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  • De encierros y escapatorias
  • Erna Pfeiffer
Kozameh, Alicia. Bruno regresa descalzo. Argentina: Alción, 2016. 399 pp. ISBN 978-987-646-587-8.

En su séptima novela Alicia Kozameh nos confronta con una desconcertante historia, la de un ex preso político, quien a su vez trata de hacer frente a su pasado, sin poder afrontar su presente y –todavía menos–enfrentarse a su futuro. En un largo encierro “voluntario” en su propio dormitorio, tirado en el duro suelo sin moverse casi, revive escenas de su antigua militancia política y su consiguiente encerramiento en las cárceles de la última dictadura argentina.

Externamente, el texto está estructurado en 14 capítulos, precedidos de un prólogo de la autora, redactado en primera persona e intitulado “Enfoque”. En él, Alicia Kozameh explica el porqué de esta historia ficticia y sus vínculos con la historia argentina, la relación de los personajes de ficción con las personas reales que fueron y siguen siendo sus compañeros y compañeras de militancia, de cárcel y de exilio. Dedica su novela especialmente a sus compañeros hombres, en cuyas vivencias y dolores específicos no se había adentrado en obras anteriores, la mayoría de ellas centradas en mujeres protagonistas, muchas veces en un personaje colectivo de Nosotras, las compañeras ex presas políticas (título de un libro coeditado por Kozameh en 2006). Aunque, bien mirado, Bruno regresa descalzo ya tiene su germen en una memorable escena de Natatio aeterna, la quinta novela de la autora (2011), donde pululan personajes con los mismos nombres y problemas que en el texto que aquí nos ocupa.

Y otra vez, como en obras anteriores de Kozameh, llama la atención la calidad poética del texto narrativo, que se corresponde con la extrema introspección del personaje principal. En un monólogo interior casi interminable, con reminiscencias del Ulises de James Joyce, Martín Pietelli alias Bruno no solo pone a funcionar su memoria, su capacidad de recordar, sino también su atención centrada en pequeños detalles, en funciones de su cuerpo, en una mancha que le “observa” o “amenaza” desde la cortina o en los matices de la luz solar. Todo en esta novela es metafórico: el encierro, el silencio, la negación del enmudecido antihéroe a comunicar con el exterior, el alcoholismo, el sol, el río, la ventana, la lluvia, el suelo en el que se encuentra tirado Martín porque –literalmente–está en el suelo: ya no puede caer [End Page 159] más, en su depresión, en su continuo revivir de traumas y reflexionar sobre la “culpa” de haber sobrevivido.

También la dualidad del elenco podría tener cierta fuerza simbólica, como en novelas precedentes de Kozameh: Bruno, nom de guerre y alter ego de Martín en sus conversaciones consigo mismo, y Gustavo, el insobornable amigo, compañero de militancia y alter ego de ambos; Consuelo, esposa legítima del ex preso, y Pelusa, mujer del amigo y amante de Martín, que al final los dejará a los dos. Tiene que ver con la dualidad eterna del mundo, esa función de espejo que puede ser uno para el otro, el desdoblamiento interior de un mismo ser humano. Cosa que también se expresa en el indiscriminado uso de pronombres personales, de formas gramaticales que completan, complementan y complican una a la otra, cuando el “yo” del hablante en primera persona de repente deviene “él” o se convierte en “vos”, en “uno” (en acepción impersonal). Al principio, el lector o la lectora se podrá irritar con estos cambios abruptos, pero hacia el final, se dejan de percibir porque, durante el proceso de lectura, la estrategia literaria se ha convertido en manera natural de ver las cosas desde múltiples perspectivas,

Justamente por eso, culpas de qué, quiero saber. Culpas de qué, querría saber Martín. Querría entender. […] Culpa de qué, tengo que sentir. Culpa de qué, tiene que sentir Martín. De qué enredo mental le surge el mandato de sentir tanta culpa. Quién es el que me ordena que...

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