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AMOR Y LEALTAD EN LYLY Y CALDERÓN John Poeterà, California State University, Northridge A la distancia de más de medio siglo y de dos distantas culturas en auge, John LyIy (1554-1606) y Calderón de la Barca (1600-1681) llevan a las escenas el mismo sujeto: el poeta británico, con su drama Campaspe; el español, con Darlo todo y no dar nada. Trátase de una dramatización, medio histórica y medio fantástica, del amor de Alejandro el Magno por una cautiva rebana, Campaspe , de quien también se queda prendado su pintor de cámara, Apeles. La hermosa Campaspe es el punto de convergencia de un doble impulso erótico; el del soberano, en quien la pasión brota del deseo más que del sentimiento: el del pintor, en quien el amor se realiza con la múltiple totalidad de su arrastre. En ambas obras, la mujer se ubica en la equidistancia de su recato y la defensa de libertad de selección. Pero la presencia de un amante del rango imperial complica la relación amorosa por las presiones del rivalismo en el plano individual y de la lealtad del subdito para con su soberano en el plano social. En el fondo, ambos autores plantean el problema — siempre actual bajo otros aspectos — del individuo frente al poder , y de la desigual tensión que surge cuando el poderoso y el menesteroso compiten por el mismo objective El conflicto se acentúa porque el tema del amor se relaciona con el del honor en Campaspe, y de la lealtad en Apeles. Su problemática afecta a los individuos involucrados y humaniza a un monarca que por sus empresas y poder tenía proporciones sobrehumanas. El amor, si lo lograra fácilmente, contribuiría a levantarlo a un nivel de superioridad, acentuando sus conquistas territoriales con las conquistas amorosas. Pero el amor es un sentimiento Ubre e imprevisible , y no se rige ni por las normas del poder ni por los dictámenes de la lógica. Aun los dioses, anota LyIy, empapado de mitos clásicos y experiencia humana, luchan en vano contra el amor y sus divinos caprichos. Las leyes del corazón están por encima de la fuerza de la razón y de la razón de la fuerza. Las mismas cautivas del drama de LyIy intuyen esa dialéctica cuando admiten que sus "neckes are yoaked by force, but whose hearts cannot yeelde by death."1 Amor es libertad, confirma la tradición del teatro clásico español. Pero la cautiva que sostiene la libertad del corazón está tan expuesta como cualquier ser humano a perderla bajo el flechazo de Cupido, y así ocurre que allá donde fracasa el emperador más poderoso triunfa el humilde pintor. Paulatinamente Campaspe se enamora de Apeles. Pero el poder aplasta; y el arte seduce. Es así como el mismo soberano facilita la correspondencia de sentimientos entre la cautiva y el pintor, al pedirle a éste que retratara a la hermosa Campaspe. La postura entre el clasicismo eufuista de LyIy y el desdoblamiento barroco de Calderón ya empieza a ponerse de manifiesto en esta escena. Pues Apeles, en el drama inglés, va temporizando para quedarse lo más que pueda en compañía de la hermosa mujer — reflejo en fin de las cortesanías renacentistas — y trata de convencer al rey de que es casi imposible captar la belleza natural de Campaspe. Recuérdese que el canon estético renacentista es la mimesis aristotélica — el arte es imitación de la naturaleza, no tal como es, sino como debiera ser — y en eso el deseo de dilatar la obra para lograr la 96 perfección artística coincide con el de gozar el ideal de hermosura universal en la persona particular. En cambio, el Apeles calderoniano logra fijar una chispa de vida en las facciones pintadas, y descubre la autonomía de la vitalidad artística por encima del objeto imitado. Repárese en las palabras de asombro de la misma Campaspe ante su retrato:¿Soy yo aquella? ¡Oh, soy yo, yo! Torpe lengua enmudece...

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