Abstract

En este trabajo se revisa desde una nueva perspectiva y a la luz de nuevos documentos la dotación de libros realizada por don Pedro Fernández de Velasco, primer conde de Haro, al Hospital de la Vera Cruz de Medina de Pomar durante la primera mitad del siglo XV. Los datos que aporta la documentación analizada en el trabajo ponen de manifiesto la dimensión devocional, pero también intelectual y formativa de la biblioteca de la institución, facetas que definen el tipo de mentalidad aristocrática representado por el primer conde de Haro.

Desde que Jeremy N. H. Lawrance publicara en 1984, siguiendo la senda iniciada a comienzos del siglo por el bibliófilo Paz y Meliá, su minucioso estudio sobre la biblioteca de don Pedro Fernández de Velasco, primer conde de [End Page 83] Haro, han sido varios los trabajos que han visto la luz sobre diferentes aspectos relacionados con el carácter de la biblioteca y de la institución fundada por el noble castellano, el Hospital de la Vera Cruz de Medina de Pomar. En su artículo, Lawrance acompañaba la transcripción de los dos inventarios de libros del Hospital de unas interesantes reflexiones sobre la naturaleza de la dotación de libros realizada por el conde y, por extensión, de la propia institución. En ellas, el hispanista británico apuntaba que la biblioteca fundada por el conde en el Hospital “no era la particular de la familia y casa de Velasco . . . sino la parte de su colección que consideraba más apropiada a las necesidades y fines del Hospital” (1075). Pero, ¿cuáles eran estas necesidades y fines? Según Lawrance, la dotación no estaba destinada “a la función médica y limosnera de la fundación, sino al adoctrinamiento de los doce hidalgos, a cuyo número se incorporó el propio conde en 1459” (1075). El trabajo de Lawrance hizo posible que se pudieran emprender nuevos estudios sobre los libros del conde de Haro, en especial sobre el libro de cabecera de don Pedro, el Vademecum, del que existían dos copias en el Hospital.1

Más de treinta años después de la publicación del trabajo de Lawrance, los avances en las investigaciones sobre el Hospital y su dotación de libros permiten concretar las afirmaciones realizadas por el filólogo y plantear nuevas hipótesis, objetivo que nos proponemos en el presente trabajo.2

El Hospital de la Vera Cruz de Medina de Pomar

Por su naturaleza e historia, la biblioteca de don Pedro Fernández de Velasco (c. 1400–1470) difiere en gran medida de la de otros nobles de la época. Probablemente la mayor diferencia reside en su carácter no exclusivamente privado, ya que sus libros fueron donados a la institución que fundó el propio conde, el Hospital de la Vera Cruz, en la localidad burgalesa de Medina de Pomar. [End Page 84]

Como bien supo ver Lawrance, para poder entender la donación es necesario detenerse en el espíritu de esta institución, en su historia y en las razones por las que fue instituida, de modo que en primer lugar analizaremos las circunstancias en las que esta institución fue creada. La idea de esta fundación, de carácter caritativo y espíritu hondamente caballeresco, se fraguó como consecuencia de la decisión del conde de retirarse de la vida pública después de quince años de intensa actividad política en el por aquel entonces turbulento reino de Castilla.

Los Velasco, como otras familias pertenecientes a la nueva nobleza castellana, intervinieron de forma decisiva en los acontecimientos políticos que determinaron la consolidación de la dinastía real en la figura de joven rey Juan II. La vida de don Pedro nada más asumir el protagonismo de la familia Velasco tras la muerte de su padre en 1418, siendo él todavía muy joven, gira en torno a una serie de acontecimientos que le iban a proporcionar grandes beneficios. El más significativo fue el enfrentamiento con los infantes de Aragón, tras cuya expulsión de Castilla en 1430, y en compensación por las acciones bélicas llevadas a cabo en favor del monarca castellano, le fue concedido el título de conde de Haro, entre otros privilegios. La obtención del título condal le posicionaba entre los grandes de Castilla, la meta final del cursus honorum de esta nobleza de nuevo cuño, que, como se sabe, funcionaba como una verdadera clase política.

Así pues, tras años de intensas luchas políticas y una vez promocionado a la categoría de grande, el conde planea su alejamiento de la vida pública y se retira a Medina de Pomar, lugar de origen de su familia. Allí madura su idea de hacer realidad la creación del Hospital de la Vera Cruz, cuya escritura de fundación, hecha en Medina, está datada el 13 de septiembre de 1438. Sin embargo, aunque la escritura fundacional es de esta fecha, sabemos que la institución ya estaba funcionando oficiosamente desde 1432.3 De hecho, la [End Page 85] escritura fundacional, cuyo original se conserva en el Archivo del Hospital de la Vera Cruz (Caja 01-A. Doc. 04, Archivo del Hospital de la Vera Cruz, Medina de Pomar), dice explícitamente que las obras del Hospital ya habían comenzado tiempo antes en lo que era el corral del Monasterio de Santa Clara, un convento fundado por la familia Velasco un siglo antes (Alonso de Porres Fernández, Conde 30). Por todo lo dicho, parece claro, pues, que la idea de fundar el hospital se fraguó coincidiendo con su retirada temporal de la vida pública, entre 1432 y 1438, y con la consolidación de su linaje a través de la concesión del título de conde.

