Abstract

Este trabajo gira en torno a la génesis y contexto político y cultural del último gran proyecto librario de Pedro I, la Historia troyana, una obra concebida en los últimos años de su reinado (ca. 1365–69) que transmite un ciclo textual y visual alternativo y amplificado de la leyenda troyana con respecto al modelo paterno (la Crónica troyana de Alfonso XI). El propósito central de este trabajo es, por una parte, el estudio del itinerario cronológico, geográfico y humano por el que pudo haber transitado el manuscrito regio desde la corte sevillana de Pedro I hasta su llegada a Galicia, donde se restauró y se completó en gallego pocos años después. Por otra parte, se abordan algunos aspectos relativos a la legitimación e intencionalidad de la obra, así como el valor testimonial y simbólico que habría representado para los petristas gallegos que la atesoraron. [End Page 209]

La Historia troyana es una obra de la segunda mitad del siglo XIV promovida por Pedro I de Castilla en los últimos años de su reinado (ca. 1365–69). Este singular testimonio revela un ambicioso proyecto textual y artístico destinado a convertirse en una gran compilación historiada de materia troyana con la que Pedro I pretendería emular y superar la rica Crónica troyana (acabada de iluminar en 1350) auspiciada por su padre, Alfonso XI. Sin embargo, esta empresa quedó frustrada al desatarse la cruenta guerra civil que enfrentó a legitimistas y enriquistas. La Historia troyana se conserva en dos manuscritos: por un lado, el códice regio (B, Biblioteca de Menéndez Pelayo Ms. 558), que da cuenta del carácter inacabado de este proyecto editorial; por otro, un testimonio cuatrocentista muy fragmentario (Mb, Biblioteca Nacional de España Ms. 10146), que resulta ser copia de un borrador previo al estadio compositivo documentado por B. Tras un importante deterioro material del soporte originario (en papel y pergamino), el manuscrito de Pedro I (B) habría recalado en Galicia, donde sería restaurado poco tiempo después (ca. 1369–73), probablemente a instancias de Nuno Freire de Andrade, Maestre de Cristo, quien habría ordenado completar –en gallego– las numerosas lagunas textuales a partir de los propios cuadernos supervivientes (muy deteriorados, pero aún legibles), además de (re)encuadernar y afianzar su estructura física.1 La intrincada historia del códice petrista y su proyección simbólica y testimonial tras el regicidio de Pedro I, como se verá, fue verdaderamente notable y no conoció barreras geográficas o temporales.

El propósito de esta contribución es ofrecer una síntesis de las razones que motivaron la concepción de una compilación alternativa de la leyenda de Troya por parte de Pedro I, deteniéndonos primeramente en la génesis [End Page 210] e intencionalidad de la obra, para después adentrarnos en el itinerario cronológico, geográfico y humano por el que debió haber transitado el manuscrito desde la corte sevillana hasta su llegada a Galicia. Por otra parte, se aborda la transformación experimentada en el códice bilingüe que hoy conocemos y el ambiente nobiliario gallego en el que se gestó, con el fin de dilucidar el valor simbólico y estratégico que habría representado, tras la abrupta muerte del monarca, para los primeros petristas valedores de la alianza atlantista contra la nueva dinastía trastámara.

El gran proyecto textual y artístico alternativo de Pedro I

En consonancia con su tenaz predisposición a continuar y actualizar los proyectos socio-culturales paternos, Pedro I concibe su Historia troyana como una alternativa textual y visual del mito con respecto a su predecesora, la Crónica troyana de Alfonso XI (Escorial Ms. h.I.6), que transmitía el relato de la última y definitiva destrucción de Troya a partir de la prosificación ibérica del Roman de Troie.2 Pedro parece haber estado muy interesado en completar este núcleo narrativo principal con una serie de episodios ausentes o parcialmente tratados en la tradición precedente, particularmente en la crónica paterna, referidos tanto al contexto previo a la guerra como a los acontecimientos posteriores a los nóstoi. Así pues, por una parte, se recuperan y desarrollan los acontecimientos principales que, en gran medida, contextualizan el origen del conflicto bélico entre aqueos y troyanos: la fundación de Dardania, la primera destrucción hercúlea de la ciudad en tiempos de Laomedonte, la historia de Frixo y Hele, la conquista del vellocino de oro, la historia de Jasón y Medea, la infancia de Paris, el juicio de la manzana o el encantamiento y encubrimiento de Aquiles en la corte de Licomedes. Por otra parte, la amplificatio de Pedro I también concede una atención especial a los sucesos acaecidos tras la caída de la ciudad y el retorno de los héroes griegos a sus hogares. Por esa razón se [End Page 211] incorporan las andanzas de Eneas (primero en Cartago con la reina Dido y después en el Lacio) y la historia de uno de sus descendientes más granados, Bruto, convertido primero en el nuevo caudillo y libertador de los troyanos cautivos bajo el dominio griego del rey Pandraso y, posteriormente, en el conquistador de las tierras británicas (Pichel Gotérrez, "'Lean'" 89–100, 130–47).3

La fuente a la que acudir para integrar estos complementos no podía ser otra que el rico corpus alfonsí, pues allí se hallaba todo el material mitográfico necesario, volcado en las tres primeras partes de la General estoria. Sin embargo, este préstamo textual e iconográfico no se canalizaría directa y principalmente desde la compilación universal tal como hoy la conocemos, sino a través de un proyecto coetáneo y complementario al propósito historiográfico y enciclopédico del Sabio, esto es, el perdido Libro de Troya, que transmitiría de manera autónoma e historiada una de las grandes "estorias unadas" integradas en la General estoria del Sabio.4 Complementariamente, se habría acudido, también, a los cuadernos de trabajo de materia gentil de la gran crónica universal, en los que constaba el grueso de los materiales troyanos traducidos y, en mayor o menor grado, conciliados con vistas a su incardinación en, al menos, las tres primeras partes de la General estoria (Pichel Gotérrez, "'Lean'" 130–51).

Al tiempo que se recuperaban todos estos episodios, la Historia troyana aspiraba también a convertirse en una gran historia de Troya ilustrada, al articular un ambicioso programa iconográfico, análogo a los que se ensayaban en las refundiciones francesas e italianas del Roman de Troie, en el que tuvieran cabida ciertos pasajes ausentes o soslayados en el ciclo iconográfico de la versión de Alfonso XI. A lo largo de los más de 360 folios del manuscrito original de Pedro se habían proyectado al menos 167 miniaturas, aunque, [End Page 212] teniendo en cuenta el reemplazo y extravío de numerosos folios, el programa iconográfico habría sobrepasado fácilmente las doscientas ilustraciones.5 De todas ellas se llegarían a trazar unas pocas miniaturas (hoy solo conservamos once), todas ejecutadas únicamente en los folios castellanos y concentradas en los primeros cuadernos del códice. En cualquier caso, más allá del estadio compositivo preliminar en el que se estancó el proyecto, la calidad media de las ilustraciones se explica, de acuerdo con Rodríguez Porto (Thesaurum 2: 761–62, 784), en el contexto de un taller visiblemente mermado en un periodo turbulento en el que apenas sobrevivían los ecos del esplendoroso scriptorium de Alfonso XI conducido por Nicolás González; a ello habría que añadir la premura con la que se había iniciado el diseño del ciclo iconográfico, como indicamos más adelante. Pese a ello, el proceso (re)creativo latente en la crónica de Pedro I es muy significativo, no solo por la extensión de su programa iconográfico –que triplica el de la Crónica troyana– y por su disposición –ilustrando pasajes menores o desglosando la representación de ciertos episodios en una secuencia de miniaturas–, sino también por la vastedad y alcance temáticos. En efecto, a diferencia de la crónica paterna, ceñida primordialmente a la ambientación bélica, el relato historiado de Pedro I concedía un enorme interés adicional a las intrigas amorosas (como en el caso del triángulo de Troilo, Briseida y Diomedes, o los amores de Aquiles y Políxena), al protagonismo de las figuras femeninas (Medea, Hesíone, Helena, Hécuba, Casandra, Pentesilea, etc.) y a otras tramas menos convencionales u ortodoxas: escenas de carácter nigromántico (los conjuros y hechizos de Medea), ciertos comportamientos transgresores (el rapto de Ganímedes o el travestismo de Aquiles), muertes y escenas cruentas (el fratricidio de Apsirto), la aparición de los dioses paganos (el juicio de Paris), los comportamientos desleales (la traición de Eneas y Antenor) o las escenas de mediación entre los dos bandos (las treguas o las infructuosas [End Page 213] embajadas de Agamenón). En definitiva, el carácter excepcional del códice santanderino en lo que se refiere a la variedad y amplitud de los materiales mitográficos representados "emerge como un unicum en el conjunto de la miniatura europea contemporánea" (Rodríguez Porto, "El Libro" 27).

