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  • El ensayo como autobiografía
  • José Teruel

En los albores de la Transición democrática Carmen Martín Gaite, mientras redactaba El cuento de nunca acabar, hizo explícita una concepción del ensayo sumamente particular. Concebirá el género como una exploración o un viaje, donde las fronteras entre la indagación de un tema y la narración de una anécdota desparecen, y el hecho de escribir y conversar se aproximan. En el ensayo, como en un buen relato oral, no debe haber un programa previo, ni están prohibidos los vericuetos, ni se debe tener miedo al extravío. Ella misma matizará esta acepción del ensayo literario en una reseña dedicada a La infancia recuperada de Fernando Savater:

Ensayar es esbozar tentativas, improvisar sobre el terreno, ir rectificando, conforme se hace camino, cada trazo de la invención propuesta, atreverse incluso a desafinar. Precisamente hace algún tiempo, hablando con un amigo de lo poco que se arriesgan a ensayar nada los autores de este género, cuya jerga profesoral aburre a las ovejas, le dije que yo dividía los ensayos en payos y gitanos. Los primeros, aun cuando nos enseñan cosas, nos las proponen como resultados; cada enseñanza viene empaquetada con su letrero, no invitan a meter baza con su mera armazón. Los otros, en cambio, son su devenir, nos arrastran con ellos al viaje que van haciendo, nos sorprenden y provocan.

(Tirando 91)

En este artículo titulado expresivamente, “Un ejemplo de ensayo a lo gitano”, Martín Gaite termina reconociendo que si el libro de Savater le había parecido apasionante, se debía en gran medida a que llevaba años empeñada en un largo discurso sobre estos mismos temas de la “narración abierta” que será El cuento de nunca acabar (Tirando 92).

El germen de este libro lo encontramos en una secuencia fechada en El Boalo, el 31 de julio de 1964. En ella Martín Gaite esboza una experiencia subjetiva del tiempo en puro alud: el paseo con su hija, una niña de ocho años, la tarde anterior, por la carretera de la citada localidad madrileña, cuando empezaba a anochecer y mientras ese paseo desembocaba simultáneamente en otros veranos pretéritos de su infancia. La secuencia en su brevedad es una pesquisa sobre una narración tenazmente anclada en la crisis de la representación verbal, en relación con otros lenguajes artísticos y en competencia con la oralidad. Y esto será el fondo de su ensayo publicado en 1983.

En esa lejana tarde de 1964 se prefiguró El cuento de nunca acabar como libro y como desenlace. La inquietud de perseguir y fijar un determinado pensamiento sobrepasaba cualquier tono concertado y le revelaba la insuficiencia de las formas novelísticas. Esa secuencia es una puesta en escena de su relación conflictiva con la narración entendida como resultado, cuando nuestras “vidas van siempre en borrador” (Lo raro es vivir 90). Yo me atrevería incluso a afirmar que se vislumbra su relación conflictiva con la narración concebida como búsqueda de interlocutor. El cuento de nunca acabar ocupa un lugar axial en su trayectoria literaria por [End Page 668] sus desvíos, sus pérdidas de rumbo, su carácter de proyecto inconcluso, sus ramificaciones. La narración como el amor son realidades autónomas y pertenecen al orbe de los fenómenos imprevisibles. Martín Gaite consigue dar forma en este ensayo a todo lo que estaba en ciernes desde El libro de la fiebre (1949).

El cuento de nunca acabar es una reflexión sobre la esencia fundamentalmente narrativa de nuestro proyecto existencial y su credibilidad. Todo para ella era un cuento que tenía que estar bien contado: las lecturas, el amor, la vida propia y ajena, la historia. El registro más portentoso de Martín Gaite como ensayista es su capacidad de h acer visibles las abstracciones en letra mayúscula y carentes de narración, de convertirlas en un cuento coloreado, de transcribirlas en letra minúscula. Martín Gaite asimiló el discurso de los...

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