El espíritu de la institución queda también retratado en esta escritura fundacional, un interesante documento en el que el conde expresa su deseo de que tal fundación se realizara bajo la advocación de la Santa Vera Cruz (“por reberençia de la Santa Crus en que Nuestro Redentor por nos quiso padesçer, que sea llamado El Ospital de la Vera Crus,” citado en Alonso de Porres Fernández, Conde 30), símbolo que iba a acompañar no sólo la arquitectura del Hospital, sino también la figura del propio conde y su biblioteca, como veremos más adelante. En la escritura, por otra parte, quedan concretados todos los detalles necesarios para que la institución pueda ponerse en marcha. El conde establece que la institución estaba destinada a albergar a veinte pobres (“para que biuan e estén en el dicho ospital de aquí adelante en cada un año para siempre jamás veynte pobres,” citado en Alonso de Porres Fernández, Conde 30).4 Estos pobres habían de ser mayores de cuarenta años (más adelante [End Page 86] se ampliaría a cincuenta), solteros o viudos, y habían de ser verdaderamente pobres, de manera que sin la ayuda de otras personas no podrían mantenerse con su hacienda. Además, la escritura fundacional establecía que trece de estos pobres serían continuos, es decir, vivirían allí hasta su muerte, y los otros siete serían enfermos que se alojarían en el Hospital hasta su recuperación (“estos siete han de ser enfermos para ser curados en dicho hospital,” citado en Alonso de Porres Fernández, Conde 30). Esta escritura no hace mención explícita de ninguna dotación de libros, aunque dice que, entre las tareas encomendadas al provisor o encargado del Hospital, del que luego hablaremos, figuraba

trabajar por que los dichos pobres no estén oçiosos, ante le faga trabajar en todo lo que buenamente pudieren, por manera que sienpre fagan alguna buena obra, así como: leer, faser oraçión, o labrar en la huerta que han de tener, o otra obra meritoria.

Las Ordenanzas del Hospital y el inventario de libros de 1455

Unos años después, el conde ratificó y amplió los contenidos de esta escritura en otro texto esencial para la comprensión de la institución y de la biblioteca asociada a ella: se trata de las Ordenanzas del Hospital, otorgadas en Valladolid, donde por aquel entonces residía el conde, el 14 de agosto de 1455, y cuyo precioso original se conserva, como la escritura fundacional, en el Archivo del Hospital (Caja 01-B, Doc. 01, Archivo del Hospital de la Vera Cruz, Medina de Pomar).

Al final de estas Ordenanzas se encuentran varios inventarios de objetos y bienes que el Hospital había logrado acumular desde su fundación, entre ellos la relación de los libros que don Pedro había cedido al Hospital, cuyo contenido se corresponde con el inventario que Lawrance dio a conocer a partir de un traslado del siglo XVIII (1108–11).

En el texto de las Ordenanzas el conde vuelve a insistir, como ya hiciera en la escritura fundacional, en que entre las funciones del provisor del Hospital estaba la de que los pobres debían “leer o oír leer en libros de devoción” (fol. 4v), afirmación que, de nuevo, se corresponde con la tesis sostenida por Lawrance sobre la función adoctrinadora de la dotación. [End Page 87]

Sin embargo, son varios los aspectos de esta dotación que llaman la atención. Para empezar, extraña el hecho de que en la selección de libros donados al Hospital los textos religiosos y devocionales convivan en paridad con obras de espíritu claramente caballeresco: Egidio Romano, Vegecio, Frontino, Cicerón, crónicas históricas e incluso con algún volumen de materia artúrica. Un perfil de lecturas que desde luego no se ajusta al espíritu caritativo y devocional de la fundación y que parece apuntar a otros destinatarios, no sólo a los pobres y enfermos alojados en el Hospital.

