Tengo mucho gusto en presentar este magnífico libro de Rafa Herrera, que trata sobre un poeta de su misma tierra y apellido. Es el fruto tempranamente maduro de un buen conocedor de la literatura griega, latina y española-polifacetismo cada vez más raro en nuestros días-. Y conociendo bien esos tres eslabones de la cadena de la tradición clásica se tiene la clave-nadie lo dudará-para resolver muchos problemas textuales, para dictaminar con acierto sobre dependencias en un sentido o en otro. Es éste un libro con una tesis bien concreta y explícita: que Herrera es un poeta ampliamente deudor de Horacio en temas y formas, a pesar de la opinión, restrictiva en este sentido, de Menéndez Pelayo, y de la corriente crítica que tiende a definirlo exclusivamente como petrarquista. Y esta tesis se prueba oportunamente a lo largo de las siguientes páginas con todo lujo de evidencias y ejemplos, poniendo de relieve, además, que el presunto pindarismo de Herrera no es sino un pindarismo mediato, es decir, otra forma más de horacianismo. Creo que la obra será un homenaje especial rendido a Herrera en el cuarto centenario de su muerte, y al mismo tiempo una llamada de atención, que deberá ser tenida en cuenta, a la crítica herreriana. Así, lo que comenzó siendo una muy buena memoria de licenciatura-que yo tuve la suerte y el honor de dirigir-, premiada por la Sociedad Española de Estudios Clásicos, se convierte ahora, con mucho más trabajo acumulado y una más amplia y honda experiencia filológica, en una obra sólida, con un mensaje nítido y perfilado. La pluralidad de campos a que se refiere hace, por añadidura, que sea objeto de un interés multidisciplinar, porque no sólo se explican aquí una serie de constantes en la lírica de Herrera, sino que también se alumbra una parcela, antes ensombrecida, de la pervivencia de Horacio y Píndaro. Por otra parte-y me complace señalarlo-, la prosa de Rafa Herrera, exenta de vacuas y fosforescentes terminologías, se lee con sumo agrado, de modo que la utilidad se mezcla en ella oportunamente con el disfrute. No necesita, en efecto, la crítica literaria de ninguna jerga especial. Y para que no todo sea prosa, ahí está el soneto final, conclusivo, que califica al autor también como buen poeta. Y es seguro que, por serlo, aparte de por las razones ya mencionadas, entiende tan bien a los otros poetas y detecta con ojo perspicaz los lazos que los hermanan.