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  • Ronald Melzer:Semblanza de “Un Gran Crítico y una Gran Persona”
  • Jorge Ruffinelli

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Amigos me piden que escriba una semblanza de Ronald Melzer [Ronald Manuel Melzer Pesches] (1956-2013). Ese pedido y mi aquiecencia tal vez se deban a mi estrecha amistad con este notable crítico de cine, al menos durante las dos últimas décadas de su vida. Comienzo con un déficit: no recuerdo la ocasión y el momento en que conocí a Ronny. Sé que alguien me había dicho: “Deberías conocer a Ronald Melzer, que es otro `loco por el cine’, como tú”. Yo había regresado a Uruguay en 1985, cuando la orden de mi “captura” (qué absurdo!) había desaparecido gracias a la amnistía general que dejó impunes los crímenes de los militares durante la dictadura. Yo les había contado a mis amigos en México mi sueño recurrente de “exilio”: es sábado, y como todos los sábados a mediodía, varios amigos nos reunimos en la librería-editorial Arca, para charlar sobre literatura y “los sucesos del día”, animados por la memorable combinación de ron y coca-cola. En mi sueño yo camino por la calle Colonia, y en la puerta de Arca me están esperando Alicia (Migdal) y Beto (Oreggioni), los veo con claridad pero empiezo a inquietarme porque sé en el subconciente que la escena es imposible: desde 1974 estoy proscrito a causa de un concurso de cuentos de Marcha cuyo resultado desagradó a las Fuerzas Conjuntas. El autor del cuento, Nelson Marra, sufrió años de cárcel; Juan Carlos Onetti y Mercedes Rein, los otros dos jurados [End Page 73] del concurso, fueron encerrados por tres meses en el Cilindro. Antes de llegar a la puerta de Colonia 1263, despierto.

A partir de 1986 otro sueño se sobrepuso al primero, el cual ya no se repitió. Empecé a vivir en California, y en mi nuevo sueño me veo caminando por la calle Pino Suárez hacia el Centro de Investigaciones Lingüístico-Literarias de la Universidad Veracruzana, que me había acogido con tanta generosidad desde mi llegada a México. Poco antes de llegar a la puerta del edificio (Pino Suárez 21), donde nadie me esperaba, yo despierto.

A Ronny le conté estos sueños, porque tenían un cierto aroma de cine, de película de Hitchcock, director que lo apasionaba. A Ronny no le interesaba en absoluto saber (como a ninguno de mis “viejos” amigos uruguayos les interesó nunca) mi experiencia mexicana. Enigmáticamente, tenía más interés en la uruguaya, en mi vida antes de que me fuera a México. Con el tiempo, descubrí que lo que le interesaba a Ronny de mi “pasado” uruguayo era mi “izquierdismo” y mi vinculación con el semanario Marcha.

Ronny sentía como como un “descuento” (para usar términos futbolísticos, ya que él era Juez de Línea) no haber compartido los 60s y 70s, y con lo que la actividad intelectual e ideológica de aquel pasado había marcado las actitudes sobre cine y literatura. Las diferencias parecían claras: Ronny era Brecha, y yo había sido Marcha. La mía había sido una época politizada; la de Ronny, aunque Brecha fuera un descendiente de Marcha, era ideológicamente más neutra. El “marxismo” había caducado, la Unión Soviética se había desfibrado. Varias veces Ronny me confió que nunca se había sentido ideológicamente cercano—y menos aún definido—a posiciones de la izquierda ni de la derecha. Aunque discrepaba, entendía (no en vano su esposa Raquel estaba metida en la actividad teatral, que es tradicionalmente “izquierdista”) que el origen de clase social deja marcas sobre la identidad de las obras.

Me gustaba provocarlo, en conversaciones en el fondo inútiles, atribuyendo su personal flexibilidad ideológica a la crisis del post-marxismo, que ha confundido a tantos. Por eso, Cuba estaba siempre en el centro de todo, y cuando se trataba de sus películas, como...

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