In lieu of an abstract, here is a brief excerpt of the content:

  • Contra el consenso:Ironía y postdictadura en La burla del tiempo de Mauricio Electorat
  • Gonzalo Maier

Hacia fines de 2002 y a propósito de la narrativa escrita después de la dictadura, Darío Oses se preguntaba por qué el humor había sido radicalmente marginado de la literatura chilena.1 Su respuesta, en ese momento, apuntaba a que el humor requería cierta distancia—“irónica o imaginaria” (229)—, que era imposible de exigir a una literatura “enclaustrada en la realidad” (229). Prácticamente una década más tarde, la apreciación de Oses pareciera perder vigencia, pues ese “enclaustramiento” que impediría una “distancia irónica” ya no resulta del todo evidente. De hecho, algunas novelas como Fuenzalida (2012), de Nona Fernández, o Niños extremistas (2013) de Gonzalo Ortiz, abordan con lateralidad e ironía los discursos construidos no sólo durante la dictadura, sino también durante la década de los noventa.

Así, cuando la transición pareciera vivir sus últimos años, resulta interesante apuntar cómo la ironía comienza a situarse dentro de la narrativa chilena. En este contexto, aún en pleno desarrollo, La burla del tiempo (2004), de Mauricio Electorat, es un caso interesante a la hora de reflexionar no sólo sobre el modo en que los discursos irónicos interactúan con la violencia postdictatorial, sino también sobre cómo entran en conflicto con el consenso y la transición. O incluso un poco más: la novela de Electorat permitiría entrever cómo ciertas comunidades discursivas, reconocibles en el trasfondo de sus ironías, pondrían de manifiesto que pese al horror y al trauma, la idea de derrota se podría reformular desde la duda irónica.

La ironía, más que una construcción lingüística monolítica donde lo no dicho suple lo dicho, conviene entenderla como una construcción que pone en tensión un sentido explícito y uno implícito (Hutcheon 56). Esta última aproximación, por cierto, está profundamente ligada a la duda socrática, en particular al modo en que la entiende Kierkegaard (81), es decir, como una forma de conocer o una epistemología centrada en la duda, y no como una pregunta que meramente pretende encontrar una respuesta. Esa misma falta de objeto específico hace de la ironía una forma discursiva que permite abordar elementos del pasado reciente de un modo lateral y oblicuo que está en las antípodas del testimonio—pienso en el caso paradigmático de Cartas de petición (2000), de Leonidas Morales—pues no pretende dar fe de un hecho, sino cuestionar ciertos aspectos y sacar a la luz algunas disonancias, en este caso, presentes en los discursos postdictatoriales. [End Page 159]

La ironía, decía Richard Rorty (92), es la capacidad de cuestionar el “léxico último” que justifica cualquier acto, es decir, las propias convicciones. En este sentido, la presencia de la ironía es siempre una duda—moral o política—que, en este caso, atraviesa prácticamente toda la novela protagonizada por Pablo Ruitort, un chileno que vuelve al funeral de su madre2 tras 19 años de exilio en Francia. Pero lejos de anclarse en el presente, la novela transita intermitentemente entre el recuerdo de los pocos meses en que el protagonista militó en el MIR, escribiendo cartas apócrifas a comienzos de los años 80 para apoyar a la resistencia, y su posterior retorno como un derrotado absoluto, cuando ya sólo quedan pocos días para el cambio de siglo.

Más allá de cartografiar la presencia de la ironía, que está ampliamente extendida en la novela, quisiera reparar en que ella es precisamente el elemento por el que se reconocen dentro una misma comunidad discursiva (Hutcheon 92), tanto el narrador, el grupo de jóvenes amigos con que el protagonista militó en el MIR e incluso cierto destinatario del texto capaz de advertir las ironías.3 “Es cierto, la cosa empieza mal, para qué le voy a decir lo contrario” (13), dice el narrador ya en las primeras páginas...

pdf

Share