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  • Especulaciones sobre la ciudad letrada y el intelectual latinoamericano
  • Gustavo Faverón Patriau

Las que siguen son dos afirmaciones de Ángel Rama en La ciudad letrada. La primera, que la ciudad es "el sueño de un orden" y la encarnación de ese sueño; la segunda, que la ciudad encuadra un nuevo modo de vida al ser elementalmente una nueva forma de distribución del espacio (1). Con ellas, una duplicidad y un desplazamiento evidentes se presentan desde el inicio del libro: la ciudad es un constructo teórico, el sueño de un orden—el signo medianero entre las palabras y los objetos—, pero es también la materialización de ese sueño, es decir, es un objeto. Podemos entender, entonces, el sueño como un proyecto y, con más precisión, como un proyecto teórico que implica la conversión del proyecto en una praxis. La ciudad será, además, el marco para una nueva modalidad de socialización, que modificará a sus habitantes. ¿Quién sueña ese orden que es la ciudad? Con sutileza dialéctica, Rama escribe: "los conquistadores que la fundan progresivamente la entienden y se adaptan a ella" (1). En ese argumento resuena un relato teológico: la invención de una entidad superior, concebida por el hombre, pero a la que el hombre deberá someterse, una divinidad engendrada, como todas, por el necesario deseo cósmico, integrador, del ser humano: una entidad imaginaria. El proyecto, escribe Rama, nunca esconde su conciencia razonante (1). Fuera, en un locus distinto de la conciencia de los conquistadores que lo encarnan, el proyecto deja de ser un ente razonado por alguien para ostentar su propia conciencia razonante, y no esconde tampoco la intención de destinar a esos conquistadores hacia "un futuro asimismo soñado de manera planificada" (1).

Llegados a América, escribe Rama, los conquistadores han atravesado el Atlántico, pero también el tiempo, y han ingresado en un "capitalismo expansivo y ecuménico, todavía cargado del misioneísmo medieval" (2). Para Rama, el episodio que fundará la historia moderna—aún desde su protohistoria barroca—, habrá de ser el arraigo del capitalismo en tanto forma de producción y de diseño social. El capitalismo será—digámoslo en clave historicista—el primer espíritu de la ciudad letrada, un "modo de la cultura universal" (2). Y, como todo aquello que es universal, el capitalismo será europeo: formado desde la armazón de las monarquías absolutas, con la complicidad de la Iglesia en las misiones evangélicas y en la suscripción contractual de su alianza con el Estado, fortalecido en la centralización de las grandes cortes y vuelto tangible en la ciudad [End Page 153] barroca (2). ¿Por qué, si ese capitalismo es eminente e indiscutiblemente europeo, los conquistadores deben orillar en América para, cruzando el tiempo, llegar a él? Rama supone que el impulso de la mente idealista abstracta que se forma en (y le da forma a) el capitalismo europeo, no puede transformar la urbe del viejo mundo pues, ante sus muros y en sus bibliotecas, pero sobre todo en sus calles, se estrella contra "la concreta acumulación del pasado histórico" (2). En cambio, en América, los conquistadores podrán hacer una abstracción racionalista de las "ingentes culturas" autóctonas y emprender una política de tabula rasa: desconocerán el tiempo ajeno, y, entre las puntadas y los cortes de esa operación artificiosa, dejarán de percibir una acumulación concreta del pasado histórico americano, de modo que su idealismo abstracto no se topará con obstáculos para su expansión. El vacío teórico de América se torna escenario para la consolidación de un nuevo orden social, proyectado por la razón y construido desde ella.

Sostiene Rama que los conquistadores fueron descubriendo un modo racionalizador que la experiencia colonizadora les impuso (3). Pero, en tal afirmación, queda implicado un desplazamiento con respecto a lo dicho antes: los modelos del idealismo inicial, de índole europea, deberán transformarse y dar lugar a un nuevo idealismo, o, por lo...

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