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  • Oligarquía urbana cordobesa y relaciones literarias a comienzos del siglo XV:Martín Alfonso de Montemayor, juez poético1
  • Antonio Chas Aguión

En términos generales, y pese al esfuerzo que de un tiempo a esta parte se está realizando, de entre la bien nutrida nómina de poetas cuatrocentistas–en torno a ochocientos, de acuerdo con los datos arrojados por la magna fuente instrumental legada por Brian Dutton, indispensable para cualquier asedio cancioneril–, puede decirse que constituyen un grupo limitado no solo aquellos que conocen edición individual, sino, incluso, que han recibido atención pormenorizada por parte de la crítica. Y esto es debido a que, en líneas generales, la edición de cancioneros o de los llamados grandes poetas ha tenido prioridad hasta la fecha.

Esto mismo puede decirse respecto al Cancionero de Baena, "buque insignia de los cancioneros literarios del siglo xv" (Dutton y González Cuenca viii). Compilado por el secretario real de Juan II de Castilla, Juan Alfonso de Baena, en torno a 1425-1430, el original se ha perdido, si bien gracias a una copia algo más tardía, custodiada en la Biblioteca Nacional de París, podemos acercarnos a la producción de los reinados de Enrique II (1369-1379), Juan I (1379-1390), Enrique III (1390-1406) y, al menos, las primeras décadas de Juan II (1406-1454), con particular relevancia de los poetas más antiguos y representativos de una estética anterior al momento de su recopilación.2 [End Page 329]

Contamos con varias ediciones desde mediados del siglo xix, pero, con todo, los no pocos problemas que todavía ofrece la copia parisina dejan a investigadores y lectores de los versos compilados por Juan Alfonso con un buen puñado de dudas sin resolver. La azarosa transmisión textual de la copia conservada y el carácter único de la inmensa mayoría del corpus compilado, que, además, ha llegado en una alta proporción deturpado, han provocado y provocan múltiples problemas a quien se enfrenta con la edición y anotación del Cancionero de Baena. Y el hecho es que la sombra que sobre estos poetas, y sus textos, se ha cernido tradicionalmente ha impedido que salgan a la luz problemas no solo de interpretación, en relación a expresiones y vocablos hoy desconocidos, sino también relativos a personajes, topónimos o circunstancias históricas, políticas o religiosas, entre otras, que han llevado a considerar que el conjunto "puede leerse como un libro de historia, como una crónica de la época, además de que muchos de los datos contenidos en ella deberían ser tan útiles al historiador como al filólogo y, por supuesto, al interesado en ambas proyecciones académicas" (Perea Rodríguez 21). Este hecho hace del Cancionero un documento especialmente favorable para el desarrollo de la investigación interdisciplinar que, desde las perspectivas hasta hora predominantes, no ha sido suficientemente potenciada.

En las páginas que siguen me detendré en uno de estos personajes aludidos a los que hasta la fecha no se ha prestado atención, si bien su identificación proporciona valiosos datos tanto para una mejor interpretación de la serie dialogada en que es aludido como para desentrañar el entramado cortesano que sirvió de marco para la creación y difusión de la poesía agavillada en esta antología. Se trata de Martín Alfonso de Montemayor y su aparición viene de la mano de Juan de Guzmán, quien lo elige como juez para dirimir una contienda que, en torno a la prioridad de la voluntad o la razón, sostiene con Juan Alfonso de Baena, el compilador de este cancionero.

Este diálogo está inserto en los folios que Juan Alfonso de Baena dedica a recopilar su propia obra, en la que da buena cuenta de su habilidad y maestría en la disputa poética. Con todo, examinado de cerca, presenta un buen número de singularidades que, a mi juicio, justifican una lectura más demorada de sus versos.

De entrada, constituye el di...

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