Efectivamente, esta hipótesis es respaldada por el pasaje de las Ordenanzas que precede a la relación de libros del inventario, un pasaje en el que hasta ahora no se había detenido la crítica, y que pasó desapercibido a los editores del inventario primitivo, tanto Jeremy N. H. Lawrance como D. Arsuaga Laborde, pues ellos ofrecieron una transcripción no del original de las Ordenanzas, sino de traslados posteriores que no incluían este texto.5 En este pasaje se contienen, a nuestro entender, las claves del espíritu de la selección de libros hecha por el conde:

Otrosí por quanto los pobres del dicho hospital e personas religiosas e otras que por buena devoçión e consolaçión de sus ánimas a él querrán venir, queriendo recebir buen enxienplo e dotrina de las Escrituras Santas, ordenadas con buen deseo de aquellos que ouieren zelo del serviçio de nuestro señor e buen regimiento de sus pueblos, fallen e ayan en que lo reçebir, señaladamente los religiosos que venieren a predicar al dicho hospital e monesterio o villa, fue mi entençión e voluntad de dar e dotar, e di e doté al dicho hospital los libros que adelante dirá. Los quales, porque seyendo sacados del dicho hospital e levados de una parte a otra se podrían perder e menoscabar, es mi voluntad que se procure e gane carta de excomunión mayor de nuestro Santo Padre, para que alguno nin algunos non puedan sacar ni levar los dichos libros nin alguno nin algunos dellos en manera alguna, de la qual excomunión aquel o aquellos que en ella yncurrieren non puedan ser absueltos a menos de la santa fe apostólica. Et los dichos libros son estos que se siguen, pero que quede a mi voluntad e dispusiçión de sacar e tomar en mi vida de los dichos libros los que me plazerá.

(Caja 01-B, Doc. 01, Valladolid, 14 de agosto de 1455, fol. 12r, Archivo del Hospital de la Vera Cruz, Medina de Pomar) [End Page 88]

Del texto se desprende, en primer lugar, un dato importante sobre la fecha de formación de la biblioteca de Medina de Pomar, pues la dotación de libros no se llevó a cabo, como ha pensado la mayoría de los estudiosos, cuando la redacción de las Ordenanzas, en 1455, sino que ya se había realizado antes, porque el conde habla de ella en pasado. Es decir, este documento lo que hace es inventariar los libros que hasta esa fecha de 1455 estaban custodiados en la institución.

Además, según se desprende del comienzo de este texto, la selección de libros estaba destinada, efectivamente, al adoctrinamiento de los pobres residentes en la institución, pero no sólo a ellos, sino también a las personas ajenas al Hospital, religiosas o no, que acudieran a él llamados por la devoción y el deseo de instruirse en la Sagrada Escritura.

Este testimonio cambia la perspectiva que se tenía del Hospital como una institución cerrada en sí misma y destinada únicamente a la función caritativa y limosnera. Por el contrario, parece que la institución pretendía ser, también, un lugar de formación donde nobles caballeros, religiosos y predicadores llamados por la devoción podían acudir, alojarse y consultar sus fondos. Entendemos también que dichos lectores podían, a su vez, compartir sus textos y alimentar la biblioteca de la institución con nuevas copias, pues formar una biblioteca para un noble castellano de la época no era un acto meramente privado ni banal, sino una compleja empresa que implicaba también formar un studium particular y suponía encontrar un medio para hacerla perdurar (Rodríguez Velasco 50). En este sentido, la biblioteca del Hospital venía a garantizar su perpetuidad a través de la institución que la albergaba.

El Hospital de la Vera Cruz no era, por tanto, una empresa meramente caritativa, sino una suerte de centro de intercambio y formación en el que convergían los intereses devocionales y caballerescos del propio conde. De hecho, en el seno del Hospital don Pedro Fernández de Velasco creó una orden caballeresca con el mismo nombre, la Orden de la Vera Cruz. La creación de esta orden es insólita en la nobleza castellana, pues es la primera vez que un noble castellano se aventura a crear su propia orden al margen del rey (Rodríguez Velasco 50–51). Los estatutos de esta hermandad se nos han conservado copiados en tres hojas de guarda de un manuscrito de Séneca en [End Page 89] castellano hoy conservado en la Biblioteca Nacional de España (MS 9180). De ellos se desprende que se trataba de una orden de divisa de carácter moral y religioso, no político. Los caballeros y damas pertenecientes a ella debían hacer ostentación y defensa de la enseña de la hermandad: una cruz de oro, que era también símbolo del Hospital y de los pobres alojados en él, y que era la divisa del conde, como pone de manifiesto el texto introductorio de los estatutos: “Las condiciones siguientes son de la Devisa de la Vera Cruz, que es una estola prieta e en ella una cruz de oro, en memoria de la Santa Pasión que nuestro Redentor en ella pasó por salvar el humanal linage. La cual es de don Pedro Fernández de Velasco, Conde de Haro, Señor de la Casa de Salas, camarero mayor del Rey” (MS 9180 BNE, vuelto de la primera guarda trasera). El carácter heráldico de la orden queda manifiesto en la iluminación de portada de las Ordenanzas del Hospital, en la que aparece una cruz aspada

Fig. 1. Detalle del tercer folio de las Ordenanzas, Caja 01-B, Doc. 01, fol. 3v, Archivo del Hospital de Vera Cruz, Medina de Pomar.
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Fig. 1.

