La riqueza arquitectónica del Toledo del siglo XIII no puede reducirse a dos o tres términos estilísticos. De poco sirve hablar del “mudéjar toledano” o del “gótico,” para explicar la singularidad de la iglesia de San Román, del triforio islamizante de la catedral, o de la Sinagoga de Santa María la Blanca entre muchos otros edificios toledanos coetáneos. La decisiva personalidad del arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, la revolución de las fórmulas artísticas procedentes de Francia, el historicismo que desencadena la tradición de la comunidad mozárabe, o la asimilación del paisaje monumental andalusí que produce en Toledo un movimiento historicista neo‐califal, explican la diversidad y riqueza artística desbordante de la ciudad en el siglo XIII y, a su vez, la esencia del particularismo del arte bajomedieval de la Corona de Castilla y León. El arte de la ciudad de Toledo de los siglos XIII y XIV recibe aportes diversos y continuos que se van renovando con el tiempo, en función de las conquistas cristianas. No fue un proceso monolítico sino versátil y cambiante, gracias a la influencia de las grandes capitales y centros creadores de al‐Andalus y a sus monumentos admirados y reutilizados por los cristianos. Gran protagonismo alcanzó la mezquita omeya de Córdoba y especial importancia hemos dado al reciente descubrimiento de Santa Clara de Sevilla, que nos presenta una imagen de la ciudad hispalense del siglo XIII hasta ahora desconocida.