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Reviewed by:
  • Será larga la noche by Santiago Gamboa
  • Carlos Gerardo Torres-Rodríguez
Gamboa, Santiago. Será larga la noche. Barcelona: Penguin Random House, 2019. Pp. 406. ISBN 978-8-42043-893-1.

Esta última novela del escritor colombiano Santiago Gamboa, Será larga la noche, es urgente por la radiografía que hace de su país en el llamado periodo del posconflicto, es dolorosa por el absurdo caos que reina en las zonas rurales, es contundente por el estado de desesperanza y de permanente temor que caracteriza a sus personajes, es minuciosa en el paralelismo de las historias, es una novela necesaria en tiempos donde la paz sigue en vilo.

Gamboa recurre a la novela negra para recrear historias ficticias de la realidad colombiana en momentos álgidos donde el gobierno derechista, opuesto a la continuación del proceso de paz del anterior presidente, ha desviado su atención frente a los asesinatos de guerrilleros que entregaron sus armas, de indígenas inocentes, de guardabosques y de líderes sociales que continuamente aparecen sin vida al lado de las carreteras o en las laderas de los ríos. Es una situación real para insertar a sus personajes principales: una periodista, Julieta, y su asistente, Johana, una exguerrillera de las FARC, un fiscal, Edilson Javier Jutsiñamuy alias “el Tigrillo”, y un niño, Franklin Vanegas. El punto de partida es un enfrentamiento entre dos bandos desconocidos en una carretera perdida al sur del país, donde nadie ha visto ni oído absolutamente nada, pero llega la denuncia a la fiscalía de Bogotá. Con este planteamiento Gamboa divide la historia en cuatro partes entretejidas minuciosamente donde las averiguaciones, las conjeturas, las entrevistas a testigos, los viajes por ciudades y pueblos sin presencia gubernamental y la marcada reincidencia del papel de las iglesias evangélicas del país son los elementos fundamentales para crear un suspenso permanente dentro de una atmósfera policíaca. Buscar a los que se enfrentaron es, pues, el objetivo de la periodista y el fiscal.

La primera parte es quizás la más lograda. Está caracterizada por un sinnúmero de atisbos y pistas de los posibles implicados en la balacera cerca de Tierradentro al sur del país y que dejó tres muertos en la cuneta de la carretera que va a Popayán. A medida que las sospechas se van validando, nuevos personajes van entrando en acción. Es así como Fritz Almayer, pastor evangélico y principal sospechoso, entra en acción, así como las iglesias que trabajan en proyectos relacionados con la paz, “que era lo que tenía en efervescencia a la mayoría de las iglesias evangélicas del país, tentadas por los recursos del posconflicto” (66). De la misma manera, los abuelos del niño son los que empiezan a responder a una de las primeras pesquisas hechas por Julieta al percatarse que Franklin ha desaparecido. “El padre ya murió. Murió jovencito. . . . El niño no tiene mamá” (71). Ambos eran guerrilleros que murieron en combate antes de la firma de los acuerdos de paz.

Estas confesiones son las que van imprimiéndole a la trama la violenta realidad del posconflicto en Colombia y que Gamboa intercala muy hábilmente para enmarcar el rol del [End Page 144] periodismo investigativo y el rechazo que produce en las fuerzas oscuras del país representadas por el motociclista de casco polarizado que sigue a las periodistas, llámese sicario, el hombre de negro y los falsos pastores que embrutecen a campesinos pobres e hijos de desplazados con los asuntos de la fe.

La segunda parte es una denuncia abierta. La paz está firmada y la guerra está terminada. Los guerrilleros están acabando de entregar las armas para reinsertarse a la sociedad legalmente y los desplazados están volviendo a sus hogares. Sin embargo, los crímenes se siguen sucediendo, “la corrupción de congresistas y funcionarios, las comisiones ilegales, el desfalco al erario a través de contratos” (102) continúa. Las voces narrativas se van intercalando dinámicamente y las sospechas se van aclarando y, de paso, van mostrando cómo las secuelas de la...

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