Detalle del tercer folio de las Ordenanzas, Caja 01-B, Doc. 01, fol. 3v, Archivo del Hospital de Vera Cruz, Medina de Pomar.

Con permiso de Sor Rosa María Barriocanal Barga, abadesa del Monasterio de Santa Clara.

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(fig. 1), la cruz de San Andrés, patrono de la familia Velasco, un símbolo que, por otra parte, se convirtió en la marca de lectura característica de don Pedro Fernández de Velasco, marca que protagoniza no sólo su firma (fig. 2), sino también los márgenes de los libros de los que él fue poseedor y ávido lector (fig. 3). Al final de estos estatutos se lee una relación de los miembros de la orden, entre los que se encuentran familiares del conde, amigos como Diego de Valera y nobles extranjeros, personajes que por el hecho de pertenecer a dicha orden tenían la posibilidad de alojarse en la institución y de frecuentar su biblioteca, tal como también contempla el propio texto de estas mismas Ordenanzas, donde en el folio 14v leemos el siguiente pasaje encabezando un inventario de objetos destinados al uso de los nobles que se pudieran alojar en el Hospital: “para en que puedan ser seruidos los omnes de estado que al dicho ospital por su buena deuoción vernán las cosas siguientes.”

De hecho, entre los alojados en el Hospital también se contó el propio conde de Haro. El Hospital de la Vera Cruz fue el escenario del final de su vida, pues

Fig. 2. Firma autógrafa del conde de Haro, con las cruces aspadas en la Carta remitida por el conde de Haro de 1469, Caja 02-C, Doc. 13, Archivo del Hospital de la Vera Cruz, Medina de Pomar.
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Fig. 2.

Firma autógrafa del conde de Haro, con las cruces aspadas en la Carta remitida por el conde de Haro de 1469, Caja 02-C, Doc. 13, Archivo del Hospital de la Vera Cruz, Medina de Pomar.

Con permiso de Sor Rosa María Barriocanal Barga, abadesa del Monasterio de Santa Clara.

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Fig. 3. Marcas de lectura del conde de Haro, MS 9522, BNE fol. 17r. Imagen se encuentra bajo una licencia CC-BY-NCSA 4.0 Internacional.
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Fig. 3.

Marcas de lectura del conde de Haro, MS 9522, BNE fol. 17r. Imagen se encuentra bajo una licencia CC-BY-NCSA 4.0 Internacional.

allí se retiró en 1459 para pasar los últimos años de su existencia. La decisión de retirarse a su hospital era una idea que debió de rondar desde tiempo antes su mente, pues en las mismas Ordenanzas de 1455 da por supuesto que él o sus sucesores podían tener el deseo de aposentarse en el Hospital durante algún tiempo. En ese caso advierte que lo han de hacer sin perturbar el reglamento del Hospital. Y así sucedió: el conde habitó en los aposentos que él mismo había mandado preparar para este fin en el segundo piso del hospital. En la primera planta estaba la vivienda del provisor y su familia y las estancias comunes del Hospital, entre ellas los dormitorios de los continuos y la biblioteca y el archivo. Aunque no tengamos constancia de ello, quizá también en la zona noble de la segunda planta había más estancias destinadas a alojar durante un tiempo a los personajes de la nobleza que quisieran pasar un periodo de retiro haciendo vida común con los pobres y enfermos. Sabemos que éste fue el caso, por ejemplo, de Diego de Valera, miembro de la orden de la Vera Cruz y gran amigo del conde que también frecuentó la biblioteca de la institución (Rodríguez Velasco 238–39). El conde y los otros nobles que residieran en el Hospital durante su estancia debían vestir como los pobres, comer su misma comida y colaborar en las tareas [End Page 92] del Hospital, entre las que se encontraba fomentar la lectura en la biblioteca por él fundada.

Los libros escogidos para el Hospital debían corresponderse, por tanto, con el espíritu devocional que presidía la institución, pero también con el nivel de formación del conde y de otros nobles caballeros como él. A este respecto son significativas las palabras de Fernando del Pulgar en la semblanza que realizó de don Pedro, en las que destaca su buen conocimiento del latín y su gusto por departir con religiosos y letrados: “Aprendió letras latinas, e dávase al estudio de las corónicas e a saber fechos pasados. Placíale, así mesmo, la comunicación con personas religiosas e de omes sabios, con los cuales comunicaba sus cosas” (Pulgar 18).