Pese a los esfuerzos por concebir un entramado textual y visual innovador, el proyecto de Pedro I no pudo concluirse como consecuencia del convulso periodo en el que se concibió y acabaría por ser abandonado en un estadio compositivo intermedio o preliminar, tanto en lo referente al ensamblaje discursivo como a la disposición y ejecución del programa iconográfico. Así lo reflejan algunos aspectos codicológicos como el tipo de escritura utilizado, la configuración fascicular, la mise en page o la calidad de los soportes escriturarios empleados (Pichel Gotérrez, A Historia Troiana 1: 177–434). Todo ello explica su carácter experimental y preparatorio, pues, si bien se había completado la etapa de selección de fuentes, estas todavía no se habían conciliado (Pichel Gotérrez, "'Lean'" 96–100); por otra parte, se ensayaba el ajuste e impacto visual de ciertas miniaturas, algunas de ellas localizadas de manera arbitraria en una ubicación distinta a la que les correspondía, pues su integración solo constituía un mero ensayo iconográfico (Rodríguez Porto, Thesaurum 766–67, "El Libro" 26–27). Pese a que la empresa quedó paralizada en un estadio redaccional e iconográfico aún incipiente, ni el profundo deterioro material del códice ni el abandono definitivo del proyecto habrían supuesto la destrucción del códice de Pedro I, sino que tendría continuidad en el seno de un ambiente político y cultural afín en tierras coruñesas. Salvaguardados los maltrechos cuadernos castellanos en Galicia poco tiempo después del regicidio, se emprendería allí su restauración, reparándose la estructura interna del manuscrito y traduciéndose al gallego el soporte deteriorado.

Sin necesidad de adelantar ahora lo acontecido en tierras gallegas, el estudio pormenorizado del manuscrito de Pedro I aún depara nuevas sorpresas en lo que concierne a su génesis compositiva. Si bien no tenemos constancia de que se llegara a emprender una versión definitiva y autorizada por el rey, sí conocemos, gracias al testimonio fragmentario del siglo XV (Mb), las características del antecedente inmediato de la Historia troyana. Esta versión [End Page 214] cuatrocentista fue copiada parcialmente al comienzo de un manuscrito acéfalo de mediados del XIV (Ma) que fusionaba la Crónica troyana de Alfonso XI con la Historia troyana polimétrica.6 Las lagunas textuales de este facticio mútilo serían completadas con el auxilio de un texto híbrido idéntico a la Historia troyana (Mb) que también conjugaba la versión de Alfonso XI con materia troyana alfonsí. Así pues, el análisis del testimonio del XV y su cotejo con el códice bilingüe ha permitido desentrañar la naturaleza del antecedente común del que habrían surgido: un borrador, cuaderno de trabajo o guía de la Historia troyana confeccionado en el taller de Pedro, al que también tuvo acceso el enmendador del XV, quien logró subsanar las continuas lagunas textuales del facticio prosimétrico de la BNE (Pichel Gotérrez, "'Lean'" 152–63).

Génesis e itinerario de la Historia troyana de Sevilla a Galicia

La datación del proyecto originario de Pedro I en los últimos años de su reinado (1365–69) ha sido posible gracias al estudio interdisciplinar de la sección castellana del códice santanderino.7 Si establecemos como término ad quem la muerte de Pedro I, cabe reconocer que, al menos, la confección del códice santanderino –no así necesariamente la concepción de la obra ni su primer borrador, como veremos más adelante– habría tenido lugar en los últimos cuatro años de su reinado (1366–69), coincidiendo con el recrudecimiento de la guerra civil fratricida, pero también con la finalización de los trabajos de remodelación de los Reales Alcázares de Sevilla.8

Como es sabido, es allí, en su nuevo palacio mudéjar, levantado a partir de 1364 sobre los restos musulmanes, así como en el alcázar de Carmona, [End Page 215] una de sus residencias predilectas donde Pedro se repliega en estos últimos años. El repentino abandono del proyecto de la Historia troyana podría relacionarse con los acontecimientos que precipitaron la última y desesperada marcha de Pedro contra su hermano, camino de Toledo, que acabaría con su asesinato en el real de Montiel (23 de marzo de 1369). Sin embargo, la incautación del tesoro regio por parte de Enrique II tras el regidicio, así como el encarcelamiento de Fernando Ruiz de Castro, el principal valido del monarca legítimo y quien habría sido probable custodio de los maltrechos cuadernos de la Historia troyana, sugieren la confección del códice santanderino y su llegada a Galicia en un escenario previo: unos pocos años antes, en el contexto de lo que se conoce como "primer reinado" de Enrique II (marzo 1366 - abril 1367), iniciado como consecuencia de la invasión de las tropas pro-enriqueñas desde comienzos de 1366. Como es sabido, en apenas cuatro meses, el ejército reclutado por el Trastámara en tierras francesas penetra en la frontera castellana, primero desde Calahorra (donde se autoproclama rey de Castilla, el 16 de marzo), después con la conquista de Burgos (donde es coronado rey, el 5 de abril, en el monasterio de las Huelgas) y la toma de Toledo (a comienzos de mayo). Finalmente, tras la ocupación de Córdoba y las principales plazas fronterizas con el reino granadino, el ejército entra en Sevilla (en la segunda semana de junio), donde permanece hasta finales de julio.

Quizás fue en esta coyuntura en los inicios de la guerra fratricida, durante la primera mitad de este año (enero-junio 1366), en la que el proyecto de la Historia troyana acabaría siendo interrumpido y definitivamente abandonado. Como ya se ha dicho, el manuscrito B de la Historia troyana no era el primer borrador de la obra, documentado gracias al testimonio Mb, así que es probable que el proyecto hubiese empezado a concebirse tal vez a inicios de esta década. Sin embargo, cabe conjeturar que el códice santanderino hubiese sido el producto de una intensa campaña de trabajo, en los prolegómenos de la expedición bélica de las Compañías blancas reclutadas por Enrique y capitaneadas por el bretón Bertrand du Guesclin. Esta circunstancia habría llevado al taller de Pedro a acelerar el proceso editorial y, acaso, fusionar varias etapas compositivas, dando como resultado [End Page 216] un ejemplar de carácter experimental y descompensado a nivel estructural y discursivo: si bien se había ensayado una mise en page de aparato (presencia de reservados para miniaturas, capitales y epígrafes, así como de escritura decorativa: rúbricas y tituli) y el impacto visual de algunas de las ilustraciones previstas (se habrían esbozado una veintena de miniaturas), sin embargo, aún no se había acometido la conciliación –textual e iconográfica– de las dos fuentes principales que conforman la Historia troyana: las ya citadas interpolaciones de procedencia alfonsí y la prosificación ibérica del Roman de Troie conocida a través de la Crónica troyana de Alfonso XI. De ahí la inusitada coexistencia de motivos y pasajes redundantes relatados en ambas tradiciones discursivas (Pichel Gotérrez, "'Lean'" 96–100).

