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  • Zúñiga, un reconocimiento
  • Luis Mateo Díez

Descubrí a Zúñiga en la primera edición de Largo noviembre de Madrid que ofrecía Braguera en su colección "Novelistas de hoy". No recuerdo si el descubrimiento era casual o estaba avalado por alguna indicación del amigo de turno, cuando todavía en algunas amistades literarias era frecuente dar la alerta ante cualquier hallazgo extraordinario.

El libro me resultó una iluminación y, con ella, la inmediata previsión de haber encontrado a un maestro, cuando todavía la constatación de los magisterios tenía variaciones contradictorias y más reservas de las debidas, seguro que bastante determinadas por la propia inseguridad y la desconfianza en los deslumbramientos.

De Zúñiga nadie daba muchas razones, no era fácil encontrar el refrendo o la noticia de su identidad creadora, parecía tratarse de un escritor secreto, generacio-nalmente no muy situado en su sitio, como si la marginalidad fuese el aval de su ocultación o el designio personal de una discreción extrema que facilitase su desconocimiento.

La suerte iba a acompañarme desde aquel descubrimiento de quien consideraba un maestro tras la lectura de Largo noviembre, y a quien tendría como uno de mis maestros tras el seguimiento siempre iluminador de su obra, y la amistad que me haría enriquecer su lectura, ya que la persona acrecentaba el aliciente del conocimiento, y en la figura del escritor, en la totalidad de la misma, era muy fácil detectar la impregnación de una ejemplaridad que, sin la mínima afectación en nada, justificaba doblemente la admiración.

De esa suerte me he prevalecido durante tantos años, leyendo a Zúñiga, valorando lo que el ejemplo de su escritura supone en el reto y la experiencia de lo que uno pretende, administrando la enseñanza de quien nada predica que no esté en la memoria y los libros de una conciencia tamizada por el tiempo y la imaginación.

El tiempo histórico de Zúñiga tiene un centro que irradia en la España trágica, la de la Guerra Civil, la de la posguerra, y que alcanza la plenitud literaria, lúcida y [End Page 61]

emotiva, en su Trilogía de la Guerra Civil, que inicia el Largo noviembre de Madrid y continúan Capital de la Gloria y La tierra será un paraíso. Un antecedente de esa España trágica lo revisa Zúñiga en uno de sus libros más hermosos, el que tiene a Larra como protagonista en el itinerario de su desolación y muerte, cuando el camino de la lucidez se ha contagiado ya con el de la amargura y en el Madrid de sus pasos finales se perciben las flores de plomo de una noche funeraria, tan distinta a las expectativas de quien acaba viéndose arrojado al abismo de la historia.

Recuerdo la intriga que me suscitó aquella primera lectura de Zúñiga sobre su sensibilidad de lector, esa sensación de que quien era dueño de una escritura tan bella y poderosa también parecía transmitir lo que en su perspicacia detallaba el gusto y el conocimiento de un lector que asimilaba lo que mejor podría nutrirle, otras perspectivas y emociones de otros mundos sustanciales.

Saber que Zúñiga tenía un parentesco tan consciente como revelador con la gran literatura rusa fue enseguida una previsión confirmada. Pocas aportaciones existen entre nosotros tan profundas e iluminadoras sobre esa literatura como la que él nos ofrece en El anillo de Pushkin y en la biografía de Turguéniev, títulos recogidos en el volumen Desde los bosques nevados, donde los débitos se sostienen en una admiración que rinde homenaje a la identidad y destino de una tierra, tan vapuleada históricamente por las contradicciones entre el bien y la bondad, y cuya literatura marca esa pauta universal de la grandeza imaginaria.

Decir que Zúñiga tiene en su sensibilidad literaria algo del alma rusa, que tan hondamente conoce, puede servir de orientación para leerle todavía con más provecho y...

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