Sabemos que uno de estos sabios fue el obispo de Burgos, Alonso de Cartagena, a quien don Pedro requirió orientación sobre cuáles podrían ser las lecturas más convenientes para los miembros de la nobleza como él. La respuesta a estas demandas está incluida en una epístola latina que se puede fechar en torno al 1440, que fue estudiada y editada por vez primera por Lawrance y más recientemente ha sido de nuevo estudiada, editada y traducida por Tomás González, Antonio López Fonseca y José Manuel Ruiz Vila. En ella el obispo de Burgos, en respuesta a la petición del conde, le da unas pautas bastante restrictivas sobre las lecturas más convenientes para un noble caballero de su condición: le recomienda que evite las elucubraciones de la teología escolástica y apologética y, especialmente, de las herejías nuevas y paganas: “Militares ergo uiri et hii qui scientie non plenam ac integram operam dant . . . hereticorum libros ex toto, gentilium uero illos qui falsa multa de diis suis ac aliis uanis assertionibus retulerunt euitare debent” (Cartagena 356–58; cap. 8, líneas 76–82).

En cambio, le invita a leer obras de devoción sencilla y laica, como la Biblia y los escritos de los Santos Padres: “ex canone biblie sanctorumque uirorum scriptis aliqua legant . . . non utique arguendo, sed plano corde recipientes” (Cartagena 358; cap. 8, líneas 91–93). A estos textos añade obras escogidas de autores antiguos, en concreto aquellos cuyo contenido sea de índole moral, como los textos de Platón, Aristóteles, Cicerón o Séneca:

Et si libris gentilium uti delectat, illi querendi sunt qui ad morum honestatem alliciunt. Multi enim ex gentilibus fuerunt, qui licet fidem catholicam non [End Page 93] receperint in moribus tamen honeste loquuntur, alii virtutes ac vicia scientifice designando, ut Plato et Aristoteles, alli ad virtutum sequellam et viciorum fugam suo clamore excitando, ut Cicero et Seneca aliquibus in libris fecerunt.

(Cartagena 364–66; cap. 9, líneas 75–81)

Por último, le recomienda completar sus lecturas con libros de leyes y crónicas históricas, que considera sumamente formativos para los caballeros de su condición: “Cronice quoque militaribus uiris perutiles sunt” (Cartagena 366; cap. 9, línea 85). Como decíamos, estas recomendaciones fueron hechas en torno a 1440, es decir, pocos años después de la fundación del Hospital.

La biblioteca del Hospital

Es muy probable, tal como apuntó Lawrance, que el conde, en su deseo de conformar una biblioteca acorde con el espíritu devocional y caballeresco de su institución, madurara las lecturas que iba a destinar al Hospital al hilo de los consejos de Cartagena, quien, por otra parte, demuestra en su epístola conocer bien los libros del conde, pues en varios pasajes de la epístola se refiere a ellos explícitamente (1078). Sin embargo, esta dotación fue realizada, a diferencia de lo que pensaba Lawrance, en fechas bastantes anteriores al texto de la Ordenanzas y del inventario, tal como pone de manifiesto el texto introductorio del inventario que acabamos de transcribir, al que Lawrance no tuvo acceso. Es muy posible, de hecho, que la idea de reunir una biblioteca en la institución se produjera precisamente en fechas cercanas a la epístola de Cartagena, es decir, en los años inmediatamente posteriores a la institución del Hospital y a la redacción de la escritura fundacional de 1438, donde como hemos dicho no se hace mención a ninguna dotación de libros.

En esta misma epístola Cartagena alude al librarius del conde, encargado de poner orden en su silua librorum, tal y como denomina a su nutrida biblioteca.6 Por la fecha en que fue redactada la epístola es posible que este personaje [End Page 94] anónimo al que alude Cartagena fuera el provisor del Hospital, Sancho García de Medina, escribano real vinculado a la familia Velasco desde tiempo atrás y que debió de contar con muy buena influencia sobre el conde, pues en 1438 fue nombrado primer provisor del Hospital de la Vera Cruz. Como provisor y gracias a su condición de escribano fue la persona encargada de ocuparse de todos los asuntos relacionados con el Hospital, entre ellos el archivo y los libros (Moreno Ollero 641).

El propio Sancho García de Medina fue quien redactó y firmó el texto de las Ordenanzas de 1455, en el que se incluye el inventario de libros del Hospital. Además, su mano aparece también en otros libros y documentos que pertenecieron a la institución, lo que demuestra su intensa actividad escriptoria. Es habitual encontrarla, por ejemplo, redactando las tablas de contenidos y los títulos de ciertos volúmenes, así como en volúmenes enteros y algunos textos breves que fueron añadidos ocasionalmente en ciertos manuscritos, tal y como hemos tenido ocasión de demostrar en una reciente publicación (Cañizares Ferriz, “El Vademecum... contexto, génesis” 298–301).

