Sobre la extrema violencia en la vida cotidiana: Por el lado salvaje, de Nadia Villafuerte

Bajo cualquier circunstancia debe uno ponerse al lado de los oprimidos, incluso cuando van errados, pero sin perder de vista que están amasados con el mismo barro de sus opresores.

E. M. Cioran, Del inconveniente de haber nacido

LA primera novela de Nadia Villafuerte (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1978), Por el lado salvaje (2011), describe la vida cotidiana en la posguerra de Nicaragua. Con intenso realismo y espíritu documental se centra en el trato violento que sufren las mujeres y las minorías sexuales. El espectro de las torturas de guerra aparece de principio a fin, al igual que la hostilidad hacia los inmigrantes (no sólo los latinoamericanos). Esta obra consta de catorce capítulos y hace un amplio recorrido desde la frontera sur de México con Guatemala hasta Honduras y Nicaragua; también “visita” el norte, concretamente Tijuana.

Cada personaje relata, en primera persona, fragmentos de supuestos testimonios, como si fueran autobiografías. La horrenda cara de la sociedad descrita, en medio de un caos moral, conlleva una fuerte referencialidad a la violencia del mundo actual y busca crear conciencia sobre ello. Como la narración es fragmentada, transcurre de una visión a otra con múltiples trozos que nunca pueden completarse. Los textos autobiográficos ficcionales se construyen como si fueran colecciones fotográficas. Al final, la novela se dispersa en la sección titulada “Cinco retratos para una exposición (Las postales de Bonnie),” compuesta de cuatro cuentos o postales y una entrevista ficticia a un terrorista condenado a muerte, que funcionan como espejos tanto del resto del relato como de la humanidad. Vale la pena enfatizar que los textos “añadidos” están totalmente supeditados a la novela, que se distingue por su hibridez genérica, hibridez que también se hace patente por la imbricación de elementos como la metaficción histórica, lo testimonial y el conflicto entre ficción e historicidad.

La protagonista se llama Lía y es esbozada desde el principio, mediante un poema de Edward Estlin Cummings que funciona como epígrafe:

  Tú que tienes doce años   y padeces simplemente gonorrea criatura   de viejos ojos, a   la ambiciosa pequeñez   de unas botas diminutas

¿qué añadirá la muerte?

Respecto a la protagonista, también resulta relevante el título del primer capítulo, “Todo lo que recuerdo y lo que no,” pues por un lado alude a su memoria y, por otro lado, señala sus grandes vacíos físicos y emocionales.

La novela se desarrolla a partir de la imagen que cada personaje hace de sí mismo, de los fragmentos de testimonios sobre la cotidianidad de la postguerra sandinista y sobre la guerra posterior que, como telón de fondo, dibujan el fracaso y la traición perpetrada cuando la lucha popular por el cambio se pervirtió, tanto por mutilaciones internas como por la intervención exterior.

Los relatos, cargados de una buena dosis de violencia visual, quedan detenidos en el tiempo como fotografías, similitud que sirve para resaltar un conflicto que está paralizado, sin posibilidades de cambio. También evoca el fotomontaje, ya que cada personaje, con su respectiva visión, se replica, pero bajo la mirada del otro. Aunque algunos capítulos están a cargo de un narrador omnisciente, en todos se exploran distintos aspectos y puntos de vista sobre los efectos de la violencia, la que se vuelve más acuciante en el caso de Lía, por la opresión que ha padecido desde niña.

La extrema violencia impide el diálogo, ya que ningún narrador tiene la capacidad de entenderse a sí mismo ni a los otros. La perspectiva en primera persona enfatiza la imposibilidad de ver hacia fuera y la colección de auto-biografías subraya el hecho de que todos están escindidos: no hay un “nosotros,” sino un “yo” y un “otro.”

La existencia de cada personaje es catastrófica, una sobreexposición de imágenes que se repiten continuamente y que muestran...