Así pues, Pedro se encontraba en Sevilla a comienzos de año (1366) y allí se replegaría tras el abandono de Burgos y la retirada de Toledo provocada por el avance de las tropas enriqueñas. Sin embargo, ante la inminente llegada de su hermanastro a Sevilla, Pedro acabaría huyendo a Alburquerque y de allí, por tierras lusitanas, hacia el norte, entre finales de mayo y comienzos de junio, con la esperanza de recabar apoyos entre los aliados fieles, especialmente en Galicia –uno de los baluartes del petrismo más sólidos, personificado en la omnipresente figura de Fernando de Castro.9 Éste le esperaba al otro lado de la frontera, en tierras ourensanas, ante la posibilidad de reactivar un nuevo acuerdo militar con los ingleses. Es factible que en este arriesgado viaje –acompañado, entre otros servidores, por su canciller Mateo Fernández– Pedro se hubiera llevado consigo, entre otros materiales, los maltrechos cuadernos de su Historia troyana con la intención de reanudar el proyecto en condiciones menos inciertas. En este sentido, el carácter experimental del manuscrito habría funcionado como un corpus textual transitorio y suficiente con el que abordar la conciliación de las fuentes al tiempo que ensayar la mise en page en ese mismo soporte. En cuanto a la iluminación, es evidente que, en esas circunstancias, habría sido complicado [End Page 217] trasladar alguno de los modelos que habría servido de inspiración para el ciclo iconográfico de la Historia troyana (al menos el perdido Libro de Troya, un testimonio napolitano del Roman de Troie y la Crónica troyana de Alfonso XI; Rodríguez Porto Thesaurum 750–84, "El Libro" 17–36), que tal vez habrían permanecido custodiados en el alcázar sevillano de Carmona.10 Esto probaría que el periplo de la Historia troyana hacia el norte tenía carácter provisional, pues, como es lógico, Pedro I confiaba, pese a todo, en recuperar el trono, como así finalmente sucedió. Sin embargo, lo haría en tan efímeras y desfavorables condiciones que imposibilitarían la reanudación de cualquier empresa literaria y aún menos una tan ambiciosa, a nivel artístico, como lo era la Historia troyana.

Aunque no consigue auxilio militar, su tío, el rey Pedro I de Portugal, autoriza un salvoconducto para que el monarca castellano sea escoltado hasta Lamego por el primer Condestable de Portugal, Alvar Pérez de Castro (hermanastro de Fernando de Castro) y el Conde de Barcelos, João Afonso Telo. A partir de allí Pedro cruza la frontera por Chaves y llega hasta Monterrei, donde durante varias semanas se suceden las reuniones con lo más granado de la nobleza condal gallega –entre ellos Fernando de Castro–, en las que se plantean las diversas opciones para confrontar a Enrique y recuperar los territorios conquistados. Finalmente, conforme al criterio de su canciller, se decide reactivar lo antes posible el auxilio de su aliado Eduardo III de Inglaterra, por lo que Pedro se encamina hacia Compostela (donde ordena la ejecución del arzobispo Suero Gómez de Toledo y del deán de la catedral Pedro Álvarez) y posteriormente se embarca en el puerto coruñés con dirección a Bayona y después a Burdeos, donde se encontraba el heredero de la corona inglesa, el Príncipe de Gales Eduardo de Woodstock.

Tras la partida de Pedro hacia el sur de Francia, se produce en Galicia hacia finales de julio y comienzos de agosto un impetuoso levantamiento [End Page 218] prolegitimista, alentado por una persistente liga de emperogilados encabezada por Fernando de Castro, convertido en una suerte de lugarteniente del rey.11 Con todo, el Trastámara había intentado sin éxito sofocar la revuelta, con el asedio de la inexpugnable villa luguesa, foco principal de la resistencia petrista en este momento. Pese a ello, la causa legitimista continuaría abriéndose camino en los meses finales de 1366 e inicios de 1367, propagándose a otros territorios cercanos como Astorga y Zamora, así como a otras regiones cantábricas (como San Sebastián) y algunas zonas del reino de León. Entre tanto, el tratado de Libourne, acordado en septiembre de 1366 entre el Príncipe de Gales y el monarca castellano, aseguraba la intervención militar inglesa, aunque a cambio de un alto precio para la corona de Castilla que, finalmente, nunca llegaría a pagarse, incluyendo una importante suma económica, la entrega de algunos territorios clave (como el señorío de Vizcaya o la villa de Castro Urdiales) y la cesión de diversos privilegios a los mercaderes ingleses que operasen en Castilla. Como es sabido, la expedición de las tropas anglo-petristas desde finales de enero de 1367 por Navarra hasta tierras riojanas semanas después se saldaría en la batalla de Nájera (el 3 de abril) con la derrota del ejército trastamarista, el exilio a Francia de Enrique y la pérdida temporal de su corona. Sin embargo, al incumplir Pedro las duras condiciones del acuerdo con su aliado inglés, la efímera recuperación del trono dio paso pocos meses después al calamitoso deterioro de las relaciones con el Príncipe Negro, retornado a la Gascuña a mediados de agosto, lo que debilitó sobremanera la estrategia del monarca castellano al tiempo que reforzaba la posición de Enrique quien, entre tanto, había negociado con el duque de Anjou el auxilio militar francés para su última y definitiva incursión, iniciada a mediados de septiembre, contra su hermano. [End Page 219]

Legitimación e intencionalidad en la Historia troyana

Aunque no podamos abordar aquí un análisis extenso sobre la proyección legitimadora y la intencionalidad que guió la concepción de la Historia troyana de Pedro I, sirvan estas breves notas a modo de síntesis. Parece evidente, por una parte, que la persistente confrontación entre los dos hermanos, intensificada en la década de los 60 con la guerra civil, influyó de manera notable en la compilación y recreación de determinados pasajes y motivos iconográficos en los que canalizar la atmósfera de inestabilidad imperante en aquellos años. En la particular atención –textual y visual– prestada por Pedro a las tramas en las que se desenmascaraba la felonía de los protagonistas (como la traición de los sediciosos Eneas y Antenor), las escenas cruentas (como el fratricidio de Apsirto) o los episodios en los que se relataba la mediación entre los dos bandos (como las treguas o las infructuosas embajadas de Agamenón), se advertiría al trasluz la apremiante coyuntura socio-política de aquellos años, que tendría una particular resonancia en la corte castellana de aquel momento. Una audiencia, como apunta Rodríguez Porto (Thesaurum 2: 783), para la que el códice de Pedro contrastaría con el recuerdo de la magnificencia desplegada en la Crónica troyana de Alfonso XI.

Con la autoproclamación y posterior coronación de Enrique de Trastámara en la primavera de 1366 culminaba un convulso y sangriento lustro de conflictos con la corona de Aragón, con el reino de Granada y en el seno de la propia corte castellana, al tiempo que daba comienzo el ocaso de una dinastía. Así las cosas, la Historia troyana se erigía tímidamente, en parte, como un último intento legitimador del poder real, ya agonizante, cuya proyección, sin embargo, se haría pertinaz en el occidente peninsular y en particular en tierras gallegas, precisamente donde el códice –y la causa– petrista resurgiría de sus cenizas.

Por su parte, el significativo interés de Pedro por expandir el relato de la Historia troyana más allá de los nóstoi con una esquemática narración de las aventuras de Eneas tras la caída de Troya y el simbólico resarcimiento de sus descendientes (especialmente Bruto), fundadores venideros de Roma y Britania, no debió ser ajeno a las circunstancias que conformaron [End Page 220] la alianza anglo-castellana a lo largo de la última década del reinado de Pedro I y en particular a raíz de la invasión pro-enriqueña en los primeros meses de 1366.12 Así, no parece casual la amplificación de un relato troyano que transita desde la fundación de Dardania y de su definitiva destrucción hasta "la puebla de Troya la Nueva en las Bretañas" (así consta en la versión alfonsí de la Historia regum Britanniae), narrando la liberación de los troyanos expatriados en cautiverio y la posterior conquista y dominio de Britania a manos de Bruto, uno de los más egregios descendientes de Eneas. Así pues, tanto el interés por desarrollar las tramas más conflictivas del enfrentamiento entre aqueos y troyanos (traiciones, acciones crueles, mediaciones infructuosas, etc.), como el deseo de extender el epílogo bélico hasta la (re)fundación de un nuevo reino, parecen catalizar en la Historia troyana la aspiración de un restablecimiento del poder legítimo y del orden preestablecido. La representación por palabra e imagen de este afán, compartido tanto por Bruto y los descendientes troyanos como por Pedro y sus emperogilados, habría calado de manera particularmente intensa en la audiencia de la Historia troyana.