Asimismo, esta misma mano fue quien confeccionó el libro de cabecera del conde de Haro, el Vademecum, cuyo original, el MS 9513 BNE, copió parcialmente y compiló por encargo del conde de Haro antes de la partida de éste, en abril de 1455, a Valladolid, donde estableció su residencia ocupando el cargo de virrey a causa de la ausencia del monarca Enrique IV, que se encontraba en la campaña de Granada. De hecho, buena parte de los textos que el conde encargó que fueran reunidos en su Vademecum para que le acompañaran a Valladolid fueron copiados por el provisor a partir de libros que se encontraban en la institución, y que el propio conde previamente se había encargado de marcar con sus inconfundibles marcas de lectura, las cruces aspadas (Cañizares Ferriz, “El Vademecum... contexto, génesis” 302–05). El caso del Vademecum es paradigmático, pero no único, ya que por lo que se desprende de nuestras investigaciones parece que el Hospital funcionaba también como una suerte de scriptorium.

A la espera de realizar una investigación que contemple todos los libros que albergó el Hospital, pondremos un par de ejemplos que demuestran [End Page 95] tal actividad escriptoria y que, además, ponen de manifiesto la vocación devocional y caballeresca de la institución.

En nuestras investigaciones hemos podido detectar cómo algunos de los volúmenes del Hospital fueron completados o ampliados con nuevos textos en el seno de la institución. Uno de ellos es un interesante manuscrito de perfil claramente caballeresco que contiene diversos textos de contenido militar. Se trata del actual MS 9608 BNE, que figuraba en el inventario de 1455 bajo el asiento lii (asiento 110 del Catálogo). Tal y como reza el inventario, este manuscrito contenía en su origen las Estratagemas de Julio Frontino en traducción de Diego Guillén de Ávila.7 El códice, tal como nos ha llegado hasta ahora, contiene, además de la traducción de Frontino, un texto latino extractado de Egidio Romano sobre el arte de la guerra en sus seis primeros folios, a los que siguen una tabla del libro de Frontino hecha con posterioridad a la copia del texto. Tras la traducción de las Estratagemas de Frontino leemos, en los folios 63–77, otro texto señero de contenido militar, el Libro de la guerra, resumen de la traducción que hizo Alfonso de San Cristóbal del texto de Vegecio. En los folios siguientes (fols. 78–80) fue copiada la versión de López de Ayala del discurso de Aníbal de Tito Livio y, tras ella, en los folios 81–83, la traducción castellana de XII Diálogo de los muertos de Luciano sobre la gloria militar entre Alejandro, Aníbal, Minos y Escipión, realizada a partir de la versión latina de Juan de Aurispa. Por último, en letra cursiva posterior, en el folio 85v, encontramos copiada una breve nota sacada de las anotaciones al Tratado de virtuosas mujeres de Diego de Valera. La numeración romana, independiente y original de la época, de la parte del texto de Frontino, que va de i a xliii, así como el hecho de que el papel de los folios que preceden y siguen a este texto sea el mismo, y diferente al del texto del escritor romano, demuestra cómo el códice conoció varios estados y cómo los textos que acompañan a Frontino fueron añadidos posteriormente en la biblioteca del Hospital de la Vera Cruz. De hecho, tanto el texto latino inicial como la traducción castellana del diálogo de Luciano y la nota final de Diego de Valera [End Page 96] fueron copiados, con total seguridad, de la copia original del Vademecum del conde de Haro (el actual MS 9513 BNE al que ya hemos aludido; ver Barrio Vega 177), un códice que, tal y como he tenido ocasión de demostrar recientemente, fue confeccionado en el seno del Hospital en fechas cercanas al mes de abril de 1455 (Cañizares Ferriz, “El Vademecum . . . contexto, génesis” 298). La inclusión de estos textos de perfil claramente caballeresco en el seno del Hospital pone de manifiesto, por tanto, los intereses de los nobles y caballeros que seguramente frecuentaban el Hospital.

Otro significativo ejemplo, esta vez de la vertiente devocional de la institución, es el que nos ofrece el actual MS 9240 BNE, un códice que no figuraba en el inventario de 1455 y que contiene un himnario romano-franciscano con interesantes glosas y comentarios en los márgenes.8 Pues bien, tanto Janini y Serrano como Castro subrayan que el manuscrito fue escrito en Castilla “sin duda para un convento franciscano español,” sin concretar más datos sobre su posible origen (Janini y Serrano 107; Castro 398). El examen de la escritura y de las filigranas del papel con el que fue confeccionado este códice nos lo sitúa, de nuevo, en la órbita del Hospital de la Vera Cruz. En efecto, este códice presenta tres tipos de papel; dos de ellos los hemos localizado en distintos documentos del Archivo de la Vera Cruz y del Convento de Santa Clara, institución anexa al Hospital y perteneciente también a los Velasco. Una de las filigranas, representada por un anillo con diamantes (tipo Briquet 689), la encontramos en una carta remitida por don Pedro Fernández de Velasco el 15 de mayo de 1469, un año antes de su fallecimiento, al nuevo provisor del Hospital, Juan Martínez de Medina (Caja 02-C, Doc. 13, Archivo del Hospital de la Vera Cruz, Medina de Pomar). Otra de las filigranas del papel, que representa un escudo con una corona de cinco puntas, también lo encontramos en otro documento, esta vez en un codicilo realizado en el [End Page 97] Hospital de la Vera Cruz el 5 de noviembre del mismo año de 1469 y que hoy se conserva en el Archivo de Santa Clara (Diversos codicilos, Sig.: 05.02). La cercanía cronológica de estos dos documentos nos permite, por un lado, ofrecer una datación más precisa para este himnario franciscano; por otro, también nos confirma que dicho códice fue confeccionado en el seno del Hospital y que el convento franciscano para el que fue elaborado este himnario con glosas fue seguramente el propio convento de Santa Clara, institución también perteneciente a la familia Velasco y colindante con el Hospital.9

