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  • Juan Radrigán: su trayectoria e inquietudes
  • Pedro Bravo-Elizondo

El fallecimiento de Juan Radrigán Rojas (Antofagasta 1937–Santiago 2016) me retrotrae a 1982, año en que le hiciera una entrevista, la cual comparto con ustedes. Radrigán dio a conocer sus primeras obras a fines de los 70. Al viajar a Chile a comienzos de 1982 me advierten: “No debes dejar de ver Hechos consumados de Radrigán”, estrenada en septiembre de 1981. La vi en el patio de una entidad social. La mayoría de los asistentes eran jóvenes. El autor estaba presente y al solicitarle una entrevista, me pidió que la hiciéramos en su casa. Fue interesante conversar con Radrigán, simple, amable, de 45 años, mediana estatura y voz suave. Vivía en la Avenida La Paz, barrio cercano al cementerio y a la Vega. Disponía de tiempo pues estaba cesante desde 1973.

Al morir su padre —Radrigán tenía seis años— empieza un largo subsistir con profesiones o “pegas” que van desde el hacer cajones en La Vega a pintor, carpintero, desabollador, obrero textil y librero. Su formación es autodidacta. La inclinación a la literatura proviene de mucho tiempo atrás y el teatro como forma de expresión le pareció la más ajustada al momento, lo más directo. En 1960, en el primer número de la revista Quilodrán, que dirigió Luis Rivano, apareció su cuento “El nacimiento del miedo”. En él ya está presente los motivos que desarrollará en su producción dramática a contar de 1979: la vida de los seres humildes, los olvidados y su lucha contra la miseria tanto material como espiritual. Los pobres, sostiene Radrigán, siempre están solos, “como el cielo, la piedad y los perros”. Y quién mejor que él lo sabe. Radrigán es a los pobres lo que Egon Wolff, Sergio Vodanovic y Fernando Debesa son a la burguesía y la clase media chilenas en la dramaturgia nacional. Cuando se conversa con él, sus observaciones las plantea como algo distanciado y ajeno a la realidad que vive él mismo. A algunos les ha llamado la atención que todas sus obras estén ambientadas en lugares [End Page 229] miserables. Radrigán replica que “vicios y virtudes son los mismos entre ricos y pobres, pero están más nítidos y puros entre los pobres”. Continúa, diciendo que “la dignidad —pieza fundamental de Hechos consumados— en el pobre está más pura y más pristina, en el sentido primitivo y claro. Ellos no tienen los problemas de incomunicación ni todo eso. Ellos tienen el problema del hambre”. La pobreza, tema de Radrigán, no es una creación de los últimos años en Chile, pero como lo expresa uno de los personajes en El invitado, “[l]os echó de toas partes: primero de la casa encachá que teníamos cuando yo era desabollador, de la ropa que usamos, de la calle, de la comía”. El “invitado”, personaje que no aparece en escena, se introdujo en sus casas y en sus vidas, apoderándose lentamente no sólo del espacio vital, sino de sus existencias. No se necesita ser adivino para identificar al “invitado” en los años 80. Él tiene algo que decir, siente la necesidad. Huye “a todo caballo de lo panfletario, pues éste es de momento nada más”.

Su experiencia teatral son las lecturas. Piensa que si hubiese estudiado teatro formalmente “sería más analítico y demagogo”. Está consciente el dramaturgo de su papel en la sociedad: “Tengo, sin embargo, muy claras dos cosas: a pesar de la Biblia, Don Quijote y los poetas, no vamos a arreglar el mundo escribiendo, y que sin la existencia del arte, ese mundo que no podemos arreglar sería gris, mudo y vacío”. Sus obras no las necesita investigar. Conoce bien los problemas que plantea. Para su primera pieza le resultó fácil encontrar un grupo que se interesara por Testimonios de las muertes de Sabina; el teatro de El Angel, Ana González y Arnaldo Berríos fueron...

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