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  • Fiesta y sociedad en la Nueva España:Certámenes poéticos durante el reinado de Carlos II
  • Beatriz Aracil

En la carta que conocemos como Respuesta a sor Filotea (1691), Sor Juana Inés de la Cruz confesaba al obispo de Puebla que durante mucho tiempo creyó que “a todos sucedía (…) el hacer versos” (459). La afirmación de sor Juana puede entenderse como un rasgo más de la excepcionalidad de la “Décima musa” en el panorama de las letras virreinales,1 pero es también un claro signo de cómo en las décadas finales del siglo xvii, que en América son las de plenitud del Barroco,2 la poesía canalizó las más diversas manifestaciones de la cultura. Como advierte Aurora Egido, durante este período:

Poesía era, o pretendía ser, casi todo. En el Barroco, el principio aristotélico de la imitación poética no sólo contribuyó a sobrevalorarla por encima de la historia, de la filosofía y de otras ciencias, sino que ayudó a que siguiera invadiendo los terrenos de la prosa, la crónica historial, el relato hagiográfico, la epístola y tantas otras formas; o que las sustituyera, en un afán sin límites de transformarlas bajo especies métricas.

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Al igual que en la metrópoli, en la Nueva España dicha expresión poética de “carácter enciclopédico” (Tenorio I, 56) formó parte esencial de esa ostentosa y efímera forma de ruptura de la vida cotidiana que constituyó la fiesta pública, siendo un claro ejemplo de ello los certámenes o justas poé-ticas. Convocados por instituciones destacadas en el ámbito social y cultural (órdenes religiosas, cabildos, universidades…) con motivo de acontecimientos [End Page 373] tales como beatificaciones y canonizaciones, erección de templos o llegadas de virreyes, estos certámenes, cuyo funcionamiento casi invariable era bien conocido en la época,3 permitieron a un tiempo reunir con regularidad a los miembros de las eruditas élites culturales y proyectar las producciones de dichas élites hacia el espacio masivo e integrador de la urbe en su conjunto.

En su ya clásico trabajo La época barroca en el México colonial (1959), explicaba Irving Leonard que, a pesar de constituir meros “torneos de poetastros” en los que predominaba “la manipulación métrica y la gimnasia mental” (191),4 los certámenes poéticos “se mantuvieron como los acontecimientos más importantes de la vida cultural y literaria de los centros de la cultura hispánica del Nuevo Mundo durante la mayor parte de los tres siglos coloniales” (210-11). Desde la aceptación de esta realidad histórica, el estudio de este fenómeno cultural ofrece interesantes claves para definir los principios que rigieron la producción poética de la época, como el carácter lúdico,5 su pertenencia a lo “efímero barroco”6 o la interrelación entre poesía y oralidad e incluso teatralidad.7 Ahora bien, por este mismo motivo, los certámenes resultan asimismo un elemento imprescindible a la hora de abordar la fiesta novohispana barroca en su dimensión social. Desde esta línea de trabajo (bien [End Page 374] afianzada en la crítica de las últimas décadas8), sería posible observar dichos certámenes como manifestaciones culturales que garantizaban el sostenimiento de esa élite que Ángel Rama definió como la “ciudad letrada” (32-38). Una élite que no solo debe entenderse (aunque también lo sea) como “una república literaria bien establecida y bien provista de ingenios” eruditos (Tenorio I, 25), sino también como grupo social a un tiempo dependiente y garante del poder y, por tanto, de singular influencia en el contexto novohispano.9

Debido a su carácter efímero, nuestro acceso a este tipo de eventos solo es posible a través de las relaciones conservadas, que son – como advierte Rodríguez de la Flor – “un filtro retórico sometido a estrategias informativas, ‘evenenciales’; a efectos persuasivos o propagandísticos; a determinaciones jurídico-documentales” (167). Ahora bien, precisamente por constituir una estrategia de selecci...

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