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  • Igual que un Sueño
  • José E. Cruz

Este es un sueño muy peculiar pues todo lo que sucede en él es igualito a lo que pasa en la vida real.

Hace cinco minutos que leí esa oración en la historia de una escritora neoyorquina. Hace un minuto que escribo estas palabras en mi ordenador.

Ahora debo descansar, regresar a mi sueño para enterarme de lo que me ha sucedido en los últimos seis años.

Si uso un sueño como punto de partida es porque los hechos de ese período son muy dolorosos. El sueño, por el contrario, es como un colchón de pétalos.

Con el pasar de los años veo las cosas que me han pasado a través de una columna de niebla.

Ayer, por ejemplo, recordando la primera vez que vi a Maritza Quiara, en el año de 1973, confundí la memoria de su presencia con la entrada discreta de Cristina en mi salón de clases el día 28 de agosto del 2010.

En su apariencia, Maritza y Cristina no podrían ser más distintas que una soga y una cabra. Sin embargo, al ver a Cristina quedé estupefacto pues pensé que estaba viendo a Maritza y su imagen me dejó trastornado.

Después de un largo rato mirando a Cristina de soslayo, como si no existiera, me di cuenta que estaba soñando y en el momento en que comprendí la estructura de mi percepción y el sentido de mi comportamiento, supe que las dos eran la misma persona, y que Cristina era no más que la encarnación curtida de Maritza, una versión añeja, con el pelo negro más largo, la nariz un poco más redonda, y el cuerpo menos firme pero igualmente torneado.

En ese principio radical, quedó impresa en mí la experiencia pasada como un comienzo inteligible, reconocible a simple vista, menos complejo y más fácil de entender. [End Page 184]

Con ese sueño me quedó claro que, otra vez, estaba enamorado, que, de hecho, seguía enamorado y terminé la clase con una idea más clara de mi vida pasada y de lo que me esperaba en los años subsiguientes. Desde el momento en que subí los escalones del auditorio, de camino a mi siguiente clase, hasta el día de hoy, cuando me acuesto con los ojos abiertos y temblando, entiendo perfectamente lo que es el amor.

El sueño también me ayudó a recordar que aunque el amor siempre se acaba, no es fácil reconocer el momento en que el principio le da paso al final.

Mientras escribo, la vista se me escapa y recorro el comedor con un ojo abierto y otro cerrado. Esa es una técnica que me ayuda a reconocer que no hay ninguna diferencia entre este sueño y la realidad que evoco y el paisaje que me rodea.

La mesa bajo mis manos es ovalada. El mantel se despliega ante mí como un ramillete de flores secas aplastadas en un libro de poemas. El salero me dice que la sazón de la vida es implantada a gusto.

Tengo a mi lado tres sillas vacías y el umbral de amplitud excesiva que divide el comedor de la cocina me alerta a la posibilidad del tránsito de un lugar a otro pero como estoy dormido, lo único que hago es fijar la imagen de mi sueño en el punto más lejano del cuarto aledaño.

Con la mirada clavada en el armario que se erige impecable desde el piso de la cocina hasta el punto medio de la pared de la cual se reclina, pienso que la mejor manera de recrear el amor que sentí por Maritza y por Cristina es prestándole atención especial a todas las coincidencias entre lo que viví con ellas y lo que ahora, dormido, recuerdo.

La bañera donde con Maritza perdí la virginidad. El hotel oscuro donde se lo metí a Cristina por primera vez. El abandono de Maritza de su marido para estar conmigo; y...

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