La obra de Pedro I se encuadra, por tanto, en un marco socio-político asociado al interés por el ciclo clásico troyano y la materia de Bretaña, representado tanto por la alianza diplomática y militar de corte anglófilo (contextualizada en la Guerra de los Cien Años), como por los enlaces matrimoniales de dos de las hijas nacidas de su unión con María de Padilla: Constanza con Juan de Gante (1371), primer duque de Lancáster, e Isabel con Edmundo de Langley (1372), primer duque de York, ambos hermanos menores del Príncipe Negro, con quien Pedro había negociado el acuerdo de Libourne. Dichos vínculos quedan reforzados pocos años después con el matrimonio de Filipa de Lancáster, primogénita de Juan de Gante, y João I de Portugal (1387), coincidiendo con los estertores del petrismo. La proyección [End Page 221] de estos dos ciclos de materia antigua como legitimación del linaje y del poder real es bien conocida. A este respecto, Gómez Redondo recuerda los otros tres marcos de relaciones sociales y políticas vinculados a la entrada y expansión de la materia de Bretaña en la Península entre los siglos XIII y XVI: el primero se corresponde con la penetración del Roman de Brut de Wace a través de Navarra (representado en los Anales navarro-aragoneses, los segundos Anales toledanos y, finalmente, el Libro de las generaciones; Casas Rigall 95–112; Bautista, "Genealogías", "El Libro de las Generaciones"), asociado a los enlaces de Alfonso VIII de Castilla con Leonor de Inglaterra (1170) y Berenguela de Navarra con Ricardo I de Inglaterra (1191). El segundo marco, en el que las relaciones con Inglaterra se afianzan (en 1254 el futuro Eduardo I se casa con Leonor de Castilla, hermanastra de Alfonso X), está representado, naturalmente, por la General estoria, en donde la "estoria de las Bretañas" se concentra en la segunda parte y después prosigue, ya sin formar un relato unitario, en la tercera, cuarta y quinta partes de la magna compilación del rey Sabio. El tercer marco socio-político está representado, como ya se ha dicho, por la etapa petrista a lo largo de la segunda mitad del siglo XIV, antes y después de la muerte de Pedro. Finalmente, un último escenario, el acuerdo matrimonial entre Catalina de Castilla y Aragón con el Príncipe de Gales Arturo Tudor (1489) posibilita pocos años después la composición de la Historia de Inglaterra llamada fructo de los tiempos, en la que se recupera la estructura temática de Wace. A esta práctica, tan frecuente en la baja Edad Media, habría que añadir como una motivación adicional en el caso de la Historia troyana la intensa y decisiva conexión anglo-castellana, en términos políticos y militares, acentuada, como decimos, en los últimos años de su convulso reinado.

Así pues, la Historia troyana, al igual que posteriormente las Sumas de historia troyana y, a comienzos del siglo XV, la compilación gallega de la Crónica de 1404, reflejan el interés nobiliario por las materias de Troya y de Bretaña. Lo mismo acontece, aún dentro de la primera mitad de esta centuria, con las traducciones portuguesa (anterior a 1415) y castellana (ca. 1428–52) de la Confessio Amantis de John Gower, promovidas por Filipa [End Page 222] y Catalina de Lancáster.13 Por su parte, Gutierre Díaz de Games evoca el roman antique en el uso que hace de la materia clásica en su Victorial (ca. 1436), en donde, además, resulta muy reveladora la nítida asociación que se establece entre petrismo, Galicia y Troya.14 El interés tan arraigado en el petrismo por la materia troyana, ausente en los tres reinados castellanos posteriores (Enrique II, Juan I y Enrique III), vuelve a surgir en el reinado de Juan II (1406–54), educado bajo la supervisión directa de su madre, Catalina de Lancáster, nieta de Pedro I. Además de El Victorial y de las traducciones portuguesa y castellana de la Confessio Amantis, en esta época se realiza el Omero romançado o Ylias en romance, traducción de la Ilias Latina realizada por Juan de Mena para Juan II (ca. 1442), la primera traducción castellana íntegra de la Historia destructionis Troiae de Guido de Columna a cargo de Pedro de Chinchilla para el conde de Benavente (1443), y, ya a comienzos del reinado de Enrique IV, el Origen de Troya y Roma de Diego de Valera (ca. 1455–60).

Un último apunte nos lleva a otro de los focos de atención más interesantes que ayudan a desentrañar la intencionalidad y concepción de la Historia troyana. De acuerdo con el especial relieve –textual e iconográfico– que adquieren las tramas femeninas (pensemos en las querellas espistolares de Hipsípila, Medea, Enone, Filis, o en la repercusión de otras figuras como Hesíone, Helena, Hécuba, Casandra, Pentesilea o, de nuevo, Medea), quizás no sea descabellado aventurar la posible influencia –tal vez diferida en el tiempo– de María de Padilla, perenne amor de Pedro y figura preponderante [End Page 223] en la vida del monarca, incluso tras su muerte en 1361, como inspiradora o incluso (co)artífice del proyecto. Esta idea, unida a los primeros pactos con la corona inglesa, nos permitiría identificar una fase preliminar para la génesis y concepción de la Historia troyana (finales de la década de los 50 - inicios de los 60), y quizás también para la elaboración del primer borrador (del que tenemos constancia, como se ha dicho, en Mb). El desarrollo ulterior del proyecto (la conciliación de las fuentes, textuales e iconográficas, y su paulatina configuración en el molde librario regio) se habría dilatado o pospuesto necesariamente ante el progresivo agravamiento del conflicto castellano-aragonés desde 1356 y durante los años siguientes (especialmente entre 1358 y 1360), la guerra contra el reino de Granada (entre 1361 y 1364) y, a partir de aquí, la abierta confrontación con Enrique de Trastámara.

"La voz del rey don Pedro" en Galicia: La proyección atlantista de la Historia troyana

El recrudecimiento de la guerra civil entre legitimistas y trastamaristas paralizó el proyecto original de Pedro I y, de hecho, el monarca ya no tendría oportunidad de volver sobre él. Sin embargo, el trabajo realizado hasta el momento no solo no se desvaneció, sino que gozó de una "segunda vida" en un ambiente político y cultural afín en tierras gallegas. De acuerdo con lo dicho hasta aquí, los malogrados cuadernos del códice de Pedro habrían sido salvaguardados a mediados de 1366, en el contexto de la frenética huida del monarca hacia Galicia, habiendo sido confiados a su valido en tierras gallegas, Fernando Ruiz de Castro, con ocasión de alguna de las juntas celebradas en junio en tierras ourensanas y coruñesas.

