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  • Conversaciones con Picón Salas
  • Julio Ortega

De todos los grandes ensayistas latinoamericanos con quien me hubiese gustado conversar es con Mariano Picón Salas (1901–1965). Leyéndolo a lo largo de los años, uno puede reconocer, entre tantas voces, la entonación de la suya, distintiva, y volver a sus páginas como quien retoma una charla interrumpida. Leer es conversar. Pero la suya es una conversación a la vez plena y gentil; llena de actualidad aunque sabiamente desasida de las opciones de turno; sutil y compleja en su análisis y, a la vez, fluida y ajena a todo énfasis. Es una conversación que nos imagina como interlocutores hechos en la inteligencia del diálogo, en ese ámbito de la atención, donde el lenguaje nos hace mutuos, o sea, más humanos. Si Borges es responsable de haber renovado el ejercicio de la lectura, al conferirle el poder de la duda y la ironía, Picón Salas debe ser responsable de haber renovado la interlocución, al convertir al lector en un dialoguista en el proyecto de hacer de lo real una conversación civilizada.

De allí que las grandes y durables virtudes de este escritor no se impongan nunca al lector. Sus afirmaciones están matizadas por el protocolo de la opinión; es decir, por la modestia y la excusa, por el relativismo de la afirmación personal o subjetiva. Le molestaba lo que llamó el “yoísmo,” esa primera persona que dice “yo” como quien da un puño en la mesa. Jamás sus opiniones son imperiosas ni buscan encimar las de otros, no son altisonantes ni pretenden cambiar las nuestras. Por eso, uno extraña la mesura refinada de esa voz familiar, sobre todo ahora que predominan los juicios encarnizados, el imperativo de la verdad única, y la promiscuidad opinadora. En su “Pequeña confesión a la sordina” (1953) escribió: “Y como son las palabras las que producen las más enconadas e irreparables discordias de los hombres, a veces he cuidado–hasta [End Page 77] donde es posible– la sintaxis y la cortesía, con ánimo de convencer más que de derribar.” La sintaxis y la cortesía: ese sería el lema de este ensayista discreto. Porque si la sintaxis es el orden del mundo en el lenguaje, esto es, el espíritu geométrico que da razón del mejor entendimiento, la cortesía es el orden de la sociedad en el diálogo, el principio ético de reconocer el turno del otro en el nuestro.

Escribiendo sobre el Nuevo Mundo, Montaigne lamentó alguna vez que Platón se hubiese perdido las noticias del descubrimiento de América. Pero, en verdad, no lo lamentaba por Platón sino por él mismo, porque se había perdido conocer sus reacciones y comentarios. En buena cuenta, Montaigne hubiese querido compartir la mesa de Platón para charlar sabiamente a gusto sobre tan grandes noticias. Porque parecía echar de menos una dimensión arquetípica del conocimiento: la intimidad de la charla, esa escena original del asombro pensado. Muchas veces, Picón Salas parece necesitado de conversar con los héroes culturales del pasado. Y lo hace, en efecto, con Francisco de Miranda, Andrés Bello, Rubén Darío, José Martí, Domingo Faustino Sarmiento… Pero está libre de la superstición biografista, y revela su estirpe intelectual en su interés central: las ideas, los movimientos estéticos, los fenómenos históricos. En definitiva, la historia de la cultura como diálogo creativo, que nos remonta al pasado pero para enriquecer nuestro presente y no para pasarle los cargos de los déficits actuales, de los que somos responsables.

Por eso se puede decir que Picón Salas, en sus grandes libros (De la Conquista a la Independencia, 1944; Formación y proceso de la literatura venezolana, 1940) y en sus ensayos de reflexión americanista, hizo dialogar a Hispanoamérica consigo misma y con Europa. Fue, es cierto, un historiador de la cultura, que en lugar del tratado académico utilizó el ensayo histórico, no menos erudito pero más...

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