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  • La cesura imposible:La cuestión de fronteras en la cultura argentina (1870–1889)
  • Hernán Feldman

A lo lejos, como una faja negra, se divisabaen el horizonte la ceja de un monte.—Allí es Leubucó—me dijeron,señalándome la faja negra.Fijé la vista, y, lo confieso, la fijé como sidespués de una larga peregrinación por lasvastas y desoladas llanuras de la Tartaria,al acercarme a la raya de la China, mehubieran dicho: ¡allí es la gran muralla!

(Lucio V. Mansilla, Una excursión a los indios ranqueles 109)

"¿De quiénes iba a defendernos la Gran Muralla?" (88), se pregunta el protagonista de "La edificación de la Muralla China," un relato que escribe Franz Kafka en 1916 y que Jorge Luis Borges traduciría en 1979. Articulado por un hombre que pertenece a una generación de jóvenes cuyas vidas enteras se convierten en el predicado de la muralla que se estaba construyendo en el extremo norte del imperio, el interrogante resulta tan perentorio como indescifrable. Si la distancia geográfica entre el narrador de origen sureño y la ubicación norteña de la muralla abre un abismo que difumina toda certeza sobre la razón de ser de la empresa, todo aspirante a albañil del imperio deberá sin embargo aplazar las dudas para poder participar de la monumental obra. "Trata de comprender con todas tus fuerzas las órdenes de la Dirección," [End Page 404] pontificará una suerte de voz en off con acento soberano, "pero sólo hasta cierto punto; luego, deja de meditar" (88).1

En el envés de esa incertidumbre que invita a suspender los cuestionamientos y a poner la mente en blanco, paradójicamente, emergen las prioridades que dan forma a la autoridad de un conocimiento científico equipado con los engranajes necesarios para interrumpir preguntas incómodas y legitimar campos del saber. Los imperativos geopolíticos que el imperio emplaza, entonces, determinan que la arquitectura y la albañilería se conviertan en ciencias madres y desplacen en importancia a todas las otras disciplinas, al punto tal que el narrador recuerda una infancia marcada por juegos supeditados menos a la diversión que a una pedagogía atravesada por el gran proyecto defensivo. "Recuerdo todavía que nosotros, niños tambaleantes aún," rememora el joven albañil con amarga nostalgia, "nos juntábamos en el jardín del maestro, para levantar con piedrecitas una especie de muro, y que el maestro se remangaba la túnica, arremetía contra el muro, lo hacía naturalmente pedazos y nos vociferaba tales reproches por la fragilidad de la obra que nosotros huíamos llorando en todas direcciones en busca de nuestros padres" (83). Los súbditos del Emperador se van tornando así en un pueblo de especialistas en albañilería, aunque el largo aliento de la empresa provoca que los que ya eran mayores cuando la fiebre de la construcción comenzó ni siquiera llegaran a poder aplicar sus conocimientos, y así "vagaban sin rumbo, llena la cabeza de vastos planes arquitectónicos, sin oportunidad y sin esperanzas" (83).

Las perplejidades que la voz narrativa de este relato factura de cara a la ubicuidad de la soberanía imperial, de alguna manera se convierten en un eco geográfica e históricamente distante, pero culturalmente inminente con respecto a las fricciones, convergencias y desacuerdos que se producen en la cultura argentina cuando el ministro de guerra Adolfo Alsina decide llevar adelante en el año 1876 la construcción de una zanja con el fin declarado de contener las "depredaciones" indígenas de las que eran objeto los ganaderos blancos en el sur y el oeste de la provincia de Buenos Aires.2 En efecto, será Juan José [End Page 405] Saer quien afirme que este foso de cien leguas se convertirá en una tentativa kafkiana avant la lettre.3 Si el enigma que el protagonista de Kafka resume en una insidiosa pregunta dialoga con una noción de soberanía que se conjuga con un estado de guerra sordo y persistente, en el caso argentino podremos ver...

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