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  • Calderón y la inercia (de la) crítica
  • Enrique García Santo-Tomás

El nuevo libro de Jesús Pérez-Magallón, Calderón. Icono cultural e identitario del conservadurismo político (2010), constituye un importante avance en la genealogía de estudios en torno a la recepción crítica del teatro áureo, que ha contado en las últimas décadas con trabajos como los de Manuel Durán y Roberto González Echevarría, Henry Sullivan o el mío propio. Con ellos se ha ofrecido no sólo un panorama desde el que apreciar el legado de nuestros dramaturgos áureos, sino también un marco conceptual con el que enfrentarse a las preguntas más acuciantes: ¿cómo se define un clásico? ¿Cuándo el escritor se convierte en mito? ¿Qué es, en realidad, la historia literaria, entendida como conjunto de fuerzas enfrentadas? ¿Por qué leemos determinadas piezas y descartamos otras? ¿Cómo se forma y evoluciona un canon? ¿Qué es una colección, una cartelera, un plan de estudio? Y, en el paradigma en el que me centro ahora, ¿qué evoca—y por qué—el apelativo calderoniano?

Nos encontramos aquí ante un detallado recorrido que traza la fortuna crítica de Calderón desde los años inmediatamente posteriores a su muerte hasta los inicios del franquismo en España, analizando aquellos mecanismos culturales y circunstancias sociopolíticas que determinaron la apropiación del dramaturgo áureo por parte de sectores conservadores con el fin de convertirlo en icono nacional. Pérez-Magallón conjuga de forma magistral la creación literaria, la historia del teatro, la evolución de las ideas estéticas, los avatares varios de la escena política española e incluso otras disciplinas aquí ancilares como el periodismo o la industria editorial; áreas del conocimiento, a fin de cuentas, que resultan necesarias a la hora de trazar los procesos [End Page 408] de inclusión y exclusión del canon de todo autor u obra en cualquier marco diacrónico. Estamos, de hecho, ante un modélico ejercicio de sensibilidad y erudición, de profundidad y pericia en el manejo de fuentes primarias, así como ante una lograda fusión de trabajo de archivo, estimulante close reading y fructífera reflexión teórica. Y al tiempo que se identifican y ponen en evidencia las simplificaciones y maniobras en la historia intelectual española que han manipulado y desvirtuado la praxis calderoniana, se explican de igual forma las contingencias que han forjado tal o cual imagen del dramaturgo, la razón del éxito de tal o cual pieza y la preponderancia de tal o cual faceta de su creación que, en definitiva, hemos acabado heredando en el presente sin preguntarnos, en ocasiones, por su razón de ser.

Calderón es un prolijo análisis de casi cuatrocientas páginas dividido en una introducción, nueve capítulos y una bibliografía. La pervivencia calderoniana se va iluminando en orden cronológico a través de nódulos hermenéuticos—querellas, controversias, hitos interpretativos, intervenciones públicas, iniciativas editoriales . . . —que se analizan al detalle desde todos sus vectores. La creación de Calderón—y no tanto el propio Calderón—es a fin de cuentas el tema central de este libro, el cual revela cómo la historia literaria es a veces caprichosa, sorprendente e injusta; revela, igualmente, cómo sus comunidades interpretativas, no siempre cultas o mínimamente tolerantes con lo nuevo, pueden reducirse en ocasiones a una o dos voces con una agenda predeterminada, tal y como ha pasado también con la fortuna crítica de otros clásicos como Cervantes o Lope. Porque lo cierto es que, salvo excepciones muy contadas, la lectura de las piezas teatrales, lo que nos quiso contar el genio barroco a través de sus versos, ha quedado normalmente relegado a un segundo plano por la necesidad imperiosa de abstraer y sublimar; flaco favor, en definitiva, a un Calderón que jamás pecó de simple, ni de monótono, ni de repetitivo.

En la Introducción ("Pluralidades del barroco, identidad nacional y recepción de Calder...

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