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Reviewed by:
  • Los académicos cuentan by Gerardo Piña-Rosales
  • Germán Carrillo
Piña-Rosales, Gerardo, ed. Los académicos cuentan. Nueva York: Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) y AXIARA. Colección Pulso Herido 6, 2014. Pp. 331. ISBN 978-0-99034-556-5.

Los académicos cuentan es una ambiciosa antología del cuento en español. Es única en el sentido de que son obras de naturaleza creativa realizadas por personas a quienes, por lo general y equivocadamente, no se las asocia con la labor creadora (sensu stricto) como vendrían a ser los académicos de la lengua. Y sin embargo, los treinta y nueve autores incluidos, sin excepciones, son, de hecho, distinguidos miembros de la Real Academia Española o de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), o de las dos en la mayoría de los casos. En consecuencia, el mismísimo título conlleva una sutileza que apunta hacia dos direcciones que todo lector perspicaz no podría dejar pasar inadvertidas: que los académicos no solo son estudiosos de la lengua en sus múltiples ramificaciones lingüísticas, sino que pueden ser y lo son, como lo demuestra fehacientemente esta antología, grandes y meritorios artistas de la palabra.

El tradicional prólogo que aquí escuetamente se titula “Presentación”, sin mayores ditirambos, es un excelente modelo de declaración de intenciones y propósitos a realizar que escasamente llega a la página y media. El editor, Gerardo Piña-Rosales, logra, mediante una prosa desenfadada y ágil, interesarnos en la lectura del libro. Tal exhortación va dirigida a un lector, tratado como confidente aquí, para transmitirle, casi al oído y ponerlo al corriente sobre las peripecias y ocurrencias—ingeniosas en la gran mayoría de los casos—acaecidas desde que la idea original surgiera “al alimón” y al calor de la amistad y del reencuentro en Manhattan entre dos viejos amigos, Gerardo Piña-Rosales, por la ANLE y Eduardo González Viaña, por AXIARA.

Es ya bien sabido que Piña-Rosales, además de gran escritor y académico, es un extraordinario fotógrafo. En consecuencia, la antología gana enormemente con las virtudes de su ojo fotográfico cuando se la ilustra, con sumo esmero y a distintas alturas de las más de trescientas páginas, con treinta y seis imágenes, casi todas ellas inusitadas. Las fotos aquí son como remansos y oasis en los que el lector deja por unos momentos el texto que está leyendo, para seguir con su imaginación el camino de las añoranzas que cada foto le evoque.

Estas imágenes tienen como denominador común la presencia y el paso inexorable del tiempo, que ha lamido y que ha dejado huellas imborrables en las cosas más concretas y cotidianas que rodean nuestra existencia. Predominan las muestras arquitectónicas de claustros vetustos, cerraduras viejísimas, aldabas de portones cuyas llaves seguramente hace tiempo desaparecieron, pasillos ahora silenciosos en los que juegan la luz y el viento, huertos abandonados, fuentes en las que ya no corre ni se oye el murmullo sonoro del agua.

Por otra parte, no existe, porque no se lo ha propuesto así el editor, ningún intento de clasificar los relatos incluidos en esta antología bajo ningún canon ni criterio narrativo que no sea un orden alfabético, rigurosamente establecido, entre los 39 autores participantes. El lector queda entonces en completa libertad de leer empezando y concluyendo por donde quiera. Por ello, en una reseña de esta naturaleza, no habría espacio para destacar ni mucho menos analizar aquellos relatos que en cierta manera han logrado hacer mella en su conciencia de lector. Hacerlo equivaldría a establecer un filtro crítico, erróneamente basado en falsas inclusiones y exclusiones, arbitrarias de por sí. Bien podría entonces añadirse con justeza que no hay malos relatos en esta antología.

Al final del libro hay breves reseñas de no más de media página, hechas a manera de semblanzas bio-bibliográfícas, sobre cada uno...

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