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  • El reloj Cucú
  • Lorena Figueroa (bio)

Sobre la gran pared azul de la sala, cuelga el gran reloj de casita, que anuncia con un fuerte Cucú, Cucú, cada una de las horas del día, es el gran reloj del abuelo. Recuerdo las mañanas soleadas, cuando por los largos corredores, con pretiles y macetas rojas de abundantes flores, el abuelo presuroso llegaba a escuchar su Cucú, y sonreía, al tiempo que decía:

Abuelo: ¡Ese fue un regalo fabuloso!

La sala ya no estaba en silencio y el bullicio se hacía presente entre los segundos del día marcados por las manecillas del reloj del gran Cucú.

Cuando las tardes llegaban y el sol se ocultaba quedito, besando el horizonte con vivaces colores ocres de fuego, mi abuelo llegaba en su caballo blanco, cual príncipe a su reinado, todo era tan simple, pero no rutinario, mi abuelo cansado a la sala, siempre viendo su regalo, ¡su gran Cucú!, su preciado regalo . . . cierta tarde, le vi bajo los almendros, pensativo y lejano, corrí hacia él y lo abracé fuerte, le dije; ¡te amo abuelo! el sonrió y acaricio mis cabellos con su mano áspera por los cayos formados por años de trabajo, al tiempo que me dijo:

Abuelo: ¿recuerdas al gran Cucú?, yo dije; ¡claro abuelo!, como olvidar lo que hace todo el día revuelo, y molesta a la abuela, ella dice que sería mejor escuchar a los pericos que a ese pájaro engañoso y perezoso que sólo sabe repetir todo el día ¡Cucú, Cucú!

Con voz emotiva y alegre el abuelo rio al tiempo que dijo:

Abuelo: ¡jajajaja ese Cucú, es el corazón del gran reloj, llegará el día en que el Cucú ya no salga y no molestará a la abuela! Lo miré, no entendí, no ese día, el abuelo continuó hablando y pude ver en sus ojos un dejo de tristeza, él dijo:

Abuelo: Tengo algo parecido a el Cucú, solo que no marca las horas, está dentro de mí y lo que hace es latir y hacer, pum, pum, pum, algún día, ya no habrá más pum, pum, pum y mi CuCú dejará de latir . . . ahora se siente cansado. ¡Luego el abuelo solo sonrió y entró a la casa, directo a la sala para mirar su gran Cucú, no pasó mucho tiempo y él durmió, lo vi tranquilo, su rostro pálido, su cabello blanco y rizado! mi abuelo era un príncipe!

Él y yo teníamos un secreto, él leía y leía libros y revistas y cuando era sábado, él descansaba en su hamaca que colgaba de las frondosas ramas de los tamarindos, en ese lugar, se abrazaba y vivía la fantasía que nacía de su imaginación y envolvía sus relatos, invitán-dome a soñar, viajar, conocer mundos imaginados, esa tarde en especial, él me dijo;

Abuelo: ¡Tendrás una semana de vacaciones y tendremos que aprovecharla, ¡tú ya imaginas, leer nuevas revistas de selecciones, los clásicos inmortales, será una semana grandiosa!. Y así fue, comenzando un lunes el abuelo, pasó una mañana, relatándome cómo la sonrisa de una niña, salvó a los pasajeros de que un terrorista detonara una bomba en pleno vuelo, así toda la tarde él me permitió tomar sus revistas y libros, teniendo la oportunidad de leerlos dentro del sembradío del maíz.

Martes, el abuelo se notaba cansado, esa mañana no salió de su cama, pero sí leyó y ese día él me contó sobre Alibabá y los cuarenta ladrones, pude imaginar todo el asombro de Alibabá cuando entró a la cueva, encontrando tanta riqueza y el miedo que sintió, cuando ellos trataron de recuperar lo que él había sustraído de sus tesoros, yo tenía tan pocos años, tan solo diez y mi imaginación se desbordaba igual que cuando llueve tanto, que el afluente de los ríos sale de su cauce, ¡mi abuelo era mejor que el mago Merlín! hacía de su habitación una peligrosa jungla...

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