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LAS COLINAS SUEÑAN EN ESPAÑOL 224 Ninguna de las dos consiguió a Martín Walters. Él y Andy habían planeado seguir el consejo de Horatio Alger. Viajaron en tren sin billete hasta la costa oeste. No se podía encontrar trabajo en la zona de Los Angeles. Fueron a San Francisco y se encontraron con la misma situación. Más o menos seis semanas después, llegó una carta a casa proveniente de Deadwood, en el Sur Dakota. Andy quería que mamá le mandara su ropa. Él y Martín estaban trabajando en un rancho. Fui a la agencia Express en Clarkston con una pesada caja de cartón llena con la ropa y los zapatos de Andy. Nunca la recibió. Justo seis meses después de que Andy se hubiera ido de casa, me despertaron los pies helados de alguien contra los míos. Miré, y en el resplandor de la estufa, vi a Andy en la cama conmigo, profundamente dormido. Faltaban dos días para Navidad y nos pusimos todos muy contentos de tenerlo con nosotros. Nos tenía preocupados pues nos había mandado una carta comentando el duro clima del oeste. Martín Walters no volvió con él. Se quedó en el rancho trabajando de vaquero . El ranchero tenía dos hijas. Martín se casó con una de ellas y se convirtió en un miembro de la familia. Varios meses más tarde, llegó una carta dirigida al tío de Martín. Martín, decía la carta, se había matado accidentalmente al intentar subir una valla. Llevaba el rifle en la mano izquierda y mientras se agarraba con la derecha, se disparó justo debajo de la barbilla. Murió en el acto y fue enterrado en el rancho. Capítulo 12 C ientos de españoles vinieron a los Estados Unidos entre 1900 y 1920, casi todos de la provincia de Asturias. Los hombres venían a trabajar en los 25 o más altos hornos de zinc espacidos por los pueblos y comunidades rurales de diez estados. Las mujeres trajeron miles de niños al mundo en América, además de los cientos que se habían traído del viejo mundo. Al principio, vivían en colonias, luego en vecindarios, manteniendo las costumbres y los hábitos del viejo mundo. Se les aceptaba sin dificultad en algunas comunidades, en otras se tardó varios años, y en otras siempre se les consideró con resentimiento y como extranjeros que venían a robar trabajo. Muchos de esos españoles se naturalizaron en cuanto hubieron vivido los cinco años prescritos por la ley antes de poder pedir la ciudadanía; sus mujeres y sus hijos se volvían automáticamente ciudadanos americanos en cuanto el jefe de la familia se hacía él mismo ciudadano. Los hijos nacidos aquí se convertían en ciudadanos americanos por derecho de nacimiento en el país. Algunos españoles esperaban años antes de pedir la nacionalidad por su incapacidad de aprender el inglés. De hecho, muchos de los hombres y mujeres que vinieron a América nunca aprendieron suficiente inglés para poder ser entendidos. Pero a pesar de sus faltas y de sus debilidades, representaron una ayuda valiosa para su país de adopción. Trabajaron duro en la industria, ayundando a LAS COLINAS SUEÑAN EN ESPAÑOL 225 que América se convirtiera en la gran potencia industrial que es hoy en día. Trajeron prosperidad a miles de comerciantes y de negocios de todo tipo. Miles de chicas se casaron con “Americanos” y tuvieron niños que perdieron su identidad de spic. Mientras tanto, los niños de los chicos “españoles” y de la chicas “americanas” siguieron discriminados en muchas zonas por culpa de sus apellidos. Contrariamente a muchos de los demás inmigrantes que “anglicizaban” sus apellidos para disimular su país de origen, muy pocos españoles cambiaban su nombre, a pesar de lo difícil que podría resultar el subir los escalafones sociales. Hasta hoy, sólo conozco a dos familias que pensaron que su apellido sonaría más americano si cambiaban la “z” final por una “s”. Por alguna razón, la familia Artímez escribía su nombre Artímes, pensando que sonaba más americano. Y tenían razón, de alguna manera, pero no la tenían por haberlo hecho. La otra era...

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