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  • De nuevo sobre la funcionalidad apologética de la traducción y el comentario de la Divina Comedia de Villegas (1515)
  • Cinthia María Hamlin

La primera traducción castellana impresa de la Divina Comedia (Burgos, 1515) fue realizada por Pedro Fernández de Villegas a pedido de Juana de Aragón, hija natural de Fernando el Católico y mujer del Condestable de Castilla, Bernardino Fernández de Velasco. Esta versión del Infierno en coplas de arte mayor, además de contar con numerosos versos agregados de cuño del propio traductor–amplificaciones derivadas del problema que le suscita el traspaso de una o dos terzine a la copla de 8 versos–, está acompañada de un extenso comentario dispuesto alrededor de cada copla, [End Page 77] en el cual utiliza como fuente principal el Comento de Landino (1481), de quien traduce, a su vez, hasta fragmentos enteros.1 Se trata éste de un texto bastante olvidado y poco estudiado por la crítica: los escasos trabajos al respecto se limitan en su mayoría a analizar fragmentos de la traducción–abordando el problema de la lengua, del léxico, de sus amplificaciones u omisiones–con el fin de dar cuenta de la marcada intencionalidad didáctico-moral de Villegas.2 De hecho, los dos estudios más exhaustivos sobre este texto, inéditos–el de Andreu Lucas, que se concentra en la traducción y sus amplificaciones, y el de Fine, único que se centra en el comentario y en el análisis de las auctoritates utilizadas (clásicas, bíblicas, patrísticas y literarias)–coinciden fervientemente en acentuar esta intención didáctica y moralizante que determina la “reescritura” de Villegas, en un caso del texto dantesco y, en el otro, de la glosa. Esta fuerte impronta didáctico-moral lleva a la crítica a concebir el texto ya sea como atrasado en relación a las nuevas modas culturales (Andreu Lucas; Beltrani), ya como un exponente del humanismo cristiano peninsular, en tanto propagandista de la fe católica (Recio; Mondola). Todos estos estudios, por ende, a la vez que dan cuenta de este aspecto innegable del texto, no le prestan suficiente atención a su funcionalidad contextual–tanto la política como la cultural en un sentido más amplio–, ni a la complejidad que la glosa le otorgaría a la obra.3 Hemos [End Page 78] intentado subsanar estas “lagunas críticas” en nuestros últimos trabajos, donde, además de dar cuenta de las numerosas huellas del humanismo europeo y del “humanismo vernáculo” (Lawrance) que presenta el texto, desarrollamos cómo tanto la traducción como el comentario emergen en el marco de la corte regia–que se hospedaba en el Palacio del Condestable durante sus largas estadías en Burgos–, y tienen marcadas características apologéticas.4 Villegas se reapropia del texto dantesco y del Comento de Landino de acuerdo a sus parámetros ideológicos y culturales, influidos ampliamente tanto por el aura milenarista y mesiánica que rodeaba las figuras de los Reyes Católicos, en especial de Fernando, como por los discursos legitimadores de poder que circulaban y se promovían desde la corte y que la propaganda fernandina impulsa con más vehemencia, sobre todo, a partir de 1506 cuando su imagen, al asumir la regencia de Castilla luego de la muerte de Isabel y de Felipe el Hermoso, más necesitaba de legitimación. Todo esto resulta evidente en la particular reescritura que hace Villegas del material profético dantesco del primer canto, la cual analizada a la luz de algunos textos proféticos y literarios que circulaban en estrecha relación con la propaganda fernandina (como la Batalla campal de los perros y los lobos de Palencia o el Tratado profético de Juan de Unay) ha permitido entrever el tipo de resignificación al que Villegas lo somete–a través de la incorporación de nuevas imágenes y motivos–y las connotaciones propiamente hispanas que se derivan de él: este texto, leído en un ambiente embebido por el entramado de todo un sistema de textos proféticos que...

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