Así pues, el itinerario recorrido por la Historia troyana entre tierras andaluzas y gallegas habría sido posible a través de la conexión nobiliaria de la Casa de Lemos, personificada en la figura del bautizado como "toda la lealtad de España". Recordemos, en este sentido, los estrechos vínculos de esta poderosa estirpe nobiliaria con la realeza castellana y portuguesa de la época, especialmente en el caso Fernando Ruiz con Pedro I y de su padre Pedro Fernández de Castro, criado en Portugal con el Conde de Barcelos y después al servicio de Alfonso XI como Mayordomo mayor. Precisamente, [End Page 224] desde finales de julio de 1366, antes de embarcarse Pedro hacia la Bayona vasco-francesa (y después ratificado en privilegio de 8 de septiembre), Fernando de Castro sería elevado a Conde de Trastámara, Lemos y Sarria, además de ostentar los cargos de Pertiguero mayor de Santiago, Alférez mayor y Adelantado mayor de León, Asturias y Galicia. Recordemos que los títulos condales y el adelantamiento los recibía después de que Pedro hubiera desposeído a su hermano bastardo de los mismos, al tiempo que con la pertiguería se hacía con el dominio de las fortalezas arzobispales.15 En este contexto propicio, el manuscrito habría permanecido atesorado a buen recaudo en los dominios condales del Castro. Sin embargo, debido a la intensa campaña bélica pro-legitimista (especialmente en Lugo) acaudillada por Fernando a partir de la segunda mitad de 1366 y durante los meses siguientes, incluida su participación en la batalla de Nájera (marzo de 1367), el códice habría fácilmente recalado en la corte nobiliaria de sus principales vasallos, los Andrade, oriundos del área noroccidental coruñesa, en donde poco tiempo después, tras la muerte del monarca castellano, se habría reactivado el interés por el valioso manuscrito y se habría acometido su restauración.

Nuno Freire de Andrade, hermano mayor del reconocido Fernán Pérez "o boo", se antoja el candidato ideal para el patrocinio de esta singular empresa (Pichel Gotérrez, "A fortuna" 119–30; Rodríguez Porto, Thesaurum 2: 749–50, 784–88). Establecido en la corte portuguesa desde mediados de siglo y designado Maestre de la Orden de Cristo por Pedro I de Portugal, alcanza su mayor prestigio como Canciller mayor del reino al servicio de Fernando I.16 Es en este momento, en el contexto de la persistente alianza atlantista entre nobles emperogilados y Fernando I de Portugal (Primera Guerra Fernandina, 1369–71), reactivada tras la muerte del rey castellano, cuando Nuno Freire [End Page 225] vuelve a Galicia con el monarca portugués, acompañado, entre otros, por Alvar Pérez de Castro, donde es designado gobernador de Coruña, uno de los bastiones más sólidos del petrismo en aquel momento. Fernando de Castro, por entonces encarcelado en Montiel, no pudo participar en esta primera expedición del rey Fernando I en tierras gallegas; sin embargo, pocos meses después (septiembre de 1369), aprovecha la ofensiva de Enrique contra el monarca portugués en el cerco de Guimarães para escapar y entrar de nuevo en Galicia, fortaleciendo los principales núcleos pro-legitimistas (Santiago, Lugo y Tui) desde marzo de 1370, y logrando el alzamiento de la ciudad compostelana contra el arzobispo Rodrigo de Moscoso en la primavera de 1371. En este contexto favorable a la resistencia gallega antitrastamarista se enmarca el coyuntural retorno de Nuno Freire de Andrade y su transitorio establecimiento en tierras coruñesas, donde habría tenido acceso al malogrado códice de Pedro I, recuperado por el Castro pocos años antes. En él el Maestre de Cristo habría contemplado con enorme interés las escenas caballerescas relatadas por palabra e imagen, tomando consciencia de su enorme valor testimonial, cultural e ideológico. En un momento tan decisivo como aquel, el hallazgo tuvo que agitar e incluso conmover a aquellos individuos. No es de extrañar que se decidiese adoptar el fallido proyecto petrista y rehabilitarlo como un artefacto estratégico, al servicio ahora de la resistencia legitimista desplegada en tierras gallegas y de la alternativa atlantista impulsada por los Castro y consolidada con la alianza anglo-luso-galaica:

Este encumbrado caballero […] habría reparado a buen seguro en los temas de la Antigüedad pagana que se desplegaban ante sus ojos, y en las dos imágenes de apertura que contenía el manuscrito […]. Para un leal petrista como Nuno Freyre, el atesorar en su poder un despojo que había sobrevivido a la tragedia de Montiel, equivaldría a seguir teniendo –siquiera simbólicamente– la voz del rey don Pedro.

El patronazgo de este proyecto por parte de Nuno Freire, acaso ya familiarizado con el texto de la Historia troyana desde su gestación en la corte de Pedro años antes,17 no habría sido algo insólito en su carrera, sino [End Page 226] que estaría en consonancia con otras empresas culturales por él emprendidas tanto en Galicia como en Portugal. Por un lado, a mediados de siglo y poco antes de emigrar definitivamente a Portugal (ca. 1355), habría encargado una traducción (Escorial Ms. O.I.1) de la primera parte de la General estoria alfonsí (Pichel Gotérrez, A Historia Troiana 92–97, "Nuno Freire" 108–09). Precisamente, la experiencia surgida a raíz de esta lujosa empresa libraria habría podido inspirar pocos años después la restauración del códice petrista. Asimismo, ya asentado en tierras portuguesas, como Maestre de Cristo y ayo del futuro rey João I, al que adiestraría en el arte cinegético, Nuno Freire habría dado a conocer allí el Libro de la Montería de Alfonso XI (Rodríguez Porto, Thesaurum 2: 786; Valverde 501–02).18 De acuerdo con el relato de Fernão Lopes, nos encontramos ante un individuo con un profundo conocimiento de la cultura caballeresca y, de hecho, así aparece retratado en las semblanzas a él dirigidas en su Crónica de D. Pedro (cap. XLV), en donde se relata cómo Nuno Freire habría conseguido el maestrazgo de Avis para el príncipe João y lo habría ordenado caballero a la corta edad de siete años.

Con este innegable interés por la simbología caballeresca, tal vez no le habría sido ajena la similitud entre el escudo que porta Jasón en la miniatura del manuscrito santanderino que ilustra la conquista del vellocino de oro (fol. 27r, fig. 1) y el emblema de la Orden de la Banda, que en tiempos de Alfonso XI era una banda negra sobre campo de plata (Rodríguez Porto, Thesaurum 2: 786; Rodríguez-Velasco 168). Recordemos en este punto que el padre y el tío de Nuno Freire (Rui Freire de Andrade y Nuno Freire I), aunque no habían llegado a recibir la Orden de la Banda (Rodríguez Porto, Thesaurum 2: 787), sí habían sido ordenados caballeros por Pedro Fernández de Castro en la coronación de Alfonso XI en Burgos. La contemplación de estas escenas de la argonáutica también habría evocado el mismo recuerdo a Fernán Pérez de Andrade, quien había incorporado al escudo familiar la banda dorada con dragantes que desde Pedro I constituía el emblema de la Orden de la Banda (Rodríguez Porto, Thesaurum 2: 787; Crespo Pozo, 2: 76). [End Page 227]

Fig 1. Miniatura de la llegada de Jasón a la Cólquide y la conquista del vellocino de oro. © Biblioteca de Menéndez Pelayo (Santander) Ms. 558, fol. 27r
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Fig 1.

Miniatura de la llegada de Jasón a la Cólquide y la conquista del vellocino de oro. © Biblioteca de Menéndez Pelayo (Santander) Ms. 558, fol. 27r

Así pues, legitimados para salvaguardar parte de un legado que les era tan afín, los artífices gallegos emprenderían un laborioso proceso de restauración de la Historia troyana, que sin duda refleja el alcance simbólico que para ellos tendría el manuscrito que pretendían atesorar. En lugar de acometer una copia, aunque fuera modesta, del emblemático códice, se decide reacondicionarlo conservando al máximo posible aquellos folios y cuadernos mejor conservados, reforzando su debilitada armazón interna, al tiempo que se reemplazan aquellos otros más deteriorados por nuevos pliegos, en este caso, traducidos al gallego. El códice llegaría a Galicia con una veintena de fascículos desencuadernados, de los cuales al menos nueve estaban en muy mal estado de conservación (especialmente en la primera [End Page 228] mitad del códice y en los últimos cuadernos) y serían reemplazados por casi un centenar de nuevos pliegos en gallego. En cambio, los restantes cuadernillos originales se habrían conservado razonablemente bien y no sería necesario, salvo casos puntuales, su restitución textual. La posibilidad de copiar íntegramente el códice en un nuevo soporte supondría, entonces, descartar más de doscientos folios en buen estado, lo cual significaría duplicar los recursos económicos en lo relativo al material escriturario y a la propia labor de copia del texto, a mayores de la inversión que conllevaría la iluminación de un considerable número de miniaturas. Así pues, resultaba más económico (aunque, desde luego, no más sencillo) reconstruir los cuadernos deteriorados y reemplazarlos por casi un centenar de pergaminos nuevos, resultando un ejemplar bilingüe de más de trescientos folios reestructurados en un mínimo de 32 fascículos mayormente híbridos (Pichel Gotérrez, "Contribución") del que hoy, pese a las pérdidas y mutilaciones sufridas a lo largo de los siglos siguientes, conservamos la mayor parte (220 fols.).