Conclusión

Estos dos ejemplos, junto con los testimonios documentales sobre el espíritu de la biblioteca del Hospital que hemos aportado en este trabajo, ponen de manifiesto la dimensión devocional, caballeresca e intelectual de la institución de Medina de Pomar y su biblioteca. En ella convergen los ideales que conforman un tipo muy concreto de mentalidad aristocrática de principios del siglo XV, representada por la figura del primer conde de Haro: la vocación ascética, que se plasma en el carácter caritativo y piadoso de su institución, y la dimensión intelectual y formativa, faceta esencial para el ejercicio de la actividad política propia de esta nobleza.

Por otra parte, las evidencias que se desprenden de los documentos aquí comentados demuestran la necesidad de acometer un estudio más amplio de los libros que pertenecieron a esta institución desde esta nueva perspectiva. Un estudio de estas características permitiría conocer mejor las formas de difusión del saber y de la cultura libresca en la Castilla en el siglo XV en un ámbito, el privado y nobiliario, que por sus características siempre ha resultado más complejo de descifrar para los investigadores.

Patricia Cañizares Ferriz
Universidad Complutense de Madrid

Obras citadas

Alonso de Porres Fernández, César. El Hospital de la Vera Cruz de Medina de Pomar (a. 1438). Fundación, dotación, ordenanzas. Caja de Ahorros Municipal de Burgos, 1989.
———. El buen Conde de Haro (Don Pedro Fernández de Velasco II). Apuntes biográficos. Testamento y codicilos, Asociación de Amigos de Medina de Pomar, 2009.
Arsuaga Laborde, Diego. “Los libros donados por el primer conde de Haro al Hospital de la Vera Cruz de Medina de Pomar: un testimonio de la bibliofilia de un magnate en la Castilla de mediados del siglo XV.” Espacio, Tiempo y Forma, Serie III, Historia Medieval, vol. 25, 2012, pp. 85–118.
Ayerbe Iríbar, María Rosa. Catálogo documental del Archivo del Hospital de la Vera Cruz. Medina de Pomar (Burgos), 1095–2012. Monasterio de Santa Clara de Medina de Pomar, 2013.
Barrio Vega, María Felisa del. “La selección de textos de re militari en la biblioteca del conde de Haro.” El florilegio: espacio de encuentro de los autores antiguos y medievales, editado por María J. Muñoz, FIDEM, 2011, pp. 159–90.
Cañizares Ferriz, Patricia. “Dos misceláneas latino-castellanas de la Biblioteca del conde de Haro.” Actas del IV Congresso Internacional de Latim Medieval Hispânico, Universidade de Lisboa, Centro de Estudos Clássicos, 2006, pp. 263–72.
———. “Un florilegio de moral práctica perteneciente al Vademecum de la Biblioteca del Conde de Haro.” Perfiles de Grecia y Roma, Actas del XII Congreso Español de Estudios Clásicos, vol. 1, Sociedad Española de Estudios Clásicos, 2009, pp. 195–204.
———. “Edición y estudio de un florilegio del Vademecum de la biblioteca del conde de Haro.” Revue d’Histoire des Textes, vol. 5, 2010, pp. 199–230.
———. “Una selección de autores cristianos en el Vademecum del conde de Haro.” Estudios sobre florilegios y emblemas, editado por B. Antón Martínez y María J. Muñoz, Universidad de Valladolid, 2011, pp. 49–59.
———. “Los excerpta de la Rhetorica ad Herennium del Vademecum del conde de Haro.” El florilegio: espacio de encuentro de los autores antiguos y medievales, editado por María J. Muñoz, FIDEM, 2011, pp. 123–58.
———. “El prólogo dedicado a Juan II de Vasco Ramírez de Guzmán: edición y estudio.” Revista de Literatura Medieval, vol. 23, 2011, pp. 71–86.
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Vademecum. Biblioteca Nacional de España, Madrid, MS 9513.
Vademecum. Biblioteca Nacional de España, Madrid, MS 9522.

