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  • Intertextualidad y alegorías metapoéticas de la muerte en El naufragio vertical de Felipe Vázquez
  • Sigmund Méndez

En el horizonte de la poesía mexicana contemporánea, la obra de Felipe Vázquez (Teotihuacán, 1966) destaca por la lucidez y el rigor de su propuesta. Así lo mostraron ya sus libros Tokonoma (1997) y Signo a-signo (2001), proyectos de una “escritura imposible” que se impone escribir de cara a la autoconsciencia de su muerte (Méndez, “Felipe Vázquez”). Vázquez ha desplegado también una labor literaria de varia invención, que incluye los libros De apocrypha ratio (1997), compuesto por “brilliant aphorisms” (Pearson 110), y la miscelánea narrativa Vitrina del anticuario (1998). De manera conjunta a su labor creativa, ha dedicado plausibles ensayos a figuras de la literatura mexicana como Juan Rulfo y, sobre todo, Juan José Arreola (la reciente edición de la poesía inédita de Arreola ratifica su relevancia como arreolista). Además de su intrínseco mérito crítico, en esas indagaciones (en particular, Juan José Arreola: La tragedia de lo imposible, 2003) se encuentra cifrada la Weltanschauung literaria de su autor. Transcurridos más de tres lustros de silencio poético, fruto de la concentrada labor de dos décadas de introspección y depuración compositiva, en 2017 ha visto la luz un nuevo libro de poemas, El naufragio vertical. Se trata de una obra original y de exigente factura, que el también poeta y crítico David Huerta ha saludado como un libro “ceñido y deslumbrante” (contraportada de El naufragio), conformado por poemas “de una densidad y solidez poco comunes” (Laurido Reyes 173b). En él se ahondan y se llevan al límite las exploraciones líricas y críticas de Vázquez, acrisolándose tanto en sus detalles como en el conjunto, y cuyo análisis atento revela la riqueza verbal y conceptual con el que se hallan minuciosamente tramados.

Presentando El naufragio vertical, Huerta ha recordado el gran poema mexicano del siglo veinte, Muerte sin fin de José Gorostiza. Por su parte, Laurido Reyes lo compara con el “Canto a un dios mineral” de Jorge Cuesta. Tales evocaciones no son arbitrarias: [End Page 121] sugieren tanto la índole de la obra como la validez de su logro. Aunque integrado por múltiples poemas, su trabazón interna conforma la consonante estructura de un poema único. Por ello y por su vigor estético, su estricto lenguaje y la hondura de su inquisitiva meditación, con auténticas texturas especulativas, cabe insertarlo en esa noble tradición mexicana que viene del Primero sueño de sor Juana Inés de la Cruz y continúan a su manera otras obras como Anagnórisis de Tomás Segovia o Incurable del propio David Huerta. En espera de un estudio integral, que explore más detallada y comprensivamente sus singularidades, este artículo intenta algunas calas en el elaborado tejido intertextual de El naufragio vertical, mostrando los diversos referentes literarios y simbólicos de los que echa mano para la creación de sus alegorías metapoéticas de la muerte.

Estructura general del poemario

De forma notoria, El naufragio vertical se distingue tanto por el esmerado trabajo de cada pasaje como por la metódica disposición del conjunto. A diferencia de lo que sucede en muchos otros casos, no es una colección de textos de naturaleza más o menos heterogénea, sino real y verdaderamente una composición orgánica, un libro de poemas. Su orden no deja lugar a dudas sobre su calculada construcción, que se despliega en once secciones, cada una integrada por siete poemas; es decir: setenta y siete textos en total. Esto puede dar pábulo a especulaciones sobre una suerte de “numerología” (Laurido Reyes 174b) necesaria para el desciframiento de esta cavilada arquitectura.1 Por una parte, copiosa es la carga de valores simbólicos adjudicada al número siete. Bastaría recordar un libro como las Hebdomades de Fabius Paulinus (1589), donde se exploran a partir de un verso de Virgilio sus múltiples significados, que incluyen, adem...

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