que salga de mengua (275, vv. 1-5) Lo habitual, sin embargo, es que en los textos serios se insista en los valores que proyecta la lengua como imagen, al igual que en el soneto: “Mis ojos de llorar están cansados; / mi lengua de quejarse adelgazada;” (311, vv. 1-2). Desde luego, hay toda una atracción lingual en la tradición, aunque generalmente ceñida a su faceta menos denotativa. Así los cristianos que lean la Biblia, o cualquier otro lector que maneje el consagrado texto, saben que entre las “cosas […] que aborrece Yahveh” se halla la “lengua mentirosa” (Proverbios, 6: 16-17). En la línea del peligro que anida en la lengua, aunque desde los intereses específicos de autor y fecha, está el soneto “Los varios efectos de la lengua” (Vega 2005: 172): “Tal es la lengua, si aborrece o ama, / que lo que ama alaba y engrandece, / y vitupera aquello que desama” (vv. 9-11). Sin embargo, en el mismo Lope parece evitarse, en los sonetos sobre la boca, la alusión a la lengua, como en “Da la razón el poeta de que la boca de Juana fuese de rosa...

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