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  • Mi vida sin mí: una aventura performatista de Isabel Coixet
  • Marta del Pozo Ortea

El hombre [o la mujer] de buena constitución da con remedios contra lo que le perjudica, saca provecho de sus adversidades; lo que no le mata le fortalece. Hace instintivamente una síntesis muy personal de todo lo que ve, oye y vive […]; No cree en la «desgracia» ni en la «culpa» […] Es lo bastante fuerte para que todo haya de suceder de la forma que más le conviene.

—Nietzsche, Ecce Homo1

1. El performatismo o la voluntad de poder

A los veintitrés años, a la joven Ann se le diagnostica un cáncer de ovarios y una muerte inminente. En lugar de desarrollar una actitud de autoconmiseración, vulnerabilidad y auxilio, se convierte en una «mujer coraje» y decide ahorrarle a los que la rodean el suplicio de ser testigos de una muerte paulatina. Bajo la excusa de un diagnóstico de anemia y desde una visible falta de aliento y energía, aparentemente causados por esta leve condición, Ann planea lo que el título de esta película anuncia: su vida sin ella. Podríamos aplicar las palabras del epílogo de Nietzsche en Ecce Homo a la actitud la joven protagonista de Mi vida sin mí (2003), de Isabel Coixet: articuladas desde la enfermedad, ambas distan de ser actitudes decadentes. Al contrario, apuntan hacia la búsqueda de lo que el filósofo en la misma obra denominará como «conceptos y valores ‘más sanos’ desde el punto de vista de un enfermo», alineando así el impulso vital del personaje de Coixet con los pilares de la filosofía nietzscheana; se trata, de un ejercicio de plena voluntad de poder en pos de la creación de una nueva y favorable realidad a pesar de las circunstancias más adversas de salud (en este caso, la consecución de la propia muerte). En palabras de Nietzsche, [End Page 76] Ann orquestará su muerte de modo en que «todo haya de suceder de la forma que más le conviene».

Además de dirigir la dimensión política de la película de Coixet hacia un feminismo que entronca con la rama más voluntariosa y vitalista de la filosofía (de mujeres fuertes), la actitud de este sujeto encuentra en la contemporaneidad un aliado en la teoría ‘performatista’ del crítico cultural Raoul Eshleman puesto que lo que rige las nuevas narrativas culturales es precisamente, según Eshelman, la preservación del sujeto pese a las adversidades del contexto. El objetivo de este artículo es analizar los procedimientos de la sintaxis fílmica de Mi vida sin mí consustanciales a esta nueva visión del sujeto.

Con el término performatism, que aquí traduzco como ‘performatismo’, Raoul Eshelman propone un nuevo paradigma que postula la reintegración del sujeto del postmodernismo clásico, fragmentado por definición. A partir de un estudio de diferentes artefactos culturales propios del siglo XXI, el crítico realiza un análisis de procedimientos que resultan en dicho empoderamiento del sujeto alienado, débil y falible del postmodernismo. Por ejemplo, en el análisis de la nueva narrativa, como es el caso de La vida de Pi, del autor Yann Martel, el protagonista recurre a la imaginación como categoría ontológica para sobreponerse a la adversidad del contexto: el trauma de un naufragio. En términos arquitectónicos, dice Eshelman, hay edificios como el Reichstag, el parlamento alemán, que dotan al ciudadano contemporáneo de una visión total (de síntesis) que trasciende el relativismo escópico postmoderno.2 En cuanto al artefacto cinematográfico, el género que aquí me concierne, la película alemana Run Lola Run ejemplifica para el crítico una recuperada agencia del sujeto contemporáneo al manejar este las configuraciones espaciotemporales de su propia ficción (sus cronotopos) y así asegurar su propia preservación. En definitiva, el ‘performatismo’ se trata de una visión reintegradora de una supuesta y nueva identidad cultural más fuerte y con una recuperada voluntad de poder y conservación:

The new...

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