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  • Llagas recónditas del terror en dos obras de José de Piérola
  • Liliana Wendorff

José de Piérola (Lima, 1961) es uno de muchos narradores que ha abordado el tema de la violencia en el Perú, cuando el grupo marxista-maoísta Sendero Luminoso se enfrentó a las fuerzas armadas del Perú. Piérola observó esta violencia de cerca cuando viajaba a la selva como ingeniero y visitaba asentamientos mineros. De esta experiencia provienen sus novelas Un beso del infierno (2010)1 y El camino de regreso (2007), las cuales constituyen las primeras dos entregas de una trilogía dedicada al tema de la guerra política (1980–1992) en el Perú.2 En este trabajo examino cómo Piérola ficcionaliza las secuelas de la violencia provocada por la guerra antiterrorista en las obras anteriormente mencionadas. El afán del autor no es descubrir la violencia tal como se dio en la intimidad de la población, sino “hurgar cómo ésta afectó y afecta a las relaciones humanas” (Escribano).

Un beso del infierno

Esta obra se narra en las postrimerías del manchay tiempo, que en quechua significa “el tiempo del miedo.” En la novela, algunos meses después del fin de la guerra, un grupo de amigos – Catulo, María, Lucía, Miguel, Raúl, Tonia y el narrador – hacen una excursión a la sierra de Lima. Al día siguiente de haber llegado, los amigos encuentran asesinado a Catulo. Mientras unos llevan el cadáver al pueblo para alertar a las autoridades, el narrador y María se quedan a cuidar su equipo de camping. La primera línea [End Page 253] narrativa entonces es averiguar quién es el asesino. Pronto descartan la posibilidad de que haya sido uno del grupo cuando surge un misterioso personaje, que los dos jóvenes deben enfrentar. El otro hilo narrativo es representado por la evolución de la vida de Catulo, evocada por los amigos. Observan ellos que la sensibilidad y temprana educación religiosa de Catulo lo llevan a ingresar al seminario. Debido a su altruismo, se une a grupos de izquierda, pero pronto repudia al Partido Comunista del Perú y es expulsado de él al observar públicamente que los dirigentes ni hablan las lenguas del pueblo que dicen representar, ni el pueblo les ha pedido que los represente.

Para Catulo, el comunismo y la Iglesia promueven ideologías paternalistas que resultan de interpretaciones impregnadas por la historia. Vanguardia Roja, que bien puede ser Sendero Luminoso, tiene como meta cambiar a la sociedad para ayudar particularmente a la población indígena que, desde el siglo xvi, ha sido oprimida por colonos europeos. Esto es justificable. Como bien señala Aníbal Quijano, desde la colonia el principio racial ha sido el instrumento más efectivo y duradero de dominación social (183). Los dirigentes vanguardistas y la Iglesia, irónicamente, se valen de la misma re-educación e indoctrinación que los pioneros europeos predicaron. En términos hegelianos, un individuo se realiza sólo en cuanto a su relación con la sociedad. Catulo entonces decide perseguir sus metas de socorrer al prójimo por otras vías: como sacerdote y luego como seglar, sirviendo a los pobres como maestro en los colegios fiscales de las barriadas y como ayudante en los comedores populares. Abandona el seminario cuando es criticado por leer literatura universal, asistir a asambleas de asociaciones de izquierda y por un falso rumor de homosexualidad. La investigación de la supuesta alianza homosexual se lleva a cabo como los juicios sumarios típicos de la época de la Inquisición. Catulo descubre así el lado oscuro de la vida religiosa y la rigidez de la Iglesia como institución. De esta manera Piérola traza un claro paralelismo entre dos grupos ideológicos dogmáticos – el de los subversivos y el espíritu inquisitorial eclesiástico. Por eso mismo Miguel Gutiérrez sugiere que la vida de Catulo podría tener el título teresiano de “El camino de perfección de Catulo,” ya que éste es un personaje ejemplar: “tiene un aura de santidad y...

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