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  • ¿Explicación sociológica o imaginación literaria? Para una teoría de la figuración estética
  • Javier Sanjinés C.

Es difícil conjeturar sobre el futuro de la artes en nuestro convulsionado siglo XXI. Puesto que llevamos casi dos décadas de violencia extrema, de una regresión de los valores a niveles verdaderamente infrahumanos, nuestro presente es tanto o más angustioso que el que observaran, un siglo atrás, estetas de la talla de Erich Auerbach y Georg Lukács, ambos conflictuados por los resultados de la devastadora Primera Guerra Mundial. Así como ayer, hoy atravesamos por otro momento de deshumanización y de gran desconcierto, situación en que las formas estéticas, que buscaban la articulación entre virtud y conciencia durante las primeras décadas del siglo XX, fracasan nuevamente en el intento de adecuarse a los contenidos de la prosaica realidad, perdiéndose la capacidad de cambiar el rumbo de las relaciones de producción en dirección a la virtuosa y hoy día cada vez más insegura "humanización de las humanidades".

En el estudio inicial de lo que sería su temprano ensayo Historia de la evolución del drama moderno (1909), Lukács afirmaba, con extraordinaria lucidez, que toda interpretación valedera de la literatura siempre va ligada al análisis de las formas estéticas. Conflictiva observación la del gran esteta y filósofo húngaro, poco afín al marxismo ortodoxo de la época, corriente ideológica orientada a desprestigiar cualquier aseveración que oliese a formalismo literario. Pero Lukács, tan adelantado a su tiempo en la formulación estética, seguía siendo [End Page 354] fiel a la heredada tradición hegeliana que consagraba, con su visión totalizadora de la vida, la unidad de las formas y de los contenidos. Si para Hegel la historia del arte expresaba las diferentes etapas del desarrollo de la "Idea", de lo "Absoluto", el contenido del arte buscaba siempre encarnarse en una forma artística adecuada.

Pero la articulación de virtud y conciencia, uno de los puntos clave en que el marxismo histórico quiso solucionar la discordancia entre la forma y el contenido, hacía demasiado ruido a mediados del siglo pasado. En efecto, esta simbiosis entró en crisis, como nos lo revela Terry Eagleton en Marxism and Literary Criticism (1976), en los trabajos de Louis Althusser, particularmente en aquéllos en que afirmaba que el arte no puede quedar reducido a su contenido ideológico, postulación que desencadenaba una revolución en el análisis literario; un remezón de enormes consecuencias en su relacionamiento con las humanidades. Al apartar ilusión y ficción, el filósofo francés le devolvía a ésta–a la ficción–su autonomía y su capacidad de fijarle límites al contenido ideológico.

Fue Pierre Macherey, discípulo de Althusser, quien ahondó en la distinción entre la ilusión ideológica y la ficción literaria. No deja de ser revelador que esa separación entre forma y contenido estuviese también presente en el surgimiento de nuestra propia crítica literaria. Planteada en la ensayística de Carlos Medinaceli, la inadecuación que nos ocupa también atormentaba al intelectual boliviano, quien vivía en carne propia el conflictivo ingreso de Bolivia a la modernidad, tildándola, con una metáfora tomada de la mineralogía, de realidad "pseudomorfótica" (Medinaceli, Estudios críticos 119).

Pero veamos brevemente la forma "descentrada" con que Macherey observa la novela, género literario que él asimila al conflicto y a la contradicción de sentidos. Así, "irregular", "dispersa", "diversa", son apelativos que explicarían la eterna "incompletitud" de la novela, género que, cual si estuviese llamado a parodiar los teoremas de Gödel, no suscitaría sino disparidad de sentidos. Si aceptamos que la naturaleza de la novela es deformar, no imitar, ella, inclusive la más apegada a la realidad, sería fundamentalmente una parodia, una invención irónica que no crea ex nihilo los materiales con los cuales trabaja: los trae del pasado para transformarlos en...

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