En cuanto al modelo textual utilizado para la reconstrucción del códice, los artífices gallegos no habrían tenido necesidad de utilizar –al menos de forma sistemática– fuentes ajenas al propio manuscrito castellano malogrado, tal como suponía Lorenzo (Crónica Troiana 32), para quien el responsable de la restauración se habría valido de una traducción gallega del testimonio X'' conjeturado por García Solalinde (132–33). La mayor parte de los folios deteriorados del manuscrito originario aún eran –parcial o íntegramente– legibles, por lo que habrían sido traducidos en el nuevo soporte, resultando así el códice híbrido que hoy conocemos (Pichel Gotérrez, A Historia Troiana 1: 177–434). Por otra parte, sabemos que unos pocos folios, en los últimos cuadernos, habían desaparecido, tal como se deduce de una de las notas marginales del supervisor gallego: "Paréceme que aquí mingou moita razón que aquí non acharon" (B, fol. 174v). Esto prueba que los artífices gallegos no contaban con los materiales adecuados para reconstruir el códice, puesto que, de haberlos tenido a su alcance, habrían sido capaces de completar el texto en su totalidad. Lo mismo se infiere de la deturpación textual registrada en la traducción del primer cuaderno originario de B, [End Page 229] pues el mal estado de conservación del antígrafo en este punto debía ser importante: de haber contado los artífices gallegos con un manuscrito de referencia habrían cotejado aquellos pasajes más difíciles de leer y aclarado las dudas de interpretación que, sin duda, surgieron en más de una ocasión en el proceso de traducción (Pichel Gotérrez, A Historia Troiana 2: 1375–443).

Otro de los aspectos más interesantes de la confección del manuscrito bilingüe es, precisamente, su configuración lingüística. En mi opinión, concurren varias circunstancias que explican la conformación híbrida del códice una vez restaurado en tierras gallegas. A nivel estrictamente lingüístico, cabe afirmar primeramente que la lengua natural y habitual de los artífices que subsanaron la Historia troyana era la gallego-portuguesa y de ella se valdrían para completar el texto pese a la lengua original del antígrafo (castellano). Téngase en cuenta, por una parte, la probada intercomprensión lingüística del macrosistema románico operativo, al menos, en tierras centro-occidentales; por otra, la naturaleza bilingüe de aquellos individuos, muy habituados a la itinerancia entre distintas cortes y territorios, y con una satisfactoria competencia comunicativa, al menos, en los romances gallego-portugués y castellano.19 Hay, además, ciertos indicios en el propio texto de la Historia troyana (sección gallega) que sugieren la incidencia complementaria de otros factores (extra)lingüísticos que ayudan a comprender la elección deliberada y prioritaria del romance occidental para la restauración del códice. Véase al respecto Pichel Gotérrez, "'Lean'" 165–66 y n. 180, en donde concluimos que los artífices gallegos eran perfectamente conscientes de las dos variedades lingüísticas diferenciadas en las que se gestaba el nuevo códice petrista, y así lo reflejaron tanto en el prólogo de la obra como en ciertos pasajes de carácter metalingüístico.

Las motivaciones que explican el bilingüismo en la Historia troyana petrista van más allá, por supuesto, de la dimensión puramente glotológica, y conectan con el contexto socio-cultural y político, ya apuntado, en el que se forja la restauración gallega, así como con la audiencia a la que iba destinado [End Page 230] el códice recobrado de Pedro I. Por una parte, resulta perfectamente comprensible que los receptores de los cuadernos supervivientes hubiesen estimado oportuno preservar al máximo posible el soporte original, tanto por su enorme valor simbólico como por razones más prácticas de orden económico a las que ya hicimos referencia. Por otra parte, la especial aportación gallega –diplomática y militar– a la causa legitimista, particularmente en la etapa final de la guerra civil y durante los años siguientes, catalizando la oposición atlantista anglo-lusa contra la nueva dinastía, también se habría reflejado a nivel cultural, no solo en el patrocinio de la restauración, sino también en la propia manifestación idiomática inherente a los individuos que tomaron el testigo y finalmente atesoraron el códice petrista. El decisivo protagonismo de Galicia en este contexto y de su principal adalid petrista, Fernando de Castro, transciende los hechos históricos de aquella época e ingresa directamente en el imaginario cultural y literario del siglo XV, como atestigua El Victorial. Como señala Clara Pascual-Argente en este mismo cluster, estos hechos y personajes habrían formado parte de un "Petrista referential framework" (249), que, en efecto, inunda la memoria cultural reflejada en la obra de Díaz de Games, por la cual la geografía simbólica de Galicia y de Troya, ambas asociadas al petrismo, juega un papel nuclear.

Por otra parte, no menos importante habrá sido la influencia de los destinatarios del códice petrista. A diferencia de la restitución textual y material del códice, comisionada por Nuno Freire en tierras coruñesas, no parece factible que la ilustración del volumen se hubiera previsto también en Galicia, sino quizás en algún taller del entorno de la corte portuguesa (Rodríguez Porto, Thesaurum 2: 787), lo cual podría apuntar en último término a una audiencia lusófona como receptora del códice petrista y, más en concreto, a las pretensiones legitimistas de Fernando I, quien se había autoproclamado heredero al trono de Castilla como bisnieto de Sancho IV. Desde esta perspectiva, entonces, también se concibe la elección del romance gallego-portugués como vehículo de difusión de la emblemática Historia troyana de Pedro I, no solo en Galicia sino también en el reino vecino portugués.20 [End Page 231]

Los Andrade y las dos crónicas troyanas gallegas

Expuestas hasta aquí las principales novedades que supuso la transformación del códice de Pedro I en el manuscrito bilingüe santanderino, veamos a continuación cuál fue el epílogo del proyecto andradino. Al igual que ocurrió en el taller sevillano de Pedro I, la empresa de Nuno Freire acabaría siendo también abandonada pocos años después21. Los artífices que trabajaron en el códice de la Historia troyana pudieron completar casi todas las lagunas textuales; en cambio, no alcanzaron a ejecutar ninguna de las miniaturas que también se habían proyectado en los folios gallegos (a imitación, muy probablemente, de los reservados que se encontraron en los folios castellanos supervivientes). Las diferentes ofensivas trastamaristas en territorio gallego con el objetivo de apagar los últimos rescoldos petristas y la derrota definitiva de Fernando Ruiz de Castro en marzo de 1371 en Porto de Bois (Palas de Rei, Lugo), paralela a la caída de Carmona en ese mismo año, pondrían fin a las pretensiones legitimistas de Fernando I, forzando el Tratado de Alcoutim, por el que se aprobaba el frustrado matrimonio entre el monarca portugués y Leonor de Castilla, hija de Enrique II. Tras estos acontecimientos, el Maestre de Cristo, depuesto de su cargo en A Coruña y refugiado en Betanzos, emigraría nuevamente a Portugal poco después donde acabaría sus días, probablemente en torno a 1373. Por su parte, Fernando de Castro, retirado a Portugal, se vería obligado a exiliarse definitivamente a Bayona, desde donde participa en la organización de la intervención inglesa (gestionada principalmente por Xoán Fernández de Andeiro), aunque pocos años después, en 1376, muere en Aquitania.

