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  • Magia y fantasía en Misterios de las noches y los días de Juan Eduardo Zúñiga
  • Antonio Garrido Domínguez

Existe una opinión – bastante generalizada, por cierto, aunque tanto Ángeles Encinar (105-106) como Luis Beltrán han advertido de lo inexacto de tal apreciación – según la cual la obra de J. E. Zúñiga se inscribe en su totalidad en el ámbito del realismo. Sin ser falsa, puesto que en él se aloja la inmensa mayoría de su narrativa, dicha creencia necesita ser matizada para ajustarse a la verdad: existe como mínimo un libro que no responde a esta estética. Se trata de Misterios de las noches y los días (1992), obra en la que se reúnen cuarenta cuentos, de los cuales solo un número muy reducido podría clasificarse como cercano al realismo en el sentido pleno del término; el resto se sitúa claramente en el marco de lo mágico-maravilloso y, sobre todo, de lo fantástico. Si hay una característica que permite englobar estos relatos es que – sobre todo, por temática y construcción – se inscriben aparentemente en unos modos de narrar acordes a la tradición aunque, como apunta Luis Beltrán en el trabajo antes citado, es la estética romántica y el imaginario que le es propio la que termina imponiéndose y da cobijo a estos relatos.

Lo fantástico se apoya en Zúñiga en un imaginario que tiene sus puntos de anclaje en la convivencia con el mundo de los muertos, los gitanos, la magia, la brujería, la importancia de lo nocturno, las metamorfosis, la fuerte atracción que objetos y personas ejercen sobre los personajes, etc. La ruptura con la normalidad a que hace referencia lo fantástico cuenta con dos manifestaciones básicas estrechamente unidas: el 'retorno' de seres desaparecidos y los saltos o cambios de nivel ontológico. Puede muy bien afirmarse que el primer elemento – esto es, las apariciones de seres queridos o conocidos que se dejan ver generalmente para ayudar y, en menor proporción, para ajustar cuentas o aleccionar, hacer comprender determinadas realidades o sorprender – es un elemento presente en la mayoría de los cuentos, aunque su importancia varía de unos a otros (con mucha frecuencia no es más que una presencia [End Page 15] intuida). Está presente en "El bisabuelo" con un valor ejemplarizante para el joven conde que, después de constatar la grandeza de la familia, descubre inesperadamente, entre los payasos de un teatrillo de feria, a su bisabuelo, así como en "El perdón", donde el que vuelve es el hermano:

Un día después, a la caída de la tarde, había salido al pórtico y respiraba la calma del crepúsculo y oyó el grito igual que la noche anterior. Muy distante, no podía distinguir si era de un hombre o de una mujer, casi sonaba como un lamento. Como se repitiera, hizo venir al ama de llaves pero esta no oía nada y le miraba sin entender a lo que se refería. También se unió a ellos una joven que trabajaba en la casa y tampoco oyó ningún ruido. Sin embargo, él lo siguió percibiendo y decidió ir en la dirección que le parecía sonar.

(Zúñiga 62-63)

En "La esposa" el narrador viaja a otro país con el único fin de conocer a su escritor favorito, quien se resiste a recibirlo y a hablar con él de su creación; a partir de cierto momento, aparece junto a él la que al parecer ha sido su mujer, muerta años antes, como solicitando el amor del visitante, un amor que el escritor no le había dado. Ella era, según le dijeron, el personaje de todos sus cuentos y el narrador piensa entonces que es a ella a quien deseaba ver realmente como un arquetipo de lo femenino y la razón, se entiende, de sus deseos más íntimos de encontrarse con el escritor. Con el fin de robarla, el...

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