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  • Andrés Bello y su labor como crítico teatral en Chile
  • Mónica Botta

El presente trabajo explora los criterios de apreciación que operaban en la crítica teatral de Andrés Bello (1781–1865) y en su gestión como miembro de la comisión de censura teatral establecida en Chile en 1830.1 Para llevar a cabo este estudio, se examinarán sus artículos de crítica literaria junto con el manuscrito Las primeras representaciones dramáticas en Chile (1888) de Miguel Luis Amunátegui (1828–1888), ya que este corpus constituye una valiosa fuente de información para elaborar algunas reflexiones sobre los principios literarios que guiaron la actuación de Bello como crítico teatral en el terreno cultural de la post-independencia chilena.

Cabe recordar que Andrés Bello se asentó en Santiago de Chile en 1829 después de su estancia en Londres de casi diecinueve años. Para ese entonces, Bello ya había incursionado en el campo de la crítica literaria a través del estudio de la poesía medieval española, la traducción y comentario textual de obras clásicas y la creación de las revistas la Biblioteca Americana (1823) y el Repertorio Americano (1826–1827), en cuyas páginas abocadas a difundir “lo americano” dio a conocer sus poemas La Alocución a la Poesía (1823) y La Agricultura de la Zona Tórrida (1826). Sin duda, estas iniciativas literarias y sus sólidos conocimientos de derecho, filosofía, literatura, pedagogía, cosmografía, geografía, junto con su vinculación a Mariano Egaña, el agente diplomático de Chile en Londres, pronto le procuraron un cargo en la administración pública chilena. En el país austral, Bello continuó su labor periodística iniciada en Londres desde las páginas del semanario oficialista El Araucano. En este periódico, Bello comenzó como el columnista a cargo de las noticias sobre asuntos extranjeros y, tres meses más tarde, a pedido del director del semanario asumía la responsabilidad de ilustrar al [End Page 35] público con artículos científicos y literarios (Mayorga 99).2 Es en este marco en donde aparece la crítica teatral de Bello, la que por esos años, tal como lo establece Amunátegui en su valioso estudio sobre el teatro chileno, se ocupaba de las producciones teatrales que se representaban en el Teatro Nacional de Santiago.

Es pertinente resaltar que el repertorio de la plaza teatral chilena estaba compuesto por obras de diversa procedencia: algunas piezas hispanoamericanas, otras de origen extranjero (francesas, inglesas y alemanas) traducidas al español y piezas del repertorio español que había estado anteriormente desterrado, el que abarcaba desde los clásicos como Calderón de la Barca, Lope de Vega y Tirso de Molina, hasta los autores más contemporáneos como Moratín, Zorrilla, Jovellanos, Martínez de la Rosa y Larra, entre otros. Y en cuanto a la audiencia, puede decirse que se trataba de un público que estaba formado por representantes del gobierno, familias de estirpe y ciertos aficionados al teatro. En todo caso, la concurrencia era escasa y la comunidad de espectadores era siempre la misma. De hecho, según Bello, el hecho de que era el mismo grupo de aficionados el que concurría al teatro y, por ende, exigía piezas nuevas en cada función, hacía que los empresarios se vieran casi obligados a poner obras nuevas en poco tiempo, lo que resultaba en puestas fallidas, donde el olvido de los parlamentos por parte de los actores era algo muy común (Amunátegui 95). Por cierto, un ejemplo en donde se demuestra la preocupación de Bello con la calidad de los espectáculos es el artículo de su autoría fechado en marzo de 1833, en donde les pidió a ambos espectadores y empresarios que fuesen “considerados,” ya que en su opinión, los actores necesitaban tiempo para prepararse, además de representaciones consecutivas, para así procurar una actuación más lograda (Amunátegui 95).

Si bien las notas period...

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