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  • “Assurons-nous d’une félicité toute humaine.” Lo jocoserio como manifestación del hombre moderno (1651-1750)
  • Alain Bègue

No pocas fueron, a partir de mediados del siglo xvii y particularmente durante los siglos xviii y xix, las obras de diversa índole, principalmente literarias y poéticas, que insistieron en el carácter jocoserio de su escritura. Si bien la yuxtaposición o la contraposición de lo serio y lo jocoso gozaba de una larga tradición desde la Antigüedad latina (Étienvre 239-40) hasta los siglos xvi y xvii – con el afianzamiento de la pareja formada por “burlas” y “veras” (Joly 77-82; Pérez Lasheras, Fustigat 137-82, Moderno 21-35)–, no fue hasta los años 1640 cuando el vocablo jocoserio y sus derivados empezaron a dar muestra de una nueva modalidad de expresión literaria y a adquirir cartas de naturaleza.

El estilo jocoserio

En 1645, el editor de la Joco seria – en dos palabras y en letras capitales–, Manuel Antonio de Vargas, subrayaba, en su dedicatoria, el doble propósito jocoso y edificante de los entremeses de Luis Quiñones de Benavente.1 En el mismo sentido Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo había afirmado, en su introducción, que las musas del autor no eran “desacatadas ni desatacadas” (Quiñones de Benavente 47). Así es cómo la finalidad de enseñanza y de provecho [End Page 383] moral llegaba a justificar el subtítulo que encabezaba la compilación: Burlas veras, o reprehensión moral y festiva de los desórdenes públicos. No obstante, publicadas en un contexto moral difícil para las representaciones teatrales, casi proscritas, las piezas breves de Quiñones de Benavente distan de obedecer al principal criterio editorial, pese a la indiscutible autocensura a la que se sometió su autor, pues la función lúdica acaba por invadir, casi contra la propia voluntad del dramaturgo, e inconscientemente, el conjunto de la colección.

En el mismo año de 1645 vería de nuevo la luz un curioso libro – Facetiae facetiarum, hoc est, Ioco-seriorum fasciculus novus: exhibens varia variorum autorum scripta, non tàm lectu jucunda & jocosa: amoena & amanda, quàm lectu verè digna & utilia, multisve moralibus ad mores seculi nostri accommadata, illustrata, & adornata (Pathopoli, apud Gelastinum Severum) – cuyo título presentaba como reclamo el carácter jocoserio de sus disputationes, escritas en “un latín de universitarios entregados y entrenados a la facecia seudoculta” (Étienvre 239). Tal y como sucediera en el caso de la Joco seria de Quiñones de Benavente, la caracterización “ioco-seriorum” apareció impresa en letras capitales. La anterior edición de las Facetiae facetiarum, del año 1615, había sido acompañada por el Processus ioco-serius tam lectu festiuus et iucundus quam ad usum fori et praxeos moralis cognissionem utilis ac necessarius (Hannover, 1611), del historiador suizo protestante Melchior Goldast von Haiminsfeld (1576-1635), y de la antología de textos paródicos y facecias compilados por Gaspard Dornau bajo el título de Amphitheatrum sapientiae socraticae joco-seriae (Hannover, 1619) regidos ambos por el mismo propósito lúdico y provechoso. Más tarde, otra obra con título similar y características análogas saldría de las imprentas germanas: la serie de Joco-seriorum naturae et artis sive magiae naturalis centuriae tres, del jesuita Kaspar Schott (1608-1666).

En 1648, el humanista José Antonio González de Salas (1588-1654), editor de las obras poéticas de Francisco de Quevedo bajo el título de El Parnaso Español, precisaba también la finalidad satírica-moral y edificante de las composiciones que había llamado “jocoserias” en su presentación inicial del contenido de la Musa VI, Talía:

Canta poesías jocoserias, que llamó burlescas el autor, esto es, descripciones graciosas, succesos de donaire, y censuras satíricas de culpables costumbres, cuyo stilo es todo templado de burlas y de veras.

(Quevedo 399)

Añadiendo en la disertación previa a los textos que

[…] el concento festivo de esta Musa, cuyo estilo jocoserio que de sí promete, a dos respectos mira; como lo mismo se...

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