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  • Microficciones
  • Laura Nicastro

EL PERRO Y EL GATO

Un perro y un gato muy amigos salieron de paseo. De pronto, se enfrentaron a un tumultuoso arroyo engrosado por las lluvias. El perro nadó hasta la otra orilla. El gato se detuvo, temeroso.

- ¡Salta al agua! –le gritó el perro-. ¡No seas cobarde y salta!

Unos días después, cuando el perro y el gato estaban en la huerta de su casa, apareció un alacrán. El gato brincó sobre una rama muy alta mientras que el perro aullaba, aterrorizado, desde el suelo.

- ¡Salta! –le gritó el gato-. ¡No seas vago y salta!

MAL CONGÉNITO

Tanto había sufrido por el mal de amores, que decidió solucionarlo aplicando el remedio propuesto. Adquirió un cuchillo pequeño y se sacó los ojos.

Ahora él camina (¿tranquilo?) guiado por la suave, la seductoramente suave mano de su hija Antígona.

PROFECÍA

- No se asusten -dijo Noé- es sólo un chubasco.

SÍSIFO

Lunes. Despertar a las seis.

Desayuno, niños, escuela, vajilla, las camas, aspiradora, lampazo y plumero, mercado. Lavarropas, escuela, niños, almuerzo. Gimnasia, planchado, curso, merienda, tareas escolares, computadora, agenda social, cena, baño. ¿Placer? A veces. ¿Descanso? Escaso, mientras por la noche la traidora roca se desliza hacia el valle.

Mañana será otro día: martes.

Y pasado mañana, miércoles.

Y así. [End Page 215]

LA TIGRA (Cuento)

Segundo Premio Concurso
Victoria Ocampo 2004

He venido a buscar la historia de mi padre con la Tigra.

Antes de abandonarnos a mi madre y a mí, él solía viajar a este pueblo perdido de la mano de Dios.

Fumo mientras miro por la ventana de la pensión donde me alojo desde que llegué. No ha dejado de llover. La dueña, una belleza pretérita alguna década mayor que yo, teje. Soy el único huésped. De a ratos se levanta y me prepara un café o me ceba mate.

Las pocas casas parecen deshacerse en la bruma que brota de las calles empantanadas.

- Realmente ¿nunca oyó hablar de mi padre? ¿Seguro que no lo conoció?

- No sé.

- Míreme bien. Dicen que soy su vivo retrato.

Me observa una vez más, como si no me hubiera visto nunca. Calla. "El ojo del amo engorda la hacienda" dicen que decía mi padre. Y viajaba.

- Una madrugada anunció que no volvería a casa.

La dueña de la pensión interrumpe el tejido, clava su mirada en el mate que sostengo entre mis manos.

- Se le enfría, termínelo.

Mi madre le tiró algo frágil, cuentan, tal vez un florero, hubo un gran estrépito en la oscuridad. Sé que me desperté gritando y aún hoy, tantos años más tarde, amanezco así, gritando porque un ruido de vidrios rotos me ha sobresaltado.

- ¿Le gustan los ravioles caseros? Tengo buena mano para amasar y la noche va a estar justo…

Se levanta y va hacia la cocina.

- ¡No me interrumpa! -ordeno. Son muchos años de callar, pienso. Y después ruego- Por favor…

Ella regresa a su asiento y con las manos sobre la falda no me quita los ojos de encima. Es bella, descubro.

- Aquella otra mujer, la Tigra, -sigo- nos fue despojando de a poco a través de mi padre. Primero fue hacienda en pie, después campos, más tarde las casas. Un día mi madre volvió del banco llorando: no quedaba nada, absolutamente nada en la cuenta. Empezó a desvariar. Salía de casa y había que buscarla en los hospitales, en las comisarías. Mi tía me llevó a vivir con ella. Yo apenas había cumplido los dos años, así que todo esto me lo contaron después. Varias veces me lo contaron. "Para que no salgas a tu padre" sermoneaba mi tía. No tengo ninguna foto de él, pero dicen que somos iguales. Por eso, si usted es de por aquí, debería haberlo visto.

- No sé -contesta-, en la época de la que usted me habla yo tenía otras [End Page 216] preocupaciones.

- ¿Cuáles?

Se encoge de hombros...

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