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  • “Son los libros traducidos tapicería del revés”: notas al Arte Poética horaciano de Luis de Zapata
  • Irene Rodríguez Cachón

El libro es el producto de una personalidad diferente a la que manifestamos a través de nuestros hábitos, nuestra vida social y nuestros vicios.

—Marcel Proust

A mediados del siglo pasado, el traductor francés Georges Mounin revitaliza los estudios en traductología al centrarse también en el componente íntimo y personal del traductor y su relación con el texto original, entendido este como el sustento y el eje sobre el que cualquier texto traducido debe empezar a analizarse. Así, en el proceso de la traducción es importante tener en cuenta dos aspectos fundamentales; por un lado, hay que conocer los riesgos que se asumen al transformar el código lingüístico de un determinado momento y lugar a otro completamente distinto y dispar en el tiempo, el lugar y el espacio y; por otro lado, batallar con el peligro o la tentación que supone siempre el bagaje personal, social, económico, lingüístico y cultural del propio traductor, que se inmiscuye inconsciente y constantemente en todo el proceso de la traducción.

En este sentido, todos los textos literarios traducidos generan y recuperan continuamente nuevas representaciones sobre las diferentes situaciones y diversas coyunturas que se van asomando a las circunstancias y el devenir del propio traductor y que incide y afecta al potencial de la obra original.

Sin embargo, el concepto de “traducción” durante el Siglo de Oro español asumió un enorme abanico de posibilidades e intenciones muy dispares que cristalizó en diferentes resultados. Así, hay que tener en cuenta también que durante todo el siglo XVI y buena parte del XVII, el menosprecio a la traducción entre lenguas vulgares era prácticamente un lugar común, pero no ocurría lo mismo con las traducciones que se elaboraban desde cualquier lengua clásica. Las enormes oportunidades, en términos comerciales y editoriales, que ofrecía la traducción a la lengua vulgar, supuso por fin el acceso efectivo a ese vasto universo antiguo por parte de un público que ya no comprendía ni el árabe ni el griego ni el latín1 y que ya no solo era erudito. [End Page 128]

En su afán por lograr el laurel literario, el noble Luis de Zapata de Chaves (1526-c.1595) se aventuró también con la traducción al castellano de la famosa Epistula ad Pisones, popularmente conocida como el Ars Poetica de Horacio, texto que finalmente publicará en Lisboa en el año 1592. Este estudio pretende analizar algunas peculiaridades estilísticas a la hora de traducir esta poco conocida y olvidada traducción al castellano de una de las preceptivas poéticas clásicas por excelencia.

La normalización del Ars Poetica de Horacio hasta el Renacimiento

El Ars Poetica de Horacio es considerado el último poema didáctico romano sobre poética antigua clásica y desde muy temprano “se convirtió en la herramienta esencial y más demandada de los estudios poéticos medievales, renacentistas y neoclásicos” (Mañas, 1998: 9). Su extendido uso en la enseñanza de las normas poéticas propició que desde bien pronto aparecieran traducciones, apostillas, comentarios, imitaciones y escolios en las diferentes lenguas romances europeas. Considerada por la tradición manuscrita como una obrita individual, son los propios impresores renacentistas los que empezaron a vincularla y editarla dentro del libro II de las Epístolas de Horacio, pasando a formar parte de un perfecto tridente epistolar.2 Así, en el Renacimiento europeo, el Ars Poetica de Horacio se estudia en latín junto a los comentarios de Helenio Acrón (Pseudo-Acrón) del siglo II, configurados estos como una colección de distintos escolios procedentes de distintas fuentes y colocados estratégicamente en los márgenes de algunas ediciones antiguas de Horacio. Su núcleo fundamental se forma probablemente a partir del siglo V o siglo VI, aunque fue deformado bastante a lo largo de toda la Edad Media. Los comentarios al Ars Poetica que hace posteriormente Porfiri...

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