El Tiempo suspendido de Laura Bonaparte (Julio Cortázar lee un testimonio de la represión en Argentina)

esde su estreno en 2015, el documental Tiempo suspendido, dirigido por Natalia Bruschtein, ha sido exhibido en festivales y foros y recibido numerosos premios. Reconstruye la historia de Laura Bonaparte, una de las fundadoras del movimiento de las Madres de Plaza de Mayo, abuela de la directora de esta película. Gira en torno a una paradoja: Bonaparte dedicó su vida a exigir justicia para sus hijos, su exesposo y otras personas desaparecidas en Argentina. Tras décadas dedicadas a mantener una memoria combativa, Laura pasó sus últimos años afectada por una demencia senil que fue disolviendo sus recuerdos, sobre todo los más dolorosos. La película muestra cómo es incapaz de reconocer a sus hijos en una fotografía, aunque la documentalista le recuerda que la llevó en muchas manifestaciones; esta secuencia se entreteje con otras, en las que se ve a Laura, más joven, hablando al lado de esa foto.

El ir y venir entre imágenes del pasado y las que corresponden al presente es constante; si la fragmentación de la memoria es el tema central (En Postproducción: Tiempo suspendido), numerosos documentos preservan los hechos y sirven de contrapunto. Varios testimonios señalan que Laura fue psicoanalista: una profesional de la memoria y su narración. La nieta, por su parte, aparece en una biblioteca, revisando los materiales clasificados con sumo cuidado, para impedir su dispersión. A través de sus diálogos se establece una relación entre distintas generaciones que heredan, comprueban e interpretan el pasado. Los acontecimientos son parte de la historia colectiva; comprenderlos es indispensable para saber quién es cada una, quiénes fueron sus parientes, qué sentido tiene la historia de la que forman parte.¹

Gracias al lazo entre la directora y la protagonista, el material reunido oscila entre documentos de la historia colectiva (fotografías, videos, textos publicados en periódicos) y los que corresponden a la intimidad: hay fotografías y secuencias de reuniones de la familia, así como escenas ubicadas en la institución donde transcurrieron los últimos años de la anciana. Ese vaivén entre lo público y lo privado (ilustración del lema feminista lo personal es politico) es distintivo del movimiento de las Madres de Plaza de Mayo, que denunciaron la manera en que sus hogares fueron violentados por el Estado. Es la ruptura de ese límite lo que ellas invirtieron al marchar por la plaza con las cabezas cubiertas por los pañales de sus hijos: una prenda íntima convertida en insignia política, desplazamiento que consiguió vincular el duelo personal con la lucha de todos.

Años antes, la historia de Laura Bonaparte había servido para explorar otro límite: el que distingue a la literatura fantástica de la testimonial. Un testimonio publicado por ella en El País en octubre de 1978 forma parte de un cuento de Julio Cortázar, titulado "Recortes de prensa", incluido en Queremos tanto a Glenda, que contribuyó a denunciar la represión ejercida por el gobierno de la Junta Militar y sus predecesores, pues la desaparición de la primera hija de Bonaparte ocurrió durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón. En esos años, Cortázar estaba involucrado en diversas actividades de apoyo a exiliados de las dictaduras sudamericanas, así como a artistas que abordaban el asunto y exploraban lenguajes artísticos idóneos para ello; incluso había incluido su nombre en una lista de intelectuales exiliados, a raíz de problemas con la censura argentina surgidos al publicarse Alguien que anda por ahí (Patruno 122-124). "Recortes de prensa" trata problemas relacionados con esto: cómo la idea de lo literario se altera con la inclusión de un testimonio, pero también con la aparición de mujeres en la esfera masculina de la práctica literaria.

El cuento es narrado por Noemí, una escritora argentina que vive en París. La primera señal de la ruptura del...