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Reseñas 101 D D D D D durante los siglos oscuros, en el equivalente bizantino de la pseudo-ciceroniana Rhetorica ad Herennium (90); su introducción en Occidente está relacionada, como no podía ser menos, con la caída de Constantinopla en la órbita de influencia del Imperio Otomano y el subsecuente exilio de los intelectuales bizantinos (92 ss.). A Georgius Trapezuntius, rétor griego (1395-1472), le cupo en suerte dar a conocer las doctrinas de Hermógenes en Italia; lo hizo a través de su monografía sobre el arte retórica que, compuesta hacia 1463, obtuvo tempranos ecos en España y se publicó de hecho, corregida y aumentada por mano del magíster hispalense Hernando Pérez de Herrera, en los primeros años del Quinientos (Alcalá, 1511; 93). El librito de Hermógenes, en cualquier caso, escrito en la segunda mitad del siglo segundo, si bien, en principio, no era sino un —otro— tratado de retórica, no pudo menos que suscitar, debido a «su atención preferente hacia la poesía» (70) —a su reconocimiento, en fin, de la especificidad del hecho literario— el interés de los hombres de letras del Quinientos, quienes ahora podían prescindir —de una vez por todas— de las problemáticas indicaciones de Aristóteles y sus exegetas, que, pensando —a todas luces— en la épica, habían establecido que la poesía era la imitación, a través de la palabra, de hombres en acción (ni más ni menos; 83-84). Y es que Hermógenes distinguía, a grandes rasgos, discurso político y discurso poético y consideraba que este último era el resultado de la mixtura de las siete ideas o posibles formas del decir, a saber, claridad, grandeza, belleza, viveza, carácter, sinceridad y habilidad (69 y 103), con lo que su doctrina ayudaba, de un lado, a complementar, o suplir, la entonces vigente teoría de los estilos y, de otro, a caracterizar, por medio de la ya mencionada crítica de los epítetos, el discurso poético (óptimo). El éxito de Hermógenes, como era previsible, fue abrumador y no es de extrañar, así las cosas, que su doctrina aparezca, de un modo u otro, en el trasfondo teórico de los escritos de —entre otros— Pietro Bembo (114-16), Giulio Camillo Delminio (1479-1544; 116-18), Giovan GiorgioTrissino (14781550 ; 118-19),Antonio Sebastiano Minturno (128-30), Julio César Escalígero (127-28) y, por supuesto, según demuestra con maestría Amelia Fernández Rodríguez en el último capítulo de su ensayo (137-57), de las anotaciones de Fernando de Herrera. Javier Álvarez Universidad de Córdoba Homza, Lu Ann. Religious Authority in the Spanish Renaissance. Baltimore and London: The Johns Hopkins UP, 2000. 312 pp. HB. ISBN 0-8018-62434. PB. ISBN 0-8018-790403. At first glance, I would enthusiastically endorse this book. A surprisingly fun read, it allows us to eavesdrop on centuries-old 102 Book Reviews D D D D D squabbles between bookish humanists and monkish priests—or, in some cases, even to hold the invisible ink of their secret missives up to a candle in order to see the golden letters faintly begin to appear. This book takes a creative approach to the topic of religious authority, even incorporating magical spells as an example of which authorities, popular healers and prophets chose to cite. Its basic thesis is that “ecclesiastics in sixteenth-century Spain resist easy categorization because they demonstrate autonomy as authors and readers, even in an intellectual culture dedicated to quotation” (203). Now certainly, some of these squabbles among clerics prove more interesting than others. After the dynamic first chapter (also the longest), we discover that one famous dispute centers around a single comma in Erasmus’s translation of the New Testament which was deemed important enough to uphold or threaten the doctrine of the Trinity. For all but the professional theologian, much of chapters two and three could make one’s eyes begin to glaze over. But Homza displays a rare talent for teasing startling conclusions out of even the...

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