Footnotes

1. Ver los trabajos de Cañizares Ferriz, Cañizares Ferriz y Villarroel Fernández, Muñoz Jiménez y Barrio Vega al respecto. Este trabajo se ha realizado en el marco de Grupo de Investigación de la Universidad Complutense de Madrid “La literatura latina en extractos: florilegios y antologías de la Edad Media y el Renacimiento” y del proyecto financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades con referencia FFI2015-63877-P.

2. Sobre la biblioteca del Hospital, véase especialmente los trabajos de Alonso de Porres Fernández y Arsuaga Laborde.

3. Tal como refleja un documento conservado en el Archivo del Hospital y fechado el 15 de abril de 1434, que contiene un recibo otorgado por doña Inés Fernández de Herrada (abadesa del Monasterio de Santa Clara de Medina de Pomar) a don Pedro Fernández de Velasco, por haberle dado un privilegio real fechado en Madrid, el 20 de diciembre de 1432, que contenía la renuncia del conde y el traspaso que hizo a los pobres del Hospital de la Vera Cruz, que se hallaba en el Monasterio de Santa Clara, de 4.500 maravedíes (Caja 01-A, Doc. 01, Archivo del Hospital de la Vera Cruz, Medina de Pomar). Del 11 de junio de 1434 es otro documento que contiene una licencia dada por don Paulo, obispo de Burgos, a don Pedro, conde de Haro, para que pudiese edificar el Hospital (Caja 01-A, Doc. 02, Segundo. Archivo del Hospital de la Vera Cruz, Medina de Pomar). Para el contenido y descripción de todos estos documentos, véase el catálogo del Archivo elaborado recientemente por Mª Rosa Ayerbe Iríbar.

4. Parece que la referencia de Lawrance y de otros, antes y después de él, de que el hospital estaba destinado a albergar a “doce hidalgos ancianos” procede de las informaciones que da Diego Enríquez del Castillo, cronista del rey Enrique IV, cuando se refiere a don Pedro diciendo: “hizo un hospital para doce hidalgos que viviesen en pobreza donde fuesen sustentados honrosamente” (en María Elvira Roza Barea 105). Aunque es posible que algunos de los alojados en el Hospital pudiesen ser hidalgos empobrecidos, una circunstancia bastante común en la época, lo cierto es que ni en la escritura fundacional ni en las Ordenanzas posteriores se explicita la hidalguía como condición para ingresar en el Hospital.

5. Este texto sí fue transcrito, junto con el inventario, en 1917 por Julián García Sainz de Baranda en su monumental obra sobre la historia de la villa de Medina de Pomar (461). Sin embargo, el carácter local de la publicación hizo que el pasaje pasara desapercibido a la crítica filológica posterior.

6. “Et sicuti alterius Catonis iurisconsulti cuidam legali doctrine legiste Catoniane regule nomen dederunt, sic et, claritas tua huius antiquioris et moralis Catonis salubrium monitionum compilationem, dulcium rhythmorum congerie refertam, Catonianam confectionem, si libet, potes uocare, ut librarius tuus, quando illam petere uolueris, facilius in silua librorum tuorum nominis adiectione ualeat reperire” (Cartagena 378; cap. 12, líneas 49–55).

7. Lawrance (1100) identifica erróneamente este manuscrito con el actual MS 9253 BNE, que contiene, también, el mismo texto, pero que no procede de la biblioteca del conde de Haro, sino de la del duque de Uceda (Barrio Vega 169). Probablemente su confusión se debe a que en su estado actual el códice presenta más textos que los que señala el Inventario.

8. Hay que recordar que la primitiva dotación de libros que retrata el inventario de 1455 fue enriqueciéndose gracias a sucesivas donaciones hasta completar los 160 volúmenes que figuran en un Catálogo posterior, fechado en 1553. Sabemos que don Pedro, al morir, legó, tal como consta en su testamento (Porres Fernández, “El Buen Conde” 162), el resto de libros de los que él era poseedor a la biblioteca del Hospital, de forma que el conjunto de volúmenes que conformaron su biblioteca privada volvió a reunirse en los fondos de esta institución tras su muerte, en 1470. A ellos habría que sumar los libros que fueron confeccionándose en el seno del Hospital tras la fundación de la institución.

9. El conde, al igual que su mujer, Beatriz de Manrique, estaba muy vinculado a la observancia franciscana de Pedro de Villacreces a través de un discípulo de éste, fray Lope de Salazar y Salinas, figura esencial en la vida de don Pedro y su familia, hasta el punto de que fue enterrado en el monasterio de Santa Clara de Medina de Pomar (Porres Fernández, “El Buen Conde” 48–50).

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