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  • Tributes to Román de la Campa
  • David Barreto, Isabel Díaz Alanís, Julio Sebastián Figueroa, Carolyn Fornoff, Darío Goldgel Carballo, Ignasi Gozalo-Salellas, Linda Grabner Travis, Dana Khromov, Óscar E. Montoya, Malcolm K. Read, Lucía Reyes De Deu, Nancy Roane, Giselle Román-Medina, Ignacio M. Sánchez prado, Daniella Sánchez Russo, and Víctor Sierra Matute

Conocí a Román de la Campa en la entrevista para ingresar al posgrado en la Universidad de Pennsylvania una fría mañana del invierno del 2007. A pesar del comprensible nerviosismo mío, entrar en su oficina —que con los años llegaría a convertirse para mí en refugio y en un espacio de una indescriptible transformación intelectual y personal— me permitió reconocer desde los primeros minutos a una persona cálida con el que inmediatamente comencé a conversar de un libro que tenía sobre su escritorio, y que yo había empezado por entonces a leer: Handbook of Inaesthetics, de Alain Badiou. Román supo percibir en una conversación de apenas unos treinta minutos mis inquietudes que, como las suyas, iban más allá del name dropping para enfocarse en una exploración detenida y rigurosa de lo literario en el contrapunteo de un pensamiento a contracorriente de lo (así llamado) latinoamericano.

Este encuentro fue el primero de innumerables conversaciones que mantuvimos durante los años en los que Román me abrió las puertas de su oficina para trabajar en diversos cursos independientes temas relacionados con aspectos filosóficos y críticos que de otra manera yo no hubiera tenido la oportunidad de realizar. De este modo, fui conociendo poco a poco la asombrosa capacidad crítica e intelectual de Román a la vez que su extraordinaria generosidad gracias a la cual yo pude hacer lecturas y relecturas de una miríada de tradiciones y ámbitos históricos, que, sin que me quepa la menor duda, alteraron para siempre mi conceptualización de lo poético. Es decir, de la vida.

Hay que decir que Román, asimismo, se mantuvo siempre receptivo a mis cuestionamientos y en más de una ocasión sostuvimos puntos de vista distintos, a veces incluso opuestos, pero entendí con el tiempo que también esta invitación a disentir era parte y parcela de su asombrosa capacidad pedagógica, y política, que he adoptado tanto en mi escritura como en los salones de clase. Asimismo, me gustaría mencionar que Román siempre me invitó a proponer nombres de conferenciantes para invitar al campus y, gracias a su [End Page 15] apoyo, pudimos traer a Penn al filósofo español José Luis Pardo. Nunca olvidaré las primeras palabras con las que Román presentó a Pardo: “También se hace filosofía en español”. Me parece que ya solo esto retrata —al menos para mí— la fuerza del pensamiento crítico de Román de la Campa.

Sin embargo, cuando pienso en el impacto que Román tuvo y tiene en mí, hay una anécdota que es por demás significativa. La ocasión que me gustaría comentar aquí es la de una tarde en la que mi hijo, entonces de unos 4 o 5 años, me esperaba en uno de los jardines de la universidad. Yo había salido de una de las muchas tardes de estudios independientes con Román y estaba correteando detrás de mi hijo cuando este se detuvo y comenzó a reírse a carcajadas porque alguien, detrás deunárbol, aparecía y desaparecía jugando a las escondidas: Román. Cuando después de unos momentos se acercó a donde yo estaba con mi hijo, me comentó: “Es que es esto lo que les gusta”. Ese es Román de la Campa. Podría llenar páginas enteras con anécdotas semejantes, pero creo que solamente esta última imagen captura la humanidad de un pensador americano que, como suele suceder con los mejores maestros, supo mostrar —más que adoctrinar, acaso el aspecto contra el que más ha trabajado Román de la Campa— los derroteros cr...

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