Abstract

La Revolución Científica llega tarde a la Península Ibérica. Al principio del siglo XVII, el escepticismo de Francisco Sanches y Baltasar Gracián sugiere que la realidad no puede conocerse. La ciencia española de los siglos XVI y XVII, una ciencia que no es nada más que una prolongación de la renacentista, carece de un Descartes o de un Newton, dos filósofos naturales cuyos hallazgos rompen con la tradición aristotélica y forman la base de la ciencia moderna. En España, vemos el mismo espíritu innovador no en las ideas de los escépticos, sino en la obra de Cervantes, un autor que descubre en el pensamiento renacentista los orígenes de la epistemología moderna. En La cueva de Salamanca, el estudiante Carraolano se convierte en otro Vulcano. Pero en vez de forjar objetos de arte de la “materia crasa” de la tierra, Carraolano transforma la “materia crasa” del Sacristán y del Barbero en las figuras demoniacas que salen a la “sala-manca” o sala vacía del entremés. Carraolano es un Vulcano moderno que, al forjar la nada, exige que todos los espectadores construyan el significado de la escena. La epistemología que forja Carraolano en la casa de Pancracio tiene el mismo carácter constructivo que la ciencia moderna: parcial y pública, humana y comunal. En La cueva de Salamanca, Carraolano convierte el escepticismo en ciencia.

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