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  • XXXI Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz 2016: celebrando la memoria
  • Miguel Ángel Giella

Esta XXXI edición (del 21 al 29 de octubre) del Festival Iberoamericano de Teatro (FIT) de Cádiz contó con la presencia de grupos de ocho países: Argentina, Chile, Colombia, El Salvador, México, República Dominicana, Uruguay y España. Un año más, el FIT se convierte en una ocasión para “saborear voces con ricos acentos de una misma lengua”, de deleitarse con “nuevas propuestas artísticas” y de “crecer con discursos escénicos, estéticos y éticos, que sirven para relax del alma y alimento de la conciencia”, en palabras de su director Pepe Bablé.

El bailaor gaditano Eduardo Guerrero inauguró esta nueva edición en el Gran Teatro Falla con El callejón de los pecados, que alude a un espacio mítico local, el Callejón del Duende, donde se inspiró para crear este montaje en el que se pudo valorar la gran técnica del bailaor y la complejidad de su estética. El espectáculo une el ritmo del taranto, los tangos o los tientos con el martinete o la soleá. El callejón de los pecados se compone de varios cuadros superpuestos; cada uno de estos cuadros tienen su propia identidad marcada tanto por la música en vivo (dos guitarras, percusión y el cante de Pepe de Pura y Emilio Florido) como por el acertado vestuario. Hacia el final, el bailaor se llevó una larga ovación del público puesto en pie y se vio a un Guerrero emocionado que no perdió la oportunidad para tomar la palabra y reivindicar el lugar por derecho que el flamenco debe ocupar en el Gran Teatro Falla.

Tres puestas argentinas tuvieron lugar en Cádiz: Terrenal. Pequeño misterio ácrata, escrita y dirigida por Mauricio Kartun; Todo piola de Gustavo Tarrío y Eddy García, sobre un poema de Mariano Blatt y canciones de Guadalupe Otheguy; y Todo lo que está a mi lado de Fernando Rubio (Producción FIT de Cádiz-Fernando Rubio). [End Page 217]


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Terrenal. Pequeño misterio ácrata. Foto: Fernando Lendoiro

Terrenal. Pequeño misterio ácrata se sitúa en la pampa, en un fracasado loteo de los años 50. Allí, Caín y su hermano, Abel, viven una versión bonaerense del mito bíblico. Los dos hermanos, en disputa continua, comparten un mismo terreno dividido al medio: Caín produce pimiento morrón y acopia riquezas. Abel, vagabundo y melancólico, les vende carnada viva (escarabajos e isocas) a los pescadores que van al “Tigris” (Delta del Tigre, provincia de Buenos Aires), vive en contacto con la naturaleza y disfruta del ocio. El autor no sólo aborda el conflicto fratricida sino la relación de opuestos en la dialéctica interna entre el ser y el tener. La escenografía es mínima pero muy elocuente: un banco, un cubo, cortinados raídos como viejos telones circenses. La iluminación cenital es puntual y hay un vestuario de trajes negros viejos que les quedan pequeños, camisas blancas con pajaritas negras y unos sombreros chatos. Los dos personajes, por momentos, nos recuerdan a Laurel y Hardy. La aparición de Tatita —el abuelo gaucho con atribuciones de padre y Dios, quien los había abandonado años atrás—completa los pasos del relato bíblico: el del primer asesinato, el de la condena. La interpretación de estos tres actores —Abel, Claudio da Passano; Caín, Claudio Martínez Bel; Tatita, Rafael Bruza—con matices de clown, tocando instrumentos en vivo, es espléndida, ya que logran construir tres formidables personajes con una gran capacidad gestual y corporal. El texto está atravesado por innumerables referencias a la cultura argentina—diálogos que mezclan pasajes del Martín Fierro y de la Biblia, refranes populares, jerga gauchesca. Teatro político, [End Page 218] poético y de ideas; texto y montaje conforman una de las mejores puestas que se presentaron este año en el festival.

Inspirada en un poema de Mariano Blatt, Todo piola indaga...

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