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  • Prendas de Amor Profano
  • Mario Nosotti

Conocí a Hilda en el taller de escritura de Laura Klein a fines de los noventa. Éramos solo nosotros dos coordinados por Laura; nos juntábamos cada quince días a trabajar nuestros poemas. Nos reíamos mucho, leíamos, a veces cierta lectura nos dejaba mudos, tomábamos whisky. Hilda era para mí alguien especial, que escribía especial y cuyos gestos, cuya presencia, eran de una pregnancia que siempre me costó nombrar. Tenía una sonrisa dulce y a la vez algo rea, la de alguien que ha vivido (no importa por qué) algo intenso; a la vez había algo de su desamparo, su vulnerabilidad, que no hacía difícil empatizar con ella. Creo que de entrada nos caímos bien.

Para mí era sobre todo alguien que escribía y que intentaba hacerlo, como yo. Por las cosas que charlaban con Laura me enteraba a retazos de su historia, las redes de su vida personal. Mujeres, Sudestada, feminismo, madre, militancia, eran palabras que oía cual pregones, fuera de todo contexto, apenas como interrupción. La que yo conocí era la poeta, la detallista a la hora de trabajar un verso, la que obsesivamente volvía una y otra vez sobre la forma de eso que quería contar; aunque sin darse importancia, casi siempre riéndose de sí. Se tomaba, ahora lo veo, tremendamente en serio la escritura. Recuerdo el intercambio en torno a una inflexión de un verso, sus dudas, el sacar y poner, su persistencia en calibrar puntos de vista, originales y casi siempre oblicuos, más cerca del tropiezo que de la afirmación (“manuscribo algo tachable” dice una de sus líneas). Hilda escribía poco, lo que quiere decir que escribía mucho. El poema final venía precedido de muchísimas pruebas. Serenatas y ensayos sobre lo que ella era, sobre lo que sentía, sobre su articulación discursiva: como si el poema fuese un espejo inestable, infatigablemente burilado en donde intentar aprehenderse. Hilda vivía sus pequeños (por breves, por intensos, por anti pretenciosos) poemas, como algo personal en donde la sintaxis tenía que lograr la singularidad esquiva de su paso, la terquedad serena de su sed de vivir.

En los meses de taller vi cómo iban mutando los poemas de su último libro. A veces se ponía seria (siempre era seria), se enojaba con Laura por alguna deriva de lo escrito que quería imponer su visión personal. El famoso enunciado, “lo íntimo es político”, se transformaba en Hilda en simple proceder. En ella era imposible no advertir la herida, es decir cierto hartazgo, la soledad de algo incomunicable, el desgarro de la luminosidad.

Ya estaba débil, afectada del proceso que unos meses después le traería la muerte, cuando vino con Graciela, con la gran compañera de sus días, al festejo de mis cincuenta [End Page 165] años. Hace poco la homenajeamos en un encuentro; estuvo ahí, presente en cada uno de sus tantos amigos y conocidos, de la militancia, la poesía, aquéllos en los que dejó la impronta de su extraña plenitud.

A veces se iba sola varios días, a un departamentito de la costa, a escribir, a burilar poemas, cerca del mar. En su computadora, descubrimos un libro de poemas inéditos prácticamente terminado, quizás los poemas más breves, equilibristamente despojados, como el legado de alguien que se animó a habitar lo impredecible y no quiere dejarlo. Parte de ese legado involuntario empieza a descubrirse, vuelve a recomenzar.

Diciembre 2017


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Homenaje a Hilda (2017)

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Footnotes

4. Mario Nosotti (San Fernando, Buenos Aires, 1966). Publicó los libros Parto Mular (poesía) y El proceso de fotografiar (poesía). En 2018 saldrá su tercer libro La casa de la playa. Beca del Fondo Nacional de las Artes 2014. Colabora con diversos medios gráficos y digitales. Lleva adelante el blog Música Rara https://musicararablog.wordpress.com/

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