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  • "El supremo bien de la libertad":Efrén Rebolledo, Nikko y la articulación de una identidad postnacional
  • Sarah S. Pollack

Dicen los historiadores entendidos que todos los mexicanos que asisten cada 16 de septiembre a la conmemoración del inicio de la guerra de Independencia repiten en más de un modo la agenda oficial transmitida por los festejos del centenario de esa fecha que en 1910 organizó la exigua dictadura de Porfirio Díaz. Aunque difícilmente podría decirse que en aquellos días se logró un consenso ideológico, el resultado de ese evento fundacional del nacionalismo mexicano está presente en todo el siglo XX. Pudo incluso sentirse en toda su expresión en la pasada celebración del bicentenario que, en medio de una generalizada descomposición política y social, el presidente Felipe Calderón se aferró a llevar a cabo. Y a pesar de algunos chispazos de auténtica oposición, es indiscutible que las fiestas del centenario de la Independencia en 1910 modificaron para siempre los rituales políticos del país.

Ciertamente fueron notables los reclamos abiertos, como el llamado a la "democracia y libertad" (73) que Justo Sierra, entonces secretario de educación pública, pronunció en su discurso de inauguración de la Universidad Nacional ese 1910.1 También fue clara la crítica al positivismo porfiriano que el Ateneo de la Juventud, fundado meses antes, llevó a cabo durante el ciclo de conferencias que ofrecieron alrededor del centenario.2 No obstante, el colectivo intelectual y político que participó [End Page 405] en los festejos de 1910 no atinó a formular una crítica eficaz a la maniobra de realpolitik que implicó esa fecha clave prevista por el porfirismo y que habría de sobrevivirlo indefinidamente. Habría que esperar hasta la caída de Díaz y el triunfo de Madero para que los miembros del Ateneo consolidaran su imaginario alterno de nación en la obra de José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán y Alfonso Reyes. Este último, por ejemplo, escribe una elogiosa reseña de la Antología del Centenario, con la que Pedro Henríquez Ureña y Luis G. Urbina, patrocinados por Justo Sierra, reunieron una selección de poesía y prosa del siglo anterior como parte de la celebración. La antología, según Reyes, se propuso "orientar así el instante histórico" para "comenzar por los verdaderos orígenes de esta época nacional" ("La antología" 277).3 El caso de Reyes no es el único. De hecho, como señala el historiador Mauricio Tenorio, los funcionarios, historiadores, intelectuales y científicos que participaron en la organización de la celebración del centenario "se regían por una mezcla, si equívoca, cristalina de pragmatismos y utopías" (45). Bajo esta mezcla, todos los involucrados asumieron un imaginario colectivo que defendió a ultranza abstracciones hegemónicas sobre la modernización del país, los supuestos logros de paz y justicia del Estado, y la renovada actitud cosmopolita y universal de su identidad nacional. De este modo, toda crítica al sistema se enunció sobre la base de una serie de paradigmas que posibilitaban la discusión justamente porque funcionaban como el presupuesto epistemológico en común de todos los participantes en el debate. Explica Tenorio: [End Page 406]

hoy lo que esos porfirianos hicieron, nos guste o no, es lo que los mexicanos saben de memoria, la memoria que cuentan y la memoria que los cuenta. A la distancia, la Revolución asemeja un echar a perder la puesta en escena del centenario porfiriano, pero es una ilusión óptica. La Revolución significó violencia y cambios pero no el fin del guión de certezas que dictó la celebración de 1910. Tan sólido era el guión pensado en 1910 que en 1921 los revolucionarios en el poder lo siguieron al pie de la letra al celebrar el centenario de la consumación de la independencia.

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Ante tal fuerza del imaginario nacionalista implantado en la celebración del centenario, aparece en el panorama literario de ese 1910 una anomalía: el...

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