El manuscrito bilingüe no correría la misma suerte que la de su comitente, pues permanecería custodiado en el seno familiar, quizás, entre otras razones, por interés de su hermano mayor, el pro-trastamarista Fernán Pérez "o boo", quien habría confiscado, entre otros bienes, el códice troyano. [End Page 232] En este momento, Fernán Pérez de Andrade aún no había experimentado el exponencial ascenso socio-económico intensificado por las mercedes enriqueñas de los años siguientes, y su faceta de mecenas cultural (impulsor de diversos proyectos arquitectónicos de carácter civil y religioso: castillos, pazos, torres, puentes, iglesias, monasterios, etc.) aún no se había consolidado. Sin embargo, la resonancia de la materia clásica en el ámbito nobiliario de la época y la contemplación del relato iluminado de la Historia troyana sin duda le habría movido igualmente a encargar un ejemplar propio del ciclo troyano (la Crónica troiana, BNE Ms. 10233). En opinión de Correa Arias (Fernán Pérez 162–63, "O simbólico"), el interés de Fernán Pérez en poseer una versión propia de la Crónica troyana de Alfonso XI respondería básicamente a una doble pretensión: por un lado contribuiría a su engrandecimiento personal, al ser adornado por el copista-tradutor ("Et sabede que este Fernán Pérez foi… o mellor home que avía entonce en Galiza… Et sabede que el a este tenpo era home de duzentos homes de cavalo armados a todo punto"; así consta en el fol. 100r); por otra parte, Fernán Pérez quedaría retratado como un modelo de caballeros, toda vez que su obra ejemplificaba los hechos gloriosos de los antiguos guerreros. Sin embargo, no llegaría a hacer este encargo a partir del testimonio de su hermano mayor, incompleto y con un poso petrista aún muy explícito y reciente (Rodríguez Porto, Thesaurum; Pichel Gotérrez, A Historia Troiana), sino a partir de una de las versiones preliminares más próximas (acaso el antígrafo) del ejemplar iluminado de la Crónica troyana hoy custodiado en el Escorial. Posiblemente habría deseado encargar una traducción a partir de este códice rico de Alfonso XI, pero finalmente no conseguiría acceder a él, sino a una versión preliminar (Rodríguez Porto, Thesaurum 785–87), acaso ya depositada en la propia corte andradina como parte del conjunto librario (materiales de trabajo, borradores; entre ellos la Historia troyana y, quizás, algún cuaderno compilatorio de la General estoria) confiado a Fernando de Castro tras la huida del monarca castellano hacia Galicia en la primavera de 1366. Sería este un indicio más de la circulación de borradores, cuadernos de trabajo o manuscritos auxiliares entre la corte y un mismo foco nobiliario gallego: a los maltrechos cuadernos de la Historia troyana petrista, hay que añadir el modelo preliminar usado por Fernán Pérez para su Crónica troiana [End Page 233] y otro manuscrito, de características similares, empleado para la traducción de la primera parte de la General estoria, que transmite una versión más arcaica de la compilación universal sancionada por el rey (Catalán 245–70; Fernández-Ordóñez 42–56; Sánchez-Prieto Borja xiii-cliii).

Si en el caso de Fernán Pérez el encargo de la Crónica troiana gallega estaba dirigido principalmente a su enaltecimiento personal y su uso sería más bien particular (téngase en cuenta que la factura, a línea tirada, de esta traducción es mucho más simple y prosaica que la supervisada por Nuno Freire), en el caso de la Historia troyana las causas que motivaron su restauración transcienden una razón puramente individual, como demuestra tanto la compleja labor de restitución del manuscrito como la proyección emuladora de los folios gallegos, en los que también se pretendía trasladar el programa iconográfico proyectado en el taller de Pedro I. La fascinación simbólica y la motivación estratégica detrás de una intervención de estas características resultan evidentes. El futuro tras la muerte de Pedro I se presentaba delicado y complejo, pero también muy prometedor para los emperogilados gallegos que acogieron con entusiasmo la –efímera– expedición fernandina en junio de 1369, acaudillados por su compatriota Nuno Freire, Maestre de Cristo, acompañado por Alvar Pérez de Castro y reforzados, entre otros, por Xoán Fernández de Andeiro y, pocos meses después, por Fernando Ruiz de Castro, huido en el cerco de Guimarães.

En aquellos primeros años del petrismo, la magnificencia de un manuscrito encargado por Pedro I, superviviente de la guerra, recobrado en el seno de uno de los baluartes del legitimismo más próximos a la corte castellana y portuguesa, justificaba sobradamente el arduo y costoso proceso de restauración de un códice de esas características. No sabemos a ciencia cierta cuál sería su destino último o para qué tipo de audiencia estaría destinado. Queda mucho por escudriñar al respecto, y aquí solo hemos podido avanzar algunas hipótesis. Como ya se ha sugerido, vista la costosa labor que se pretendía retomar con la iluminación de un programa iconográfico tan vasto –acaso proyectada para emprenderse en algún taller portugués–, tal vez deba asociarse a las pretensiones legitimistas de Fernando I quien, de ser así, habría confiado en su Canciller mayor, Nuno Freire de Andrade, [End Page 234] la restauración del malogrado códice de Pedro, trasunto de la ansiada restauración del gobierno petrista. Por otra parte, como ya adelantamos anteriormente, las alianzas matrimoniales de las hijas de María de Padilla y el difunto monarca con la alta nobleza inglesa, especialmente el duque de Lancáster Juan de Gante, quien también pretendía el trono por su enlace con Constanza de Castilla en septiembre 1371, podrían haber estimulado la reconstrucción del proyecto fallido de Pedro I.

En cualquier caso, la empresa de restauración del recobrado códice de Pedro en el marco de esta alianza atlantista revela una especial querencia por el libro como transmisor de la memoria cultural (petrista) que, convertido en todo un símbolo estratégico de la resistencia, cobraba vida de nuevo en un momento en el que la restauración legitimista todavía parecía posible. [End Page 235]

Ricardo Pichel Gotérrez
Universidad de Alcalá / Universidade de Santiago de Compostela

Fuentes manuscritas

Biblioteca de Menéndez Pelayo, Santander, Ms. 558 (Historia troyana). Manuscrito B.
Biblioteca Nacional de España, Madrid, Ms. 10146 (códice facticio que preserva la Historia troyana polimétrica, la Crónica troyana de Alfonso XI y un fragmento de la Historia Troyana). Manuscrito Mb.
Real Biblioteca del Escorial, Ms. h.I.6 (Crónica troyana de Alfonso XI).
Real Biblioteca del Escorial, Ms. O.I.1 (Primera parte de la General estoria, traducción gallega).
Biblioteca Nacional de España, Madrid, Ms. 10233 (Crónica troiana, traducción gallega).

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Footnotes

Este trabajo se realizó en el ámbito del proyecto de investigación "Cultura libraria en la Galicia bajomedieval. Tesoro digital de la prosa histórica y literaria de los siglos XIV y XV" (Xunta de Galicia, Plan I2C 2011–2015), desarrollado en el marco del grupo FILGA (GI-1743 - Filoloxía e Lingüística Galega) de la USC, y en colaboración con el Seminário Medieval de Língua, Pensamento e Sociedade (SMELPS/IF/FCT UI&D/Fil/00502) y la Rede de Estudos Medievais Interdisciplinares (USC R2014–012). Agradezco las correcciones y sugerencias de los revisores externos de este artículo, así como de los profesores Anselmo López Carreira, Clara Pascual-Argente, Rosa María Rodríguez Porto, Covadonga Valdaliso Casanova y Xavier Varela Barreiro.

1. Kelvin M. Parker realizó en 1975 la primera edición íntegra del texto, aunque el resultado es muy deficiente (Lorenzo "Correccións") y no tiene en cuenta el testimonio Mb. Anteriormente, a principios de siglo, Andrés Martínez Salazar (2: 269–89) había transcrito los capítulos de materia alfonsí interpolados en B. En la actualidad disponemos de una nueva edición y transcripción paleográfica (Pichel Gotérrez, A Historia Troiana), de próxima publicación, realizada a partir de ambos testimonios (B y Mb). Las consideraciones recogidas en este artículo amplían y enfocan lo discutido en Rodríguez Porto (Thesaurum, "El Libro") y Pichel Gotérrez ("Aproximación", "Tradición", "A fortuna", A Historia Troiana, "Nuno Freire", "'Lean'"). Remito a estos estudios para una relación bibliográfica completa sobre la obra y su contexto literario y socio-cultural.

2. Esta es la fuente del núcleo narrativo principal de la Historia troyana; sin embargo, sabemos que no procede directamente de la Crónica troyana de Alfonso XI, sino de otra versión, hoy desconocida, distinta a la del códice escurialense. Tampoco se basa en la contemporánea traducción al gallego encargada por Fernán Pérez de Andrade. Véase al respecto D'Ambruoso "Per una edizione", "Sulle relazioni", "Sobre las relaciones" y Edición crítica.

3. Esta interpolación alfonsí sobre Bruto solo se conserva en Mb, por lo que su presencia en la Historia troyana no es una innovación de los artífices gallegos, sino que ya estaba presente en el texto originario concebido por Pedro (Pichel Gotérrez, "'Lean'" 89–100).

4. La hipótesis de la existencia de un *Libro de Troya (o *Estoria de Troya) autónomo e historiado ha sido propuesta y discutida desde el punto de vista iconográfico y textual por Rodríguez Porto (Thesaurum 754–84, "El Libro" 17–28) y Pichel Gotérrez (A Historia Troiana, "'Lean'" 101–30).

5. Alrededor del 40% del soporte defectuoso (un mínimo de 140 fols.) del códice originario de Pedro I (más de 360 fols.) había sido sustituido por casi un centenar de folios gallegos, resultando un ejemplar bilingüe de un mínimo de 310 folios, de los cuales hoy solo conservamos 220 (140 castellanos y 80 gallegos). Por otra parte, en época postmedieval se habría producido una pérdida significativa de soporte castellano (75 fols.) y gallego (al menos 12 fols.), por lo que el número de folios castellanos que hoy no conservamos supera los dos centenares (Pichel Gotérrez, A Historia Troiana 1: 178–79, 190–201).

6. Sobre este facticio véase, por ejemplo, la descripción de Haywood. Para una recapitulación reciente sobre la cronología y glotología de la Historia troyana polimétrica y su relación con los otros textos troyanos del XIV, véase Pichel Gotérrez, "Sobre as relacións" 130–38.

7. Véase principalmente Rodríguez Porto, Thesaurum 2: 719–88, "El Libro"; y Pichel Gotérrez, A Historia Troiana 1: 63–89, 177–434, 475–90, 517–30.

8. He tenido en cuenta al respecto especialmente los trabajos de Suárez Fernández 99–158; Díaz Martín, Itinerario 125–39, Pedro I 225–76; Estow 232–59; Valdeón Baruque, "La propaganda", 459–67, Enrique II 15–93, Los Trastámaras 15–50; Monsalvo Antón 31–39; Estepa Díez; y Valdaliso Casanova, "La legitimación", "El control".

9. Para el protagonismo de la nobleza gallega en la resistencia petrista, especialmente la influencia de los Castro y la alternativa atlantista, son fundamentales, entre otros, los trabajos de López Carreira, O reino 405–15, "Os Castro", "Da Terra de Lemos", Historia de Galicia 149–58. En Pichel Gotérrez, "A fortuna" 120–23 y "Nuno Freire" 100–08 ofrecemos una recapitulación reciente sobre esta cuestión y una relación bibliográfica completa.

10. Antes de partir precipitadamente hacia Alburquerque, Pedro envía a su Tesorero mayor, Martín Yáñez, una parte de su tesoro (joyas y treinta y seis quintales de oro que guardaba en Sevilla y en el castillo cordobés de Almodóvar del Río) en una galera a Tavira, en el Argarve oriental; pero finalmente es confiscado por el almirante Egidio Boccanegra que en aquellas circunstancias enarbola traicioneramente la bandera trastamarista (Calderón Ortega y Díaz González 337).

11. El término emperogilado, procedente del apelativo Pedro Gil con el que sus detractores aludían al monarca castellano, se designaba en la época a los primeros defensores del petrismo, que lucharon del lado de Pedro I antes y después de su asesinato (desde 1366, tras la coronación de Enrique de Trastámara, hasta 1388, cuando se zanja el conflicto sucesorio con el Tratado de Bayonne). Por su parte, el término petrista, más amplio, hace referencia a los partidarios legitimistas fieles a su causa pero sin que ello conllevara necesariamente una participación activa (lucha armada) en el conflicto (Valdaliso Casanova, "El exilio político" 152–58).

12. Ante la protección dispensada por Francia al Trastámara, ya se había firmado el acuerdo de alianza entre Eduardo III de Inglaterra y Pedro I en Londres en junio de 1362, posteriormente ratificado en 1363 y 1364, cuando era ya evidente la conspiración aristocrática contra el monarca castellano. Con todo, las gestiones previas a este acuerdo se remontan a cuatro años antes, en 1358, en el contexto de la guerra abierta entre Castilla y la Corona de Aragón, por la que un año después se autoriza la negociación entre el senescal de Gascuña y los oficiales Pedro I.

13. La traducción castellana está influida por las Sumas de historia troyana. Véase una discusión y recapitulación reciente en Pascual-Argente, "La huella" y en su contribución a este cluster. En relación a Catalina de Lancáster, creo significativo apuntar que su principal privada, Leonor López de Córdoba, una de las mujeres más destacadas y enigmáticas del periodo (Valdaliso Casanova, "Las privadas" 105–07), era hija de Martín López de Córdoba, uno de los máximos hombres de confianza de Pedro I, Adelantado mayor de Murcia, Mayordomo, Repostero y Camarero mayor del monarca (1365–69) en la época en la que se gestó la Historia troyana. Por otra parte, el marido de Catalina, Ruy Gutiérrez de Hinestrosa, también descendía de otro de los mayordomos mayores de Pedro I, Juan Fernández de Hinestrosa (activo en 1355).

14. Véase Pascual-Argente, "Remembering Antiquity" para la conexión entre el Victorial y la Confessio y, en general, en relación a los usos políticos de la materia antigua en la Castilla de la primera mitad del siglo XV, así como su contribución en este cluster.

15. No son pocas las referencias cronísticas (como la obra de Fernão Lopes, las crónicas de Ayala o el Victorial de Díaz de Games) que señalan el protagonismo de la figura de Fernando de Castro, considerado por algunos como el sucesor de Juan Alfonso de Alburquerque en la privanza de Pedro I (Foronda 93). Fernandes (839–40) llama la atención sobre la enorme importancia del Castro en el plano sociopolítico castellano y portugués.

16. Véase una reciente recapitulación en Pichel Gotérrez, "Nuno Freire", donde se recoge la bibliografía principal sobre este destacado noble petrista.

17. Agradezco esta sugestión a Clara Pascual-Argente (comunicación personal).

18. Tal vez no sea casualidad, como evoca Pascual-Argente en su artículo para este cluster, que la tutela del joven infante a cargo del Maestre de Cristo haya tenido eco de alguna manera en la traducción portuguesa (Livro do amante) de la Confessio Amantis, promovida en la corte de Filipa de Lancáster y João I de Avis.

19. Véase Mariño Paz, Historia da lingua 156–57; Historia de la lengua 69–72; "As inscricións" 100–03; Mariño Paz y Varela Barreiro.

20. Clara Pascual-Argente llega a una conclusión similar en su estudio sobre El Victorial de Games en este mismo número de La corónica.

21. Nos referimos a las dos primeras etapas del conflicto sucesorio, la primera finalizada con la caída de Carmona (1371), y la segunda con la expulsión de Portugal, exigida en el Tratado de Santarém (1373), de los emperogilados gallegos y castellanos, forzados a persistir en la resitencia desde el exilio (Valdaliso Casanova